Venezuela democrática recibe sin complejo alguno la ayuda de Estados Unidos de Norteamérica.

Porque desde los viejos zares hasta el nuevo Vladimir Putin, refrendado por Lenin y sus herederos, el sustrato histórico de Rusia radicalizado por su Revolución de Stalin, es autoritario, represivo, dominante, discriminador, sanguinario, masacrador injerencista de pueblos y países completos. Los escritores clásicos Gogol, Chejov, Dostoievski, Tolstoi, luego en el siglo XX Anna Ajmátova, Pasternak, Solzhenitsyn y otros grandes maestros de su literatura lo confirman desde distintos ángulos religiosos y políticos personales en sus diversas épocas. Con brevísimas pausas como el glasnost, lo que permanece intacto es su genético totalitarismo. En centurias anteriores las mazmorras imperiales zaristas y desde el siglo XX, los campos de exterminio llamados “de trabajo” o gulags fueron concebidos para segregar y liquidar a pobladores, lo mismo al camarada o tovarich que al sospechoso disidente o cualquiera que dificulte con su presencia excesiva el poder militarista absoluto. Lo testimonian importantes autores contemporáneos, víctimas del invasor imperialismo soviético, escapados de milagro, para nombrar dos, el checo Milan Kundera y el húngaro Sándor Márai, cuyas obras los millenials deberían considerar sus libros de cabecera.

El putinismo, vía castrochavista, sigue la tradición. Recurren a cualquier método, sea ejecuciones, cárcel y prácticas genocidas por desnutrición, hambrunas y pestes regidos por el crimen organizado, para mantener y extender su trono de control total que elimina al individuo libre capaz de integrar un legislado pacto cívico de convivencia. Para ellos la democracia es la peor traición.

Estados Unidos de Norteamérica como todo el continente americano se fundó sobre bases racistas y de exclusión social sostenidas en premisas religiosas de larga data. Pero en sus más de doscientos años evolutivos a través de duras batallas militares y jurídicas, domésticas y foráneas, ha logrado legitimar su modelo constitucional resumido en la premisa “We the people”.Su imperialismo liberal capitalista, como toda empresa humana, contiene graves deficiencias y normas injustas, pero su columna, su eje constitucional, permite reformas y enmiendas de los tres poderes que en sostenida vigilancia mutua, detectan abusos y castigan delitos anticonstitucionales, hasta ahora la barrera, el muro que impide se implante un militarista Poder Ejecutivo dictatorial o totalitario. Así ocurre desde su guerra contra y proesclavista norte-sur, pasando por el macartismo hasta este crítico momento.

En detalles cotidianos, la Venezuela urbanizada y moderna fue y sigue siendo pitiyanquista. El criollo pobre toma caña o ron; de su clase media en adelante cervecita, whisky y los llama tragos, solo sus oligarquías como la actual castrochavista pueden acceder al vodka y llamarlo druk. Esto ha sido y es beisbol de pequeñas y grandes ligas con zapatos tenis, y no los atletas sobre hielos antárticos, triunfadores en mayoría por consumir drogas bajo protección estatal. Utiliza los aparatos gringos que hacen y difunden música desde el góspel y jazz hasta reguetón pasando por merengue y salsa, nada de ochichornyes y menos aún sus himnos seudoproletarios .Se protege del sol con sombreros de cogollo y cachuchas de tela plástica, no con gorros y capuchones de pieles para el invierno siberiano. Dice ok en lugar de horosho y pravda; saluda con un hola derivado del inglés hello en vez de privyet; su amigo es pana, vale, mano, nunca tovarich. Sin vuelta atrás, la renta petrolera nos yanquizó en uso y costumbres, la lista es muy larga y sin reserva alguna llega la hora de admitirlo sin perder un ápice los derechos y deberes que otorga la justa y perfectible venezolanidad constitucional.

A quienes no reconocen esta verdad se los despide con un “putinescos go home”.

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