La guerra es contra el pueblo indefenso, y todo indica que es a muerte. Una masacre, una matazón, una limpieza ideológica. La radicalización de la lucha de clases devenida en el peor abuso de los que detentan el poder contra la población inerme. No es el uso de la fuerza para imponer la paz, sino la esclavitud y la servidumbre. El fin de la libertad.

Han resucitado los peores demonios de la historia patria. Los boves y los espinozas que disparan sus fusiles de precisión de última tecnología a la cabeza o al pecho de los muchachos. Muertes instantáneas, asesinatos viles. La protesta justa de los que son aprehendidos es trasmutada en traición a la patria y asalto al centinela, y son enviados a cárceles militares. Como hacía Juan Vicente Gómez. Ya tendrán tiempo de contarlo, sea en testimonios como los de José Rafael Pocaterra en Memorias de un venezolano de la decadencia o la novela de Federico Vegas Falke, que retratan todas las crueldades de que son capaces quienes se valen de una impunidad provisional y efímera.

La periodista, que sigue apegada a fantasiosas utopías que han resultado contrarias a toda humanidad, cuando entrevista al alcalde Francisco Garcés, de Los Teques, solo escucha y asiente, a pesar de que lo que suelta es una andanada de mentiras coloreadas de paz y amor. el “burgomaestre”, como le gusta llamarse por su vocación monárquica, no engaña a quienes sufrieron los atropellos de los paramilitares, ni a nadie, pero la entrevistadora no repregunta, sino que asiente y deja que repita su caletre con puntos y comas.

Los dos ministros mienten con descaro. Uno, Ernesto Villegas, que tanta imparcialidad fingió en VTV, ha resultado ser otro Jorge Rodríguez, no solo porque se vale del nombre de su padre, sino porque sin solución de continuidad devino en un talibán de la peor ralea. Ninguno engaña a nadie; serán sustituidos y olvidados. El otro titular se desgarró las vestiduras y hasta las condecoraciones le temblaron de indignación porque la fiscal, en una tímida aproximación a su deber, señaló unos pocos de los estropicios y violaciones de los derechos humanos perpetrados por la GNB. No se ofende porque sus tropas embisten al pueblo que deben defender, sino porque la jefe del Ministerio Público “propicia el odio” (sic) contra los militares. Sorpresa.

El violinista y compositor Wuilly Moisés Arteaga lloró de impotencia y de frustración. No sintió rabia sino decepción al constatar que quienes deben protegerlo han sido entrenados para odiar y exterminar a los venezolanos que reclaman libertad y democracia. Reparo gentilicio y sueños por cobrar.


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