Juan Pablo Pérez Alfonzo (1903-1976), también conocido como el padre de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP, es de esas figuras venezolanas cuya relevancia se acrecienta con el transcurso del tiempo. Se desempeñó como ministro de Fomento de la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt (1945-1948), y fue ratificado en el cargo por Rómulo Gallegos durante su breve mandato. En ese lapso las actividades petroleras del país estaban bajo el control del citado ministerio.

La oscura noche militar que entonces se aposentó sobre el país lo llevó a la cárcel primero y luego al exilio. Pero al caer la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, Juan Pablo Pérez Alfonzo retornó a Venezuela. Rómulo Betancourt fue elegido presidente en 1959 y Pérez Alfonzo se incorporó a su gobierno como ministro de Minas e Hidrocarburos. En esa posición desempeñó un papel fundamental en la creación de la OPEP, en agosto de 1960, y además puso en práctica una política petrolera dirigida a una mayor participación del Estado venezolano en los beneficios del negocio de los hidrocarburos, el cual era manejado –a través de concesiones– por grandes empresas trasnacionales.

Cuando llegó el momento del retiro de la actividad política y pública no se apartó del mundo. Entonces se dedicó al estudio de problemas fundamentales, como el crecimiento demográfico, la salud y educación de los niños y la “indigