Alguna vez, san Agustín se preguntó: ¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé.

Físicos, matemáticos, religiosos y filósofos han dedicado su existencia al misterioso tema del tiempo, pero son los físicos los encargados de explicar realmente qué es el tiempo. En lo personal, creo que no hay ser humano capaz de contestar pregunta de tal magnitud, menos yo, quien a duras penas saqué el sexto grado y de vaina sé leer la hora en el reloj. Soy osado, ignorante e irreverente, y por eso me atrevo a tratar tema de tal magnitud.

La ciencia ha comprobado que hubo un tiempo cero. Fue el microsegundo anterior al estallido del famoso Big-Bang, ocurrido, se supone, hace 15.000 millones de años. Desde ese misterioso momento, tiempo y espacio, están asociados a la presencia y a la dinámica de la materia en el universo, y yo agregaría que con él comienza la creencia de la existencia de Dios. Gracias al Big-Bang existimos. Somos polvo de estrellas, en nuestro organismo están todos los componentes físicos y químicos presentes en el gran y misterioso estallido que dio origen a todo lo que conocemos. Por eso, desde que el hombre se convirtió en un animal pensante, cualquier cosa que no entiende se la achaca a Dios.

Un día, el hombre se preguntó: Ajá, ¿y de dónde salió lo que estalló? Obviamente que de Dios, es decir, Dios es el límite de lo que la ciencia no puede explicar.

No nos enredemos y demos gracias a Dios de que existe Dios para explicar lo inexplicable, porque la cosa sigue complicándose y, por ejemplo, en teoría científica, podríamos adelantar o atrasar el tiempo si lográramos viajar a la velocidad de la luz (300.000 km/seg), ya que la variación de la concentración de la materia en el universo genera cambios en la velocidad en la que transcurre el tiempo.

Reconozco que estoy denso, pero es que quería preocuparlos haciéndolos concientizar el ridículo e insignificante tiempo que ocupa nuestra vida en el universo.

Lo que van a leer a continuación puede variar de persona a persona: alguien que haya logrado vivir 90 años ha pasado por lo menos 40 o 45 años durmiendo; 4 años sentado en la poceta; 3 años duchándose; 2 años y 6 meses en atascamiento de autos; 2 años hablando por teléfono; 3 años discutiendo; 6 años viendo televisión; 1 año afeitándose y acicalándose si es hombre, 1 año y seis meses, si es mujer; 1 año y seis meses haciendo diligencias en bancos y oficinas; 4 años sentado en una computadora, y 4 o 5 años viajando. Fíjense, de este ejemplo de 90 años, hemos perdido ¡más de 70!; o sea, que si llegamos a 90 nos han quedado menos de 20 años para realizar lo que supuestamente nos hará felices. ¿Y a qué dedicamos ese cortísimo y miserable tiempito? Los hombres pasamos no sé cuántos años echándoles los perros a las mujeres, y si son tan feos como Leonardo Padrón y yo, el doble.

Las mujeres pasan años quitándose de encima a los hombres del párrafo anterior.

Los hombres pasan otros años más tratando de montarles cachos a sus mujeres, quienes a su vez pasan el mismo número de años averiguando con quién anda el marido.

Los amantes de los deportes pasan años diciendo que hay que correr y que el whisky hace daño.

No quiero ni imaginar cuánto tiempo lleva leer artículos inútiles como este.

Lo importante es saber que desde el mismo momento en que nacemos, empieza a correr el tiempo en nuestra contra. Cada segundo que pasa estamos muriendo y no nos damos cuenta. Es una lucha perdida para nosotros.

Muchos se preguntan: ¿hay vida en el universo? La respuesta es simple: sí. Nosotros somos la prueba. Vivimos en el universo. La buena noticia es que los seres humanos, hasta ahora, somos los únicos en esta inmensidad capaces de concientizar tantas maravillas, incluso el misterio del tiempo y de Dios, quien, fastidiado de pasar 14.999 millones de años solo, decidió crearnos para compartir su maravillosa obra. Pobres los otros seres vivos que existen sin tener razonamiento de su existencia.

Si la vida humana inteligente durara una milésima de segundo, como ocurre en comparación con la grandeza del tiempo en el universo, valdría la pena vivirla por el solo hecho de tener la conciencia que nos permite explicar lo inexplicable.


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