Es poco lo que va quedando en pie en Venezuela, luego de casi dos décadas de “socialismo del siglo XXI”; el modelo militar-cívico que hoy regenta el país ha arrasado con él. El grado de destrucción, propio de todo socialismo, resulta incomprensible e inadmisible para cualquier ciudadano en el mundo, en particular la grave crisis humanitaria que hoy sufren los venezolanos. Quizá la explicación de ese ultraje se encuentra en el odio ancestral del régimen hacia sus ciudadanos, o probablemente en el rencor que han  acumulado hacia quienes dicen representar.

Mientras las manifestaciones de aborrecimiento a los venezolanos por parte del régimen se multiplican, aman y guardan una inexplicable sumisión y fervor a la dictadura cubana. Se trata de una relación que despedaza las teorías de las relaciones internacionales. Resulta incomprensible e inexplicable a la luz de razones de carácter económico y por ello las motivaciones hay que buscarlas en otros ámbitos más propios de la psicología y la psiquiatría, pues no es normal que quien aporta recursos y regala un país reciba órdenes del país que recibe los beneficios.

Expresión de esa inquina en contra de los ciudadanos venezolanos es el enconado empeño de la dictadura en imponer el modelo de las penurias y la barbarie, que crea hambre y una severa desnutrición que está afectando a las generaciones presentes y futuras. Sus secuelas se extienden al ámbito de la interacción humana, el de las relaciones sociales. La cooperación desaparece y se sustituye por el “sálvese quien y como pueda”. Los encuentros familiares y sociales merman a mínimos, como resultado de la escasez e irregularidad en el suministro de los servicios de electricidad y  agua que conspira contra el uso de los aseos por parte de la visita. La escasez y carestía de los alimentos, debido a la hiperinflación que se ha convertido en récord mundial, impide realizar almuerzos o cenas o la famosa parrilla, toda una tradición para el encuentro social. La amenaza que se cierne sobre los ciudadanos hace que la vida transcurra en horario de matiné; cuando comienza a anochecer la gente corre a esconderse en sus casas y la vida nocturna transcurre puertas adentro. Ese desolado panorama que ha convertido al país en un gran “gueto”, en el que los ciudadanos viven en condiciones deplorables y en medio de una gran inseguridad, es lo que explica el masivo éxodo de los venezolanos que se incorporan a la diáspora de manera forzada y forzosa. El fenómeno se ha agudizado en los últimos tres años, período en el que ha adquirido dimensiones impresionantes y cuyos ostensibles efectos los sienten los países vecinos, pese a los infructuosos intentos de la dictadura venezolana por desconocer tan trágica realidad. Este inmenso desplazamiento humano guarda similitudes con el de Siria, país con más de siete años de guerra a cuestas.

Un desplazamiento que no cesará de crecer mientras se mantenga el sistema de la insania mental, como bien lo definió el reputado economista venezolano Héctor Silva Michelena. El modelo ha arrasado con todo: infraestructura, servicios, tejido empresarial, cultura, instituciones, nada ha quedado al margen de esa metástasis. Un modelo pobre y empobrecedor, que ha reducido la movilidad de los venezolanos a unos pocos y precarios medios. En ese contexto, quien emigra hoy pertenece a esa sociedad  empobrecida, rasgo que se encuentra en las entrañas de ese sistema y que permite entender que más de 3 millones de venezolanos estén fraguando una “nueva nación” a escala global. Esta nueva topografía se resiste a ser explicada desde el enfoque convencional de “nación”, pues se ha hecho muy estrecho para definir la  realidad de los venezolanos que hoy se encuentran esparcidos por todo el mundo. No esperamos comprensión de este fenómeno por parte del régimen, pues ellos se han empeñado en negar su existencia. La ocultan pese a que familiares, amigos y testaferros de ministros, gobernadores y parlamentarios se encuentren convenientemente colocados en todo el mundo.

La diáspora venezolana participa de muy diversas formas en el ámbito político y ha construido una agenda en la que intervienen las más diversas organizaciones, incluidas las de los partidos políticos. Como bien apunta Leticia Calderón, la participación política tiene una importante trayectoria en los estudios sobre la migración. Subraya que en el estudio del ejercicio político de los migrantes se hace patente el debate sobre las nociones tradicionales que se han utilizado para pensar la “nación”, el “territorio”, la “patria”, las nuevas maneras de ser ciudadanos y las distintas vías que puede adquirir la representación política.

