Tal vez los únicos que no se alarman por la tragedia venezolana son los inquilinos de Miraflores, los cubanos y Zapatero. Unos enajenados, otros por comparación con su propio desastre y otro por pensar que el camino de la ruina nacional es perfectamente justificable como consecuencia ideológica.

Hemos topado con una dirigencia que hace lujo de la insensibilidad tanto como de su total y absoluta incapacidad para siquiera aspirar al bienestar de su pueblo. No se trata de reclamar respeto a nuestra Constitución y leyes, tampoco de aspirar a un régimen democrático que permitiera la universalmente aceptada regla de la división de los poderes, ni siquiera de exigir un mínimo de honradez puesto que ya nos acostumbraron a su corrupción como modus operandi; se trata de exigir que dejen el exterminio de la población como política de Estado y tengan un ápice de humanidad para recuperar algo de compasión para con nuestros conciudadanos.

Si algo nos arruga el alma es la lectura de los recientes informes de la ONU, por medio de la oficina del Alto Comisionado para los Refugiados, que estiman que desde el año 2014 más de millón y medio de venezolanos han buscado refugio por necesidades alimenticias, medicinales y seguridad en los países vecinos y del Caribe.

Esta estampida está creando grandes problemas humanitarios en los departamentos La Guajira, Arauca y Santander de Colombia, así como del estado Roraima del Brasil, presiones que exigen soluciones urgentes en aguas potables, asistencia médica y sanitaria, vacunaciones y sobre todo nutricionales, pues nuestros compatriotas llegan a esas tierras en un estado famélico. La ausencia de programas de vacunación en Venezuela (se robaron los fondos destinados para ello) ha producido el resurgimiento de enfermedades como el sarampión y la lechina, como ya lo confirman las autoridades de los países receptores.

Los enajenados bolivarianos ahora que podrían pedir a los rojitos médicos cubanos que vinieran a asistir, sin cobro de petróleo, no lo hacen pero no dicen ni gracias al “imperio” que recientemente aprobó el aporte de 16 millones de dólares, que suman 21 millones con los de 2017. Programas como la Organización Mundial para las Migraciones ya han presupuestado más de 40 millones de dólares para asistir a esta diáspora en los países receptores de la región.

Ha llegado el momento de ejercer la diplomacia, no para insultar ni expulsar embajadores, sino para escoger a los mejores negociadores que, muy humildemente, busquen la mayor ayuda posible para nuestros errantes compatriotas, esos que ya superan los 2 millones en todo el mundo: 700.000 en Colombia, 100.000 en Ecuador, 60.000 en Brasil, 200.000 en España, 50.000 en Italia, otros tantos en Portugal, Aruba y Curazao.

Es el momento de agradecer a los gobiernos de las naciones que hoy reciben a nuestros hermanos que les estén facilitando el ingreso e inserción a sus sociedades, tal como lo hizo nuestro país a sus nacionales en el pasado. Se trata de ayuda humanitaria.

A los enajenados de Miraflores le reclamamos un gramo de compasión para que faciliten esa ayuda humanitaria que muchos están dispuestos a dar, pero ellos se vanaglorian al impedirla.


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