Según nos cuenta Mirtha Rivero en La rebelión de los náufragos, Carlos Andrés Pérez buscaba una nueva conducción económica del país que le permitiera avanzar y recuperarse de la crisis que venía padeciendo desde hace mucho tiempo. En otras palabras, quería sentar las bases para una nueva Venezuela, una Venezuela moderna que pudiera competir con los países del ‘primer mundo’. A estas reformas les llamó el Gran Viraje. Pero una cosa es lo que CAP deseaba o visualizaba y otra muy distinta es lo que percibieron las élites políticas y económicas y gran parte de la población venezolana. El Gran Viraje, aun cuando demostró parcialmente su potencial para empujar al país hacia la dirección correcta, no pasó a la historia como el giro hacia la modernidad, sino como la implementación de un ‘paquetazo neoliberal’ que aceleró la pobreza y la desigualdad en Venezuela.

Nuevamente nuestra historia moderna nos lleva a una encrucijada lejanamente parecida a la que vivió CAP: tenemos que corregir los errores de políticas públicas heredadas de las administraciones previas, en este caso de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. La gran diferencia entre la Venezuela de CAP y la Venezuela de hoy es que la situación social y económica actual no tiene ningún precedente a nivel universal. Venezuela está en el piso y tenemos que levantarla.

La administración de Juan Guaidó ha propuesto el llamado Plan País, una serie de reformas en diferentes materias, incluyendo la economía y la seguridad ciudadana, dos temas claves para Venezuela. Ahora bien, ¿habrá lecciones de nuestro pasado que nos sirvan para que estas nuevas reformas puedan consolidarse como el nuevo Gran Viraje que tanto necesita el país? La respuesta es sí, sí las hay.

En primer lugar, reconociendo que cada 9 de 10 venezolanos vive en pobreza y que esta situación está causando la migración forzosa más grande de la historia de Latinoamérica, lo central de Plan País debe ser recuperar el bienestar de los venezolanos. Todas las reformas deben pasar por el entendimiento de que la población más vulnerable necesita apoyos especiales para poder recuperarse e integrarse al mercado laboral. Y por ello, la primera lección que nos deja nuestra historia es que siempre debemos ponerles un rostro humano a las reformas. Sí, tenemos que recuperar nuestros derechos económicos, pero estos derechos no los podrán ejercer la mayoría de los venezolanos si no se recuperan también los derechos sociales. Lo social y lo económico deben ir de la mano.

En segundo lugar, si bien es cierto que más de 80% de la población desea un cambio político para que su situación personal cambie, ese 80% no necesariamente se traduce en apoyo a una sola opción política. De hecho, actualmente, ningún partido por si solo alcanza 15% de apoyo popular. Si el Plan País está pensado como el nuevo Gran Viraje y no solamente como políticas públicas de transición, estas reformas deben contar con el apoyo de todas las élites económicas y políticas del país. Recordemos que CAP, en parte, fracasa por no contar con el soporte de su partido y otros sectores claves para sus reformas. En vez de haber convencido a todos los actores relevantes de la necesidad del Gran Viraje, este pensó que las podía implementar sí o sí por dos razones: 1) porque las medidas eran correctas y 2) porque él era un líder popular. La segunda gran lección, entonces, es que las reformas de esta magnitud, así como el Plan País, deben ser reformas realmente nacionales y que cuenten con el apoyo político y económico más amplio posible. El Plan País no debe tener tintes personalistas ni partidistas, sino tintes tricolores.

La tercera lección es una combinación de la primera y la segunda. El cambio, por más positivo que sea, no se decreta ni se impone, se debate y se construye. CAP contaba con un equipo técnico impecable, pero, como nos recuerda La rebelión de los náufragos, ni los técnicos, ni CAP supieron comunicarle a la población lo que venía con las reformas. Para que el Plan País sea exitoso no solo requiere del gran equipo que lo está desarrollando, sino también se tiene que explicar el porqué de estas medidas y los efectos que estas van a tener en las vidas de los venezolanos a corto y mediano plazo. Se han hecho esfuerzos de presentar las reformas, sin embargo, la mayoría de la población no asiste a estas reuniones por razones obvias. Y aun cuando es difícil explicarle a una ciudadanía que padece de hambre y miseria el contenido de reformas estructurales, es extremadamente importante hacerlo. Esto no implica que un futuro ministro de economía deba recorrer el país explicando fórmulas económicas a la población. Lo que considero necesario es que, desde ya, todos los partidos deben convencer a los venezolanos de estas reformas para que puedan contar con su aval. La red de voluntarios por Venezuela, por ejemplo, puede ser un mecanismo de comunicación entre élites y ciudadanía. Si la población entiende y siente que estas reformas son tan suyas, así como de las élites, el Plan País será más exitoso que el antiguo Gran Viraje.

Las élites políticas tienen ahora mismo otra oportunidad histórica de diseñar una nueva Venezuela. Con un énfasis central en lo social, una unidad interpartidista, y el apoyo popular de los ciudadanos, el Plan País puede convertirse en ese Gran Viraje que CAP nunca pudo materializar.


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