Esta Semana Santa fue muy noticiosa; sin embargo, varias de esas noticias no informaban sobre hechos agradables. Empezó con el pavoroso incendio de la Catedral de Notre Dame de París; la aguja y el tejado se desplomaron, en el interior hubo serios daños y el dolor embargó al mundo occidental que ha visto siempre en esa iglesia un símbolo no solo del cristianismo, sino del propio Occidente. Se presume que se originó por un descuido durante unas reparaciones; sin embargo, hay averiguaciones abiertas al respecto.

Seguimos con los atentados en Sri Lanka en el Domingo de Resurrección. Ocho explosiones en iglesias, hoteles, complejos residenciales fueron reseñadas y leídas con horror ante la multiplicación de hechos terroristas contra todo aquello que representa a Occidente.

En Venezuela, el desastre continúa. Siguen ciudades enteras sin electricidad, hospitales sin medicinas, hay que pagar sumas exorbitantes para conseguir agua. El sufrimiento supera cualquier capacidad de aguante; el Zulia es golpeado inmisericordemente. Leemos aterrorizados en la prensa internacional que se anuncia un apagón total. No hay manera de conseguir los repuestos de los transformadores necesarios en el Guri.

Las primeras noticias a las que me referí son producto de ¿descuidos? criminales, de atentados terroristas, pero, lo que acaece en Venezuela, ¿es solo ineficiencia, incompetencia? Hay negligencia criminal en todos estos hechos y quienes son responsables deberán comparecer ante la justicia en su debido momento.

Sentí profunda tristeza recordando que la Semana Santa ha sido una etapa de conmemoración de la Pasión y Resurrección de Cristo y no este escenario de tragedias. Es una semana plena de símbolos, donde destaca que, aun en medio de las tinieblas, de la oscuridad, de la muerte, surge resplandeciente la esperanza, la luz, la vida.

Busqué esa referencia al rescate de la esperanza en las obras de arte inmortales que recrean los momentos más sublimes de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo; y, por supuesto, me detuve en la inmortal obra de Miguel Ángel Buonarroti, La Pietà, exhibida en el Vaticano.

Miguel Ángel crea su obra sobre una estructura triangular asentada sobre una elipse, dándole así un profundo equilibrio; no es una sola figura principal y logra un grupo armonioso que puede ser observado desde diversos puntos de vista, aunque la mejor forma de apreciarla es de frente.

Ríos de tinta se han escrito sobre esta maravilla escultórica que representa el dolor de María ante la muerte de su hijo, Jesús. Pero las facciones de María y Jesús no son de dolor; expresan serenidad. Y María, serenamente lo acuesta en su regazo, lo mece como cualquier madre lo haría con su hijo. ¿Qué le estaría diciendo María a Jesús en esos momentos?

Pienso como madre, e imagino que le hablaría con voz queda y muy dulce, susurrando: “Debo llevarte al sepulcro, separarme de ti, pero, antes, déjame acunarte en mis brazos como cuando eras un niño, despedirme de ti con amor, con dulzura”. Y, así, Jesús, también adquiere en sus facciones esa expresión serena. Sabe que volverá y el amor de la madre, esa mujer valerosa, fuerte, le acompañará durante esos momentos, que aún le faltan por transitar en las tinieblas.

En La Pietà está representada magistralmente la soledad de María; soledad que está íntimamente imbricada en la esperanza, en el triunfo de su Hijo, que volverá y ella verá resucitado. Una obra donde prima la armonía; armónicos son los pliegues de la vestimenta de la Virgen, que, al combinarse magistralmente, producen los efectos de los claroscuros. Armónicos son los brazos mientras el de Jesús cae inerte, el de María lo sostiene con vigor.

La Pietà sufrió en mayo de 1972 un atentado, por un geólogo oriundo de Australia quien golpeó con un martillo varias veces la cara de María, ocasionando varios daños. Fue restaurada en poco tiempo y el responsable del destrozo fue recluido por un año en una casa de enfermos mentales. Desde entonces, la estatua está protegida con un panel de vidrio a prueba de balas.

Así, Venezuela, madre golpeada inmisericordemente por el dolor de la tragedia que viven sus hijos, no ha perdido tampoco la esperanza. Esa esperanza que restaña las heridas y ayuda a liberar ataduras, porque la luz vencerá sobre las tinieblas y una ciudadanía renovada, pujante, fuerte surgirá en medio de la tristeza para levantar piedra a piedra a la Madre, Venezuela.


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