En la noche del 22 de enero de 1958, en aparente tranquilidad, la hasta entonces temida cúpula gubernamental celebraba una partida de dominó. Muchas veces en ese agitado mes habían culminado el día con ese pasatiempo común entre venezolanos y que seguramente estarían haciendo lo mismo en muchos cuarteles, en Guasina y algún apartamento neoyorquino con venezolanos en el exilio.

Desde el primer día de ese mes, algo había cambiado en la que parecía una resignada población, pues el hervor de la indignación, causado por la burla inconstitucional que llamaron plebiscito, motivó a la Aviación a bombardear Miraflores y el rugir de sus aviones se transformó en un grito de rebeldía que en pocas horas clamó por las convocatorias a paros, huelgas y manifestaciones de todos los sectores para decir: Basta ya, fuera la dictadura.

El clima de tensión fue agravándose y la represión remontó, la prisión en los sótanos de la repugnante Seguridad Nacional se llenó con periodistas y empresarios, intelectuales, políticos, dirigentes y gente sencilla cuyo crimen había sido gritar: “Abajo cadenas”.

En esos días no había extranjeros en las policías ni en las fuerzas armadas, si algo tenía el dictador era un marcado nacionalismo. El país que había gobernado por casi diez años era orgullo de los venezolanos. Nuestra riqueza fue invertida en el desarrollo de infraestructura, industrias, agricultura, una ciudad universitaria única, obras como el teleférico y el Hotel Humboldt, Los Próceres y los hoteles de la Conahotu en Barinas, Maracay, Porlamar, Cumaná, Tamanaco y Del Lago. Si Venezuela había sido bendecida por el creador con petróleo, los venezolanos lo habían aprovechado.

Sin embargo, la riqueza material abusó al cerrar la puerta de la libertad y la justicia. El dictador debía marcharse.

Ver al desconsolado joven llorar por la pérdida de la libertad, del respeto a la ciudadanía y gritar: ¡Hasta cuando!, al sufrir con indefensión la agresión de la guardia nacional que le rompe su violín, nos hace pensar si esa malvada es una compatriota o una importada llena de odios y complejos cubanos.

Estas memorias me han venido a la mente, pues cuando el general Luis Felipe Llovera Páez le advierte al general Marcos Pérez Jiménez que “pescuezo no retoña” era un recordatorio de que a pesar de su innegable deseo de permanencia en el poder, era más saludable retirarse y dejar que la voluntad del pueblo se cumpliera.

La gran diferencia entre los jugadores de dominó del 58 y los ocupantes de Miraflores de hoy es su convicción de superioridad estimulada por fuerzas extranjeras que no dudan en asesinar a jóvenes venezolanos. Aquellos vieron en los ojos la ira y determinación de un pueblo capaz de estrangular hasta desprender el cuello de quien se atreve a desafiarlo.

Bote la cochina y tranque el juego Maduro, a usted tampoco le retoñará.


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