Sí, ya es literalmente tarde para el “¡era verdad!” porque Oscar Pérez, al igual que los pocos que lo acompañaron, fue marcado y ejecutado en un acto que además fue público, notorio y comunicacional, causando no solo estupor en un país en el que, pese a tantas violaciones de los derechos humanos, no se sabía que la muerte se hubiese constituido en abominable pena aun cuando su frágil marco jurídico no lo permite, sino también la indignación de ese mayoritario mundo democrático que jamás había sido testigo de algo siquiera parecido.

En todo caso, quien escribe está convencido de expresar lo que millones de venezolanos piensan al señalar que es virtualmente imposible saber si lo que más se lamenta hoy en la nación es la muerte de Oscar Pérez –y de los demás miembros de su grupo– o el que una vez más el grueso de la sociedad venezolana, la que desea recobrar su libertad y volver a vivir en paz, se haya dejado vencer por la desconfianza. Y no es que en Venezuela sus ciudadanos no tengan sobrados motivos para desconfiar unos de otros, máxime por la constante presencia de la sombra de aquella infame figura del sapo mentiroso –llamado de modo eufemístico “patriota” cooperante–, pero esa suerte de Estado de sospecha en el que los inefables miembros de la cúpula dictatorial transformaron ex profeso al país está masacrando todas las posibilidades de emancipación y retorno, o más bien, construcción de una nueva y mejor democracia que aquella que se perdió hace casi 20 años.

¿Alguien duda acaso que la desconfianza y el miedo sean las piezas centrales del engranaje de la perversa maquina que le brinda soporte vital al régimen?

Se habla de unidad más allá de “mesas”, pero los unos invariablemente dudan de las intenciones de los otros. Se clama por “algo” que libere a Venezuela del yugo de la tiranía, pero cualquier iniciativa que surge con ese propósito es torpedeada incluso antes de reflexionarse sobre su potencial efectividad porque lo que predomina en la mirada es el recelo.

Claro que a todo ello contribuye uno de los peores y más arraigados defectos de esta sociedad: la tendencia a solo reconocer las virtudes y aportes de los venezolanos que actúan guiados por valores como la excelencia, el amor al país o la verdadera valentía cuando ya están muertos o la vejez ha causado irreparables estragos en ellos, aunque lo más frecuente es lo primero.

Y a propósito de esto, el único que en estos días se mostró mejor que todos –y eso incluye a este servidor– fue Yordano, quien, palabras más, palabras menos, expresó que en vista de lo ocurrido se daba cuenta de que había cometido un error –de apreciación– y por ello pedía perdón.


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