Cada cinco años se reúne el Partido Comunista chino en un congreso pensado para marcar el rumbo y el paso de la gran nación china hacia su porvenir. China es, en estas horas, una de las grandes potencias en cuyas manos se dirime el futuro planetario, y este se verá marcado por las decisiones que se tomen el 18 de este mes. La primera de ellas es la permanencia de Xi frente al timón de su país y la lista de quienes lo acompañarán en la coyuntura actual. De los siete puestos que componen el Comité Permanente, que es el principal órgano de poder, cinco van a rotar a partir de una compleja negociación entre las distintas facciones del partido. El poder acumulado por Xi es de los más altos que haya tenido algún jefe de gobierno. Su temperamento es pausado, sereno y firme, pero su garra es fuerte. La purga severa que él ha desatado dentro de su entorno deja claro que quienes no están detrás del líder para compartir sus ejecutorias, se convierten en sus enemigos. Es así como todos contienen la respiración ante el difícil ajedrez que está por jugarse en pocos días.

Hay eventos concomitantes a esta magna reunión y ellos son susceptibles de modificar la dinámica política o económica china. Xi lo sabe. Uno de los aspectos de cuidado es la economía del coloso que está pasando mensajes al exterior de inestabilidad, lo que ha provocado importantes salidas de capitales. Quienes, desde afuera, observan los fenómenos chinos están claros en que un golpe de timón se puede producir para conseguir otorgarles seguridad a terceros, particularmente, en el manejo de las empresas estatales. Nada sería mejor para los líderes que poder obtener para China la calificación de “economía de mercado” que hasta ahora le ha sido negada por las fichas determinantes de la dinámica mundial: Japón, Estados Unidos y la Unión Europea. Pero los ajustes que es necesario hacer al interior para que ello ocurra no son pocos y son costosos para la población.

Y luego está Estados Unidos, el gran reto que tiene Xi por fuera de sus fronteras. El estilo de trabajo con el que se están manejando las prioridades de la primera potencia en manos de Donald Trump no es sencillo de enfrentar por sus socios del exterior y por China en particular. De cara a esa relación entre Pekín y Washington, lo que Xi ha decidido hacer es evitar efectuar posicionamientos tajantes en temas espinosos en la espera del congreso que se celebrará en pocos días.

Estos tienen que ver con la posibilidad de que Estados Unidos desate una batalla comercial a través de la imposición de altos aranceles a los productos chinos; la diatriba que enfrenta Washington en torno a Corea del Norte; los desafíos de Estados Unidos a la política de “una sola China” que amenazan la paz y la seguridad relacionada con Taiwán; los desacuerdos diplomáticos sobre las instalaciones militares que China construye en islas artificiales en aguas en disputa del mar del Sur de China.

En definitiva, Xi ha adoptado una actitud prudente y calmada en cada uno de estos frentes de manera de no levantar olas. Ninguna declaración estridente de su parte ha tenido lugar en las últimas semanas y se ha cuidado de no asumir posiciones altisonantes en relación con ningún tema vital. La realidad es que se ha dedicado por entero a conformar el equipo que lo acompañará de aquí en adelante y por cinco años más.

Lo demás no será cantar y coser, pero con un grupo de autoridades solidarias con él frente a los retos del país, el mandatario se moverá con mucha más facilidad.


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