En enero de 1895, el presidente Joaquín Crespo decreta la Apoteosis de Miranda como obligado y tardío homenaje al Precursor de la Independencia; el acto central se fijó el 5 de julio de 1896, cuando se inauguró en el Panteón Nacional su cenotafio en blanco mármol. En el marco de aquellas grandes celebraciones, el gobierno nacional, entre otras cosas, mandaría a erigir una Estatua de la Libertad en la cima del Calvario caraqueño y un monumento en Puerto Cabello para honrar a los americanos que acompañaron a Miranda en la fallida expedición de 1806, ejecutados en ese puerto tras su captura.

Desde el mismo momento en que se decreta la construcción, comienza en la ciudad una agria discusión sobre el lugar que debería ocupar. Algunos se manifestaban a favor de erigirlo al lado del Castillo Libertador, después de todo allí fueron ahorcados los mártires en cuya memoria se levantaría. Otros proponentes sugerían el lugar que actualmente ocupa frente a la Casa Guipuzcoana, mientras que otros eran partidarios de que ocupase el espacio al comienzo de la entonces llamada Muralla, hoy zona aledaña a la Planchita. Una nota periodística aparecida el diario valenciano El Correo, del 5 de junio de 1896, da cuenta de la polémica de aquellos días: “Todavía no se sabe en qué lugar colocarán el monumento conmemorativo, decretado por el Gobierno Nacional. El redactor de un importante periódico de esta ciudad, aboga porque lo coloquen en la plaza que queda en medio de las dos Aduanas; mientras que un boticario, por sí y en nombre de la ciudadanía, dice que mejor quedaría en el Boulevard de la muralla; y otro que según informes es encargado de bienes de difuntos, presenta un proyecto para la construcción de un paseo en toda la extensión de la costa u orilla del mar, desde los Baños hasta la Logia Libertad”.

El comentarista se quejaba preguntándose cuál era el objeto que inspiraba al Ejecutivo a decretar la construcción, el embellecimiento de la ciudad o recuerdo de los americanos que dieron su vida por la independencia, para concluir amargamente diciendo: “Veremos quién triunfa; si el que ordena que se coloque en la planicie del Castillo Libertador, o los que pretenden embellecer el frente de sus casas a su antojo”.

Existe la creencia de que el monumento, conocido en sus inicios como Columna a los Americanos –hoy llamada Plaza del Águila– fue erigido en julio de 1896; no obstante, las fuentes revelan otra cosa, como lo veremos a continuación. Puerto Cabello, al igual que el resto de Venezuela, se suma de manera entusiasta a las celebraciones en memoria de Francisco de Miranda. Las festividades discurrieron entre ofrendas, procesiones, discursos y galas artístico-literarias, de gran solemnidad y pompa. El día 4 de julio, en horas de la tarde, una nutrida comitiva de la junta nacional y la junta patriótica marcharía en procesión con el retrato de Miranda, flanqueado de los pabellones venezolano y norteamericano hasta las inmediaciones del Castillo Libertador, para colocar allí la primera piedra del monumento conmemorativo ordenado por el gobierno nacional, en recuerdo de los diez norteamericanos ejecutados el 21 de julio de 1806. Concluido el acto el cuadro sería devuelto en procesión hasta el Teatro Municipal, teniendo lugar en la noche un acto literario.

Así que, contrario a lo afirmado por algunos historiadores que fijan su inauguración en julio de 1896, la verdad es que la solemne jornada tiene lugar el 25 de febrero de 1899, tal y como lo reseña El Cojo Ilustrado en su edición del 15 de abril. De tal forma que dos años y medio mediaron entre la colocación de la primera piedra y su levantamiento definitivo, tiempo en el que las autoridades terminan cambiando de parecer y lo colocan en su posición actual, es decir, frente al viejo almacén de la Guipuzcoana. El monumento en granito y bronce, sería levantado en 23 días, correspondiendo los trabajos a los ingenieros venezolanos Germán Jiménez y Guillermo Lebrún. Afirma el historiador Asdrúbal González que la obra corresponde al escultor francés Enmanuel Frémiet, célebre durante el siglo XIX por sus figuras de animales, mientras que la fundición estuvo a cargo de la empresa Thiébaut Fréres, de París. Hecho curioso, además, es que a pesar de la creencia generalizada de que el ave en alas abiertas que remata la columna era un águila –en clara alusión a Norteamérica– décadas más tarde los investigadores repararon en el hecho de que se trata de un cóndor.

Un conjunto escultórico de esta naturaleza e importancia recibiría la atención y cuidado de las autoridades en cualquier otra parte, menos en Puerto Cabello. Hoy vemos con tristeza cómo, poco a poco, está siendo desvalijado ante la apatía del gobierno local, a pesar de nuestras denuncias, pues para algunos resulta más importante el valor económico del bronce que lo adorna, antes que el trágico episodio que rememora y la obligación que tenemos de honrar a nuestros forjadores de libertad.

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