La capacidad de activismo político, así como su formidable dinamismo, se manifiesta en un amplio despliegue de iniciativas y proyectos entre los que ocupa un lugar destacado la necesidad de garantizar los derechos políticos a elegir y ser elegido. Tal grado de agilidad ha sido constante, sistemático y se ha hecho además con el know-how y los recursos que aportan los ciudadanos. Después de la experiencia vivida en Venezuela y que padecen familiares y amigos, se ha internalizado la convicción de que las libertades y la democracia hay que defenderlas todos los días y en todos los espacios. Las amenazas son muchas y provienen de los más diversos frentes. Entiende que ante los proyectos “totalitarios” o también llamados “populistas” no se puede ceder un ápice, puesto que permitirlo acarrea consecuencias perniciosas como lo demuestran aquellos países que lo padecen. Las libertades y la democracia no se pueden dar por sentadas, hay que recrearlas a diario.

Con la diáspora se abren nuevas posibilidades de participación política. Su demostrada capacidad la convierte en un extraordinario aliado de los demócratas y de todas aquellas organizaciones sociales y políticas que en los países y regiones de acogida trabajan a favor del modelo de libertades. La labor silenciosa y sistemática es muy eficaz en la denuncia de un modelo cuyas secuelas están a la vista y que permite poner en evidencia a los aliados y franquiciados  del régimen, incluso a quienes hoy se colocan de perfil ante la crisis humanitaria cuya existencia pocos se atreven a negar, o quienes han optado por desmarcarse en sus discursos por conveniencia más que por convicción.

La capacidad de la diáspora se expresa en la creación de las más diversas organizaciones sociales y políticas, que cuentan con individualidades con una gran experiencia en los distintos ámbitos, sociales, políticos, culturales, empresariales y de emprendimiento y constituyen modos de participación que es necesario conectar a Venezuela, que no pueden excluirse del proceso de reconstrucción que será preciso iniciar.

La recuperación de las libertades en Venezuela y la defensa de la democracia en el mundo es un esfuerzo que requiere la participación política de los ciudadanos que integran la diáspora y que trasciende las fronteras convencionales que establecen la definición de nación al uso. Los aportes que hacen en el terreno económico, político, en el terreno de la difusión tecnológica y de los negocios y en el ámbito de las relaciones sociales y familiares, no pueden comprenderse ni abordarse desde la perspectiva de la “nación” definida de manera convencional.

Quienes integran la diáspora defienden su derecho de escoger a sus representantes en las distintas instancias de gobierno: Presidencia, Parlamento, gobiernos locales y regionales. Estar representada en el Parlamento le permitiría atender las distintas realidades, en toda su heterogeneidad y diversidad, en las regiones y países de acogida. Quieren hacerlo siguiendo la experiencia de otros países que lo han logrado de manera exitosa. Un creciente número de países reconoce los derechos políticos consagrados a los ciudadanos en la Carta Internacional de los Derechos Humanos, que incluye a quienes viven fuera de sus países de origen.

La participación a través del voto en todos los procesos electorales y como representantes ante el Parlamento es una forma de aumentar el derecho de los venezolanos y es, al mismo tiempo, un mecanismo de integración. El voto, la participación en la vida pública y la elección son fundamentos de la acción. Tal como sostiene Lafleur, es una forma de pertenencia, independientemente de su deseo de retornar al país de origen.

La noción de “nación” se ensancha;  de este modo también se expande la noción de participación política y se amplía el alcance y sentido de la circunscripción electoral. Se hacen necesarias nuevas circunscripciones en Europa, Sur y Norteamérica para poder incluir a los más de 3 millones de venezolanos que allí viven. Algunos estados venezolanos de grandes dimensiones cuentan con una población equivalente al volumen de la diáspora, y cada uno de ellos cuenta con un importante número de parlamentarios que representan a sus ciudadanos. La diáspora está interesada en participar y es consciente de que ello requiere cambios en el marco legal actual que será necesario promover.

@tomaspaez


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