Extraña y trágica realidad en la cual nos encontramos colocados los ciudadanos venezolanos, viviendo la paradójica situación de una dinámica abrumadoramente empobrecedora, en el contexto de una nación provista de las riquezas minerales más importantes del subcontinente. ¿Qué ha sucedido?

Detenerse y examinar en detalle el fenómeno de la ruina del país, haciendo todo el esfuerzo científico por comprenderlo y explicarlo, es una imperiosa necesidad, porque de otra forma es casi imposible que avancemos con éxito en la reconstrucción política, económica y social venezolana, si lo ignoramos.

No es suficiente con disponer del dinero que necesitamos para hacerlo, es vital la elaboración y la práctica autocrítica para realizarlo en forma eficiente, pero el cómo utilizaremos los recursos económicos y humanos es esencial, y ese debate es una discusión política necesaria.

Y se trata del cómo debe ser, utilizando con propiedad y dedicación la información, porque no es posible olvidarse de por dónde comenzó el proceso de deterioro, que en la actualidad apreciamos como grave; dio sus primeras campanadas de alerta en los acontecimientos del Viernes Negro (1983) y luego en el Caracazo (1989), para quedarse entre nosotros a partir de los pronunciamientos militares de 1992

Señales que apuntaban claramente a la revisión en profundidad del rentismo y del clientelismo, políticas de Estado desarrolladas durante décadas, identificadas pero muy presentes, dada su utilidad y las facilidades que ellas prestaron a la corrupción y al control del poder estatal, para enriquecerse con muy poco trabajo y sin ningún control.

Sin embargo, quedó pendiente en la revisión crítica, la necesidad de superar la perversión continuista, herencia de los doscientos años de vida independiente, pero tampoco en esta materia hubo sensibles progresos; ocurrió lo contrario, en las élites del poder político se continuó corriendo la arruga, más y mejor continuismo.

Es en este escenario político, ampliamente acompañado de las crecientes dificultades económicas, que se venían acumulando en la sociedad en la cual la producción se había estancado, la inflación llegó para quedarse y el gasto público se había encogido como consecuencia de la reducción de los ingresos estatales, había cesado la contención de la pobreza y de la violencia interior, por lo que entonces entró en crisis el proyecto liberal-democrático.

A una y otra orilla de la corriente surgieron las voces de alerta sobre los riesgos conspirativos que se desarrollaban, “si el río suena es porque piedras trae”, todos los dirigentes nacionales de las diversas tendencias partidistas asumieron la denuncia de la situación, realidad que incluso fue novelada alcanzando una extraordinaria audición.

Sin embargo, no solo no se produjo lo esperado, un acuerdo nacional para desarrollar un paquete de reformas políticas progresistas, destinadas a profundizar en la democratización de la República, soportadas por un nuevo proyecto de crecimiento económico, esquema destinado a ampliar la productividad no petrolera e incorporar la participación del sector privado.

El reparto de la miseria electoral entretuvo al liderazgo, y se detuvieron exigencias indispensables como eran y siguen siendo la de la descentralización del Estado o la reforma de la norma electoral, recursos políticos y administrativos de extraordinaria importancia y los cuales se han podido convertir en un relanzamiento del proyecto liberal democrático, en esta ocasión potenciado por un mayor contenido social.

Y en la desorientación creciente, de nuevo el militarismo emergió de la mano de la avaricia, trayendo la decimonónica propuesta de que el mesías armado es el mejor conductor de los asuntos públicos, y muy particularmente de los negocios, “porque en boca callada no entran moscas”, opción que tuvo desde el primer día el apoyo pleno de la delincuencia financiera criolla e internacional.

Y el resto del cuento lo hemos vivido muy de cerca, al mesías le funcionó el disfraz nacional y social hasta cuando se le agotó la plata; era tanta que le alcanzó para derrocharla, regalarla a los panas cubanos y de Suramérica, y robársela a manos llenas durante 10 años largos, pero al agotarse la “leche dorada”, la locura y la incapacidad administrativa se los ha comido.

El heredero del trono presidencial no ha dado pie con bola en la intención de que el autobús llegue a la hora y en buenas condiciones al terminal. Definitivamente, hemos sido conducidos al barranco del desorden, de la pobreza, de la violencia interior y de la corrupción, problemas que debemos resolver ahora, en tiempo presente.


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