I.

Por estos tiempos –suelo decirlo siempre cuando arranca la temporada– los venezolanos nos refugiamos en el beisbol para eludir al país desencuadernado y hostil en el que discurre nuestra existencia. Lo hacemos con la pretensión de guarecernos un rato, un rato que dura nueve innings, bien sea en el estadio o frente al televisor e, incluso, junto al radio. Nos cobijamos bajo esa extraña y sabrosa sensación de normalidad y certezas, muestra de que el país también tiene escenarios amables, libres de la desazón que gobierna la vida nuestra de cada día. Ejercemos, así pues, el derecho constitucional a la evasión a sabiendas de que el exceso de realidad es nocivo para la salud, mucho más que el cigarro, la comida rápida o el sedentarismo. En mi caso, una muestra de ello, aparte de atender religiosamente el desempeño de los Tiburones de La Guaira, es escribir este artículo que no habla del petro, ni de los apagones ni de si los chinos y los rusos nos van a prestar dinero para, al menos, torear la crisis económica.

II.

Las estadísticas, aunque siempre han sido un rasgo distintivo del beisbol, han cobrado una relevancia difícil de exagerar. La recolección y análisis a alta velocidad de una cantidad casi infinita de datos que se entrecruzan de múltiples maneras para mostrar los aspectos más disímiles del juego, es parte medular en el beisbol moderno, factor indispensable en el diseño de estrategias, la selección y la contratación de jugadores, la aplicación de métodos de entrenamiento, el estudio del desempeño de los equipos rivales y paremos de contar.

Nos encontramos, así pues, en la era del Big Data. Todo se procura medir y cuantificar y se considera que las victorias no son únicamente responsabilidad de managers, ni siquiera de los jugadores, sino de estadísticos, ingenieros de sistema, computistas y profesionales de las ciencias sociales, ocupados de arrinconar al azar y dibujar el futuro de cada partido o temporada, así como el de cada jugador.

Así las cosas, cuando los Astros de Houston, un club menos que modesto, se alzó el año pasado con el campeonato en la Serie Mundial, venciendo a los favoritos Dodgers de Los Angeles, sus directivos señalaron que lo lograron “…gracias a una computadora, varios algoritmos y millones de datos…”. Se trata, así pues, de una revolución que tiene su epicentro en el beisbol norteamericano, pero que empieza a llegar, con no mucha fuerza, todavía, a orillas venezolanas.

III.

Uno siempre oyó decir, vía narradores y comentaristas, que en el beisbol la clave es el pitcheo. Por los vientos que soplan, pareciera que habrá que explicar que ahora el asunto no radica exclusivamente en el cuerpo de lanzadores con el que cuenta un equipo, sino con el cuerpo de técnicos especializados en el tratamiento de la información. En fin, el tema está pasando a ser no tanto (¿ni solo?) el pitcheo, sino el Big Data.

¿Exageración? A lo mejor, pero hay que tener presente el hecho de que, no solo el beisbol, sino todas las disciplinas están siendo radicalmente impactadas por un menú diverso de innovaciones tecnocientíficas que amenazan con alterar la esencia de la actividad deportiva, porque, dicho en pocas palabras,trasladan la competencia desde las canchas y pistas, hacia los laboratorios de investigación. Para no extenderme, basta con señalar que la alteración de la genética con propósito de mejorar el rendimiento del atleta, ronda el deporte desde hace un rato, según lo ha reconocido el Comité Olímpico Internacional.


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