Ayer se efectuó la elección de concejales. La farsa electorera –más que una elección– constituyó un auténtico plebiscito. La resultas del mismo son la comidilla el día de hoy. Afirmar que fue plebiscito no es una arbitrariedad por parte mía. Tampoco lo es el pretender hacer una disertación semántica del hecho. Disquisiciones semánticas de términos definitorios de índole político, sociológico o antropológico, tales como “dictadura, totalitarismo y régimen autoritario”. Tan de moda en la actualidad. La escuálida votación realizada (esperada y anunciada por muchos) permite denominar de esta manera el acto político celebrado.

Quienes llamaron a ejercitar el voto (el oficialismo, además de pocas colectividades y personalidades opositoras) deberán estar haciendo ejercicio de la introspección acostumbrada. Su ceguera política ya es crónica en el mundo opositor. Se trata de un asunto patológico.

No se trata de abjurar del ejercicio del voto como medio político para dirimir diferencias. El voto sigue y seguirá siendo el mejor método para hacer viable el ejercicio de la democracia. Lo que se trata ahora es de reafirmar que las dictaduras son reacias por formación a facilitar de manera idónea el sufragio. La argumentación para la abstención electoral es ampliamente conocida: con las arpías del ministerio de elecciones del gobierno y la Sala Electoral del TSJ es un ejercicio inocuo y diletante. Genérico y ayuno de contenido que lo único que proporciona es la ilusión de un milagro que jamás habrá de cuajar. Para el gobierno significa solamente el reiterativo “cuento de camino” –ya increíble– de que Venezuela es democrática por poseer el récord mundial de consultas electoreras chimbas en los últimos años.

Lo cierto es: “Consummatum est”. La semana comienza –una vez más– con dimes y diretes. Diciembre ha sido siempre en nuestro país un mes muy singular. Además de las celebraciones de Navidad y año nuevo tradicionales, los venezolanos habíamos acogido una peculiar costumbre festiva, casi secular, del inicio vacacional que finalizaba después de la segunda semana de enero. En el ínterin comenzábamos a degustar comidas especiales: las hallacas, los bollos, ensalada de gallina, jamón planchado, el pan de jamón y el dulce de lechosa. Agregando costumbres foráneas como el pavo horneado, el lechón, los turrones y el panettone. Las infaltables bebidas espirituosas: whisky, ron, cerveza, ponchecrema y espumantes de diversa naturaleza. Todo acorde a los bolsillos de cada quien. Los aguinaldos y villancicos se fueron complementando con bullangueras gaitas maracuchas. Existía una especie de pacto no escrito donde privaba el llamado espíritu navideño. Se exaltaba la paz y se obviaban –posponiéndolos– los problemas políticos puntuales.

Sin embargo –toda regla tiene su excepción– hubo algunas navidades (a partir de la segunda década de los cincuenta) en las que el mes diciembre –con las particularidades ya descritas– también se encontraba consustanciado y ligado con jornadas de carácter político. Casi siempre con la fecha tope del día 15 con la intención de sumergirse en el jolgorio. Las elecciones presidenciales en nuestro país, luego del 23 de enero de 1958, se realizaban en este bonchón mes.

Las navidades de 1952 –luego del fraude electoral cometido el 30 de noviembre– tuvieron oscuros presagios. “La violencia de Estado” iniciada (casi formalmente) con el vil asesinato del líder opositor Leonardo Ruiz Pineda el 21 de octubre hubo de consolidarse de manera cruenta en los años siguientes. La brutal represión (con muchos muertos, torturados, presos y exiliados) fue conducta habitual del régimen milico. Así las cosas (hasta el final de la dictadura hubo oposición clandestina militante), llegamos al 15 de diciembre de 1957. Envalentonado el dictador –que decía mandar en nombre de las FAN– por los resultados de la represión ejercida por la SN (Sebin de la época) consideró conveniente realizar una consulta electoral no prevista en la ilegítima constituyente y Constitución instaurada en 1953. Todos los dictadores son soberbios por antonomasia. En vez de elección para designar al presidente, convocó al plebiscito de rigor. El Consejo Electoral –turbio e ilegítimo como el actual– declaró ganador al también (como el actual) obeso dictador. Entonces –aparentemente y a partir del 15 decembrino– los compatriotas se aprestaron a disfrutar como es debida la Navidad. ¡En aquel entonces había de todo!

Lo cierto fue que a “sotto voce”, desde mayo, con motivo de la Pastoral de Monseñor Arias Blanco, y el resurgimiento de la actividad clandestina a través de la Junta Patriótica acompañada con valientes actividades de calle opositoras, la “procesión iba por dentro”. El primero de enero aviones de guerra sobrevolaron Caracas (con bombas y metralla) sorprendiendo a los trasnochados y enratonados conciudadanos. En apenas 23 días la “poderosa” dictadura se desmoronó. De manera muy parecida a como lo hizo “el muro de Berlín”. Lo demás es historia conocida.

En las postrimerías de 2018 algunas mentes afiebradas de compatriotas guardan y profesan una dialéctica peculiar para entender y asumir conductas políticas relacionadas con el uso del voto de manera general. La semana pasada hubo un cúmulo portentoso de opiniones al respecto. Singulares y cínicas algunas. De buena o de mala fe otras. Muchas revestidas con consideraciones particulares. Muy “miopes” y torpes para adjetivarlas de alguna manera. Los politicastros ampliamente conocidos expresaron sus picarescas razones (de igual modo conocidas). Algún émulo frustrado de Cantinflas dixit: “Yo prefiero que me roben el voto a perderlo por no ejecutarlo” (sic). De igual modo, una de las cabezas formales de la cofradía eclesiástica llamó a votar. ¡La grey lo mandó a la porra! Aunque existen (¡Gracias a Dios!) algunos “virtuosos”. Presumo que todos estos cultores del voto irreflexivo comenzarán en enero con la prédica de iniciar una campaña electoral tendente a realizar las elecciones primarias destinadas a la escogencia del candidato opositor para enfrentar en diciembre de 2025 al candidato escogido por Maduro. El aparentemente seguro (por ahora), Trucutú, el del mazo prehistórico.

Las navidades venezolanas correspondientes a este año serán recordadas por las futuras generaciones como las más oscuras y tristes de toda la era republicana. Incluyendo la guerra de independencia y la guerra larga. Las dictaduras de Castro y Gómez. La penúltima dictadura perezjimenista. La hambruna en general y la carencia generalizada de bienes actual ostensible. ¡“Con los tuertos y aseguradores” excepciones de rigor! Ojalá que este desasosiego espiritual y material que padecemos, el que nos oprime y nos acogota, nutra y otorgue el valor necesario para emprender en el venidero año todas las acciones necesarias para resolver de manera definitiva la crisis nacional… ¡Todos al paro o huelga general por 24 horas el venidero 10 de enero!

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@CheyeJR


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