¿De dónde viene el perro callejero?

¿Por qué las hormigas están tan apuradas?

Abro los ojos. Veo el reloj. Son las 2:00 am. Aún falta para despertarme. Sigo soñando. Tú estás sentada frente a mí. Pedimos otro trago. Te desnudas seductoramente. Te arropo y siento que mi calor te calma.

¿Por qué la jirafa tiene el cuello tan largo?

¿Por qué el hipopótamo es tan gordo?

¿Por qué los morrocoyes son conchudos y lentos?

Pides otra copa de vino. Yo tomo un whisky con soda y una conchita de limón. Sé que es un sueño. Hablas de tiempo y amores inconclusos…

El cantinero es un payaso equilibrista con las orejas muy grandes de tanto escuchar lo que no le importa. Me hace una pregunta:

―Disculpe, ¿por qué los monos y los loros dan tantas ganas de reír?

Sin movernos de la barra han pasado años, mientras, miles de hormigas van y vienen. Los perros callejeros usan corbatas y andan con maleticas viejas. Unas jirafas sostienen un semáforo con la boca. Sentada, muy risueña, detrás de nosotros, está una señora hipopótamo con sus hijitos todos gorditos tomando Toddy en baldes amarillos. Pides otra copa de vino y yo sigo con el whisky. Entran al bar dos cisnes, uno negro y otro blanco.

―Por favor dos fruits punch sin licor y unas fresas dietéticas –dicen a dúo.

La señora hipopótamo se levanta de la mesa y paga la cuenta con unos billeticos rosados. Cuando sale a la calle, se tropieza con un mono borracho que libidinoso le grita:

―¡Ese culote…!

Te veo y sigues cerca de mí, inmutable, hablando sobre futuro. No sé si existe. Quiero despertar. Ya no controlo el guion de mi propio sueño.

―¿Me quieres? –susurro, pero no me salen las palabras.

―¡Ya sé! –contestas–. El perro busca quién lo quiera. Las hormigas son pequeños burócratas haciendo diligencias absurdas. La jirafa es muy entrépita y el cuello la ayuda a curiosear. Los morrocoyes conchudos y lentos pero inteligentes, duermen con interiores blancos de pepitas rojas. El loro es como el pene: si lo jurungan mucho se alborota. Los hipopótamos son gordos pero simpáticos.

―¡Te pregunté que si me quieres! –grité.

El mono entra borracho. Se sienta a tu lado y pregunta: ¿Qué le parecería que un mono hiciera el amor con una hermosa dama como usted?

―Ay, ¿no es un sueño? Y tú besas al mono entusiasmada. Le regalas una banana split, él te agarra tiernamente de una mano y te vas embelesada, mientras me dices:

―Lo siento, te dije que si no nos casábamos esto podría ocurrir…

Entra un venado macho y pide un ron doble. Me ve llorar por mi pérdida y como consuelo me dice:

―No se preocupe, amigo, que cacho no mata.

Sigo llorando y le digo:

―Lo que más me duele es que fue con un mono.

El venado me ve con ojos aguarapados y replica resignado:

―Dígame a mí, que me dejaron por un burro.

―Ay, ya empezaron con sus vulgaridades, esto es un sueño machista… –susurran los cisnes.

Entra al bar el escritor Leonardo Padrón abrazado a una gallina prostituta. Una hormiga me pica el ojo. Leonardo, desde un rincón, me pregunta:

―¿Por qué las gallinas no tienen tetas?

Nadie sabe la respuesta. Alguien grita:

―Porque el gallo no tiene manos, ja, ja, ja. Era un chiste –se responde a sí mismo.

―Muy gracioso –replica la gallina.

―Ay, vámonos que ya empezaron a meterse con las aves –dice, en voz baja, el cisne blanco–. No tendría nada de raro que comiencen a contar chistes de negros.

¿Qué es esto? ¿Un sueño? ¿Una pesadilla?

―No, esto es amores de fin de siglo –grita Leonardo Padrón mientras se come un huevo de oro que ha puesto la gallina.

Despierto y, asustado, me baño pero no logro mojarme. Definitivamente, esto no ha sido un sueño húmedo.


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