I

Arturo Pérez Reverte, escritor español, tiene un libro que me sirvió para dar clases cuando era profesora en la Universidad Santa María. Se llama Territorio comanche y es una crónica de los sucesos que vivieron un periodista y su camarógrafo para cubrir la voladura de un puente en algún territorio de los Balcanes en plena guerra.

¿Por qué lo utilizaba para las clases? Porque seguramente se basaba en las experiencias del propio Pérez Reverte, periodista primero que literato, que vivió algunos enfrentamientos bélicos como profesional. La historia se cuenta como crónica y el lector puede hacerse a la idea de lo difícil que es cumplir con el deber de informar en las peores condiciones. Se arriesga la vida, pero hay miles de colegas en todo el mundo que pueden respaldar lo que digo: nadie es periodista por azar, el que asume la carrera sabe que está para contar la historia, a pesar de las bombas.

II

Los periodistas venezolanos han demostrado que están en la lucha para que la verdad se sepa, y muchas veces han cambiado los papeles, de testigos han pasado a protagonistas, no porque el ego así se los haya demandado (aunque se han visto casos), sino porque las circunstancias los han puesto en el ojo del huracán. Así ha pasado con muchos colegas a lo largo de 18 años de dictadura chavista. Sí, para mí son 18 años de dictadura, la culpa no es solo de Maduro y su combo.

En estas últimas semanas de protesta he visto cómo los periodistas salen con chalecos antibalas, cascos y máscaras antigás a hacer su trabajo. Van en motos, se meten en las marchas, están en la línea de fuego. Los reporteros gráficos sacan su arma de reglamento, una cámara que registra las imágenes de lo que los ciudadanos no pueden ver; los periodistas aguzan sus sentidos. Todos tragan bombas, algunos salen heridos.

Al final, en la redacción, hay otro ejército haciendo su trabajo. Meticulosamente monitoreando lo que pasa en otras regiones, recogiendo declaraciones, contando muertos, heridos y detenidos. Escribiendo, ilustrando, poniendo en perspectiva, jerarquizando, titulando. Lo cuento desde el orgullo, desde la admiración que tengo hacia mis compañeros y que me produce estar en esta tarea en estos momentos que vive mi país.

A nosotros también nos afecta lo que vivimos, nuestros hijos, hermanos, sobrinos, amigos están seguramente en alguna marcha, están caceroleando, y lo que podemos es contar, decirle al mundo lo que se está viviendo en una Venezuela que está sufriendo la peor de las guerras. La que libramos en contra de una dictadura asesina y delincuente.

III

Pero hay algo que me da asco. Ni siquiera decepción, porque para mí esta gente no merece ser llamada periodista. Hay algunos que pasaron por las universidades para hacerse mercenarios. Algunos estudiaron en las mismas aulas que yo para aprender a decir mentiras. Algunos obtuvieron un título para usarlo contra sus conciudadanos. Algunos que se dejan comprar, algunos enfermos sociópatas que jamás advertí en mis años de calle y que compartieron conmigo hasta libretas de contactos, tubazos y plantones.

Hay reporteros gráficos que toman fotos de los muchachos en las marchas para pasarlas a los cuerpos de represión del régimen. Hay los que salen a las calles y se hacen la vista gorda ante la barbarie. Hay los que cobran para quedarse callados.

¿Y qué es un periodista que calla la verdad? Lo menos que puedo decirle es cómplice. Todos estos crímenes de lesa humanidad que se han venido sucediendo, desde el primer niño muerto por desnutrición hasta los inocentes que caen en manos de la OLP. Desde los muchachos encarcelados y torturados hasta los muertos en las manifestaciones. Repito, 18 años de crímenes y muchos colegas justificando a los delincuentes. ¿Qué son ellos? Periodistas, no. Pónganles ustedes el calificativo.


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