La salida de Maduro y su banda de malhechores del poder es irreversible. La voluntad popular y su unidad le pondrán fin a una era de despotismo, arbitrariedades, violaciones a la Constitución, envilecimiento de las instituciones públicas, el sistemático y artero engaño a la población y la más profunda ineficiencia operativa gubernamental que registra la historia moderna de Venezuela.

En realidad, es el cambio de época lo que conducirá a sellar el final del mandato de un régimen que se identifica y representa el pasado, que sus funcionarios están envueltos en los más escandalosos casos de corrupción, que su proverbial ineficiencia operativa ha sumido al país en la obscuridad y la sequía, que ha entregado la soberanía y recursos naturales de la nación a los cubanos, rusos y chinos, y que a su conductor, por ello mismo, no se le percibe como el líder que pueda conducir al país hacia el futuro.

La agobiante continuidad de errores y omisiones en la definición y manejo de las políticas públicas y el asociado despilfarro y robo de los recursos de la nación han generado un ámbito de riesgos que ha puesto en peligro la supervivencia y la factibilidad del país.

El régimen trata de neutralizar, abolir y desconocer las tradiciones democráticas de Venezuela. A causa de su misma realidad, el gobierno ha perdido progresivamente su capacidad de persuasión y el país siente que se impone la necesidad de establecer una forma y visión ideológica distintas para aproximarse a la solución de los problemas que nos aquejan. Se trata, claro está, de la llegada al poder de una generación que se ha formado en la modernidad del pensamiento, cuyas emociones y recuerdos no proceden de las experiencias de la revolución cubana y mucho menos del entusiasmo por acompañar una ideología que ha demostrado fehacientemente su ineficiencia e incapacidad para generar el bienestar colectivo. Esta generación encarna el enfrentamiento del país democrático al bloque gobernante para establecer garantías contra la destrucción del orden constitucional y el hundimiento de una normalidad existencial vilmente agredida por una cohorte de aventureros y corruptos que carecen del mínimo de dignidad para rechazar ser dirigidos, desde afuera, por liderazgos vetustos y decadentes. Asimismo, el discurso de esta generación emergente contiene los elementos necesarios para comprender la naturaleza totalitaria del régimen. Los jóvenes líderes de hoy irrumpen contra el parapeto gubernamental que está vacío de ideas, atestado de consignas, carente de utopías y esperanzas, lleno de rencor y amenazas a los segmentos progresistas de nuestra sociedad.

Esta alternativa generacional es muy importante para influir en el ánimo, las esperanzas y en el cambio de actitud de un conglomerado humano que se ha formado en otras condiciones. De gente que ha vivido una realidad en la que había oferta de trabajo y bienes de consumo, de la defensa contra la disgregación del país, la posesión de una identidad propia y la existencia de gobiernos cuya duración y coherencia institucional parecían confirmar la presencia de una sociedad tranquila y en progreso.

Por otra parte, los líderes emergentes le transmiten al país la sensación de que ellos representan la mejor opción para la recuperación de la autoestima nacional luego de la pérdida del trabajo, la proletarización de la sociedad civil, la quiebra de los servicios sociales, la marginación, la falta de estímulos al emprendimiento individual y la aberrante división de los venezolanos entre dignos e indignos. Estos jóvenes llaman a todos los venezolanos a recuperar el país, a construir la nación y diseñar nuestro propio destino. Este llamado se fundamenta en el establecimiento de una nueva relación entre Estado y sociedad, que garantice una amplia coalición social y la vigencia de una verdadera comunidad de ciudadanos seguros de sus proyectos de futuro. 

Vivimos el tiempo y el escenario político apropiados, y también existe una decidida actitud de dar respuesta al autoritarismo actual para creer que ese liderazgo emergente obtendrá el más amplio respaldo ciudadano  para superar las secuelas de haber vivido en un régimen basado en la exclusión y en valores antidemocráticos.


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