En vísperas de que, con el inmenso rechazo de la comunidad internacional, Nicolás Maduro asuma formalmente como dictador de Venezuela, he escuchado con atención la entrevista que Carla Angola le hizo a Christian Zerpa, hasta hace pocos días “magistrado” del TSJ, y ahora solicitante de asilo nada menos que en el tan estigmatizado imperio. Zerpa no es el primero en desertar, y tampoco será el último en abandonar una destartalada nave que hace agua por los cuatro costados. No nos extrañemos de que, en los próximos días, haya nuevos saltos de talanquera, incluyendo a eximios profesores en ese misterioso arte.

En una entrevista de casi 40 minutos, Zerpa denigra del régimen que hasta ayer defendió con tenacidad, desde las filas del PSUV, un curul en el Parlamento, o su sillón en el TSJ. Como era de suponer y según el relato del propio Zerpa, su designación en este último cargo no fue un reconocimiento a sus supuestos méritos profesionales, sino el premio a su compromiso revolucionario y a su disposición a cumplir órdenes del PSUV o de Miraflores. De todo lo dicho por este nuevo desertor, no hay nada que los venezolanos ignoraran; ya sabíamos que las últimas elecciones presidenciales fueron un fraude, que no hay independencia de los poderes públicos, que el TSJ es un instrumento al servicio del régimen, y que muchas de sus sentencias son elaboradas en Miraflores.

Teniendo en cuenta quiénes han estado al frente de la administración pública en los últimos veinte años, ha quedado demostrado que el chavismo no cuenta con gente preparada ni siquiera para gestionar un kiosco de venta de periódicos. Y no es que los ministros, los rectores del CNE, el defensor del pueblo o los jueces y fiscales carezcan de una formación profesional básica, sino de los principios y valores necesarios para servir en una sociedad democrática, y para ganarse el respeto de sus conciudadanos. La ética y la lucidez nunca han sido las notas que han distinguido a los hombres del régimen; pero la incoherencia conceptual y política sí. En el caso de Zerpa, después de escucharlo intentar hilvanar algunas ideas, hablando de sus miedos y tratando de justificar lo injustificable, solo podemos sentir lástima; no es extraño que a un personaje de esa naturaleza lo hayan elegido para formar parte de un tribunal servil. Excepto por el olfato que le permite vislumbrar lo que viene, no hay ninguna diferencia entre él y los chavistas que todavía están usufructuando del poder.

En sintonía con lo anterior, Chávez se empeñó en designar a un ignorante en los asuntos del Estado como su heredero político; ese nombramiento fue un regalo envenenado que terminó de arruinar a Venezuela. Cuando estas líneas sean publicadas, Maduro ya habrá jurado que la suya es una dictadura con fecha de término, aunque sus intenciones sean eternizarse en el poder; en contraste con las recientes tomas de posesión de los nuevos mandatarios de Colombia, México y Brasil, Maduro lo habrá hecho sin la presencia del grueso del cuerpo diplomático; al momento de escribir estas líneas, solo estaba prevista la asistencia de dos jefes de Estado: Evo Morales y el cubano Díaz-Canel, que habrán intentado reconfortarlo en su soledad. Esta vez no se anunció la asistencia ni siquiera de Daniel Ortega, Zapatero, Oliver Stone o Diego Maradona.

Aislado internacionalmente, despreciado por las naciones vecinas, maldecido por su propio pueblo, con prohibición de pisar el territorio de varios de los países del continente, y con un juicio penal en ciernes ante la Corte Penal Internacional, Maduro no se encuentra precisamente en un lecho de rosas. Pero hay que tener compasión con quien, aun disfrutando de las mieles del poder, ha caído en desgracia incluso ante sus más fieles seguidores, hoy refugiados en el imperio.


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