G. K. Chesterton, escritor británico admirado y profusamente citado por Borges, que pensaba que los ángeles podían volar porque se tomaban a sí mismo a la ligera y que solo los bígamos creían en el matrimonio, concibió, para solaz de quienes gustan de un buen asesinato inglés, al Padre Brown, entrañable y entrometido cura con dotes detectivescas –más de un lector sabrá de sus peripecias gracias a una serie de la BBC que emite a saltos Films & Arts–, y cultivó con brillo el periodismo, género que, según dejó dicho, “consiste esencialmente en decir que ‘Lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo”. Gilbert Keith (nadie le llama así) se anticipó con jocundidad a quien acuñó la frase bad new is good new, seguramente el editor de algún tabloide que alimenta sus páginas con las desgracias de celebridades para satisfacer a un público prejuzgado de morboso, fórmula complaciente de comprobado éxito que la prensa amarillista comparte con el discurso populista tan en boga a diestra y siniestra en la región.

En tiempos de sequía informativa o de censura extrema, el comunicador social se las ingenia para derivar de hechos en apariencia anodinos o intrascendentes aspectos capaces de sorprender a quien los lee; en estos días, al contrario, nada necesita inventar, sino ingeniárselas para que, en un país en el que pocas cosas suscitan asombro o estupor, lo que en otras circunstancias sería acontecimiento excepcional no sea despachado con la presteza de lo que, a fuer de repetirse, es tenido por trivial o aburrido. Así, un día cualquiera puede toparse uno con denuncias de situaciones límites que, pese a su gravedad y dramatismo, no consiguen espantarnos ni quitarnos el sueño, como estos titulares, aparecidos simultáneamente, a principios de semana, en la edición digital de El Nacional: “Más de 30 niños con VIH están en riesgo en Nueva Esparta”; “El gobierno tiene 10 años en mora con los discapacitados”; “Vecinos de Brisas de Maiquetía sufren de un brote de escabiosis”; “Venezuela acumula 465 casos confirmados de sarampión”; “Prevención del VIH en Venezuela retrocedió a los niveles de inicio de la epidemia en 1980”; “Sectores populares de Vargas sin agua desde hace dos meses”; “Cerraron 4 estaciones del Metro por fallas eléctricas”. De esta enumeración se infiere que no exageran quienes sostienen que en el país hay una crisis humanitaria y claman por la apertura de canales de ayuda humanitaria; sin embargo, Maduro se empeña en negar la crisis. “¡Somos un país pujante, no somos mendigos de nadie!”, aseveró el hombre que carnetizó la mendicidad; por su parte, el valido para la salud la sacó de jonrón al afirmar que “la matriz mediática que se ha desarrollado sobre la difteria en Venezuela hay que eliminarla con la aplicación de la vacuna” (¿¡!?)

El día reseñado fue lunes y algunos medios, por obligación o adulación, dieron cuenta del “milagro de la multiplicación de los CLAP” que el candidato a perpetuarse comparó en su programa dominical con el portento mediante el cual Jesús alimentó, a partir de escasos panes (2 o 5, dependiendo del evangelista que lo relate) y muy pocos peces (un par, contabilizó Mateo) a unas 5.000 personas; una minucia frente a la hazaña de Nicolás que de esta guisa, y con peculiar sintaxis, pontificó: “Los CLAP son la expresión del verdadero cristianismo. Cuando Jesús, frente a su pueblo, multiplicó los panes y los peces… Nosotros multiplicamos los panes y los peces con los CLAP y se lo llevamos a todo el pueblo venezolano, a los más humildes […] ¿Qué fuera (sic) de Venezuela si no existieran los CLAP?”. ¿Existirán vacunas contra la estulticia y la megalomanía? De haberlas, es necesario inocular de urgencia al ministro y al presidente, no vaya a ser que contagien sus delirios a la población.

Mientras inventariaba los agravios a la integridad y seguridad de los venezolanos y reflexionaba sobre un proceso involutivo que, como bien hubiese sostenido Rómulo Betancourt, nos ha retrotraído a etapas ya superadas, recibí, vía WhatsApp, un mensaje que meses atrás se había hecho viral, tal reportó en agosto pasado el portal del Diario las Américas. Se trata de un fragmento de Casas muertas (Miguel Otero Silva, 1955) que no está de más reproducir aquí, advirtiendo, eso sí, que cualquier semejanza con la realidad presente es pura coincidencia. No todo, unas líneas no más: “Yo no vi las casas, ni vi las ruinas. Yo solo vi las llagas de los hombres. Se están derrumbando como las casas, como el país en el que nacimos. No es posible soportar más. A este país se lo han cogido cuatro bárbaros, veinte bárbaros, a punta de lanza y látigo. Se necesita no ser hombre, estar castrado como los bueyes, para quedarse callado, resignado y conforme, como si uno estuviera de acuerdo, como si uno fuera cómplice”.

Los bárbaros de hoy, como los de ayer, visten uniformes verde oliva. Pero teñidos de rojo. No portan lanzas ni látigos, sino fusiles Kaláshnikov y bombas Made in China. Esos desechos reciclados de la Guerra Fría, las echonerías de Chávez cuando loco de contento celebró, para que todos se enteraran de su aggiornamento, la apertura de su cuenta en Twitter –cual se tratase de una proeza tecnológica de reprogramadores, técnicos en computación e ingenieros y analistas de sistemas y no de una operación tan simple que cualquier tonto de capirote, ¡dodo, do-do!, puede realizar en un abrir y cerrar de ojos–, y la criptobrejetería del petro cacareado por Nicolás han sido, excepción hecha de los satélites de utilería operados por el imperio amarillo, las únicas y tangenciales aproximaciones a la modernidad de una revolución que se vende como del sigo XXI, pero es un producto ochocentista. Bastaba escuchar al comandante y sus arrebatos de nostalgia por la guerra de emancipación, las montoneras de Zamora y las andanzas de Maisanta para saber que el porvenir se nos estaba negando; no obstante, a contracorriente de la historia, hoy, 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos, el castrochavismo nos clavará el chuzo de la sovietización municipal y consolidará el poder de una tiranía militar disfrazada de “dictadura del proletariado”. Es, entonces, apropiado, ¿razones de simetría?, concluir estas líneas citando nuevamente a Chesterton: “Es posible que la frase ‘dictadura del proletariado’ no tenga sentido alguno. Tanto valdría decir; ‘la omnipotencia de los conductores de autobús’. Es evidente que si un conductor fuese omnipotente, no conduciría un autobús”. A buen entendedor…

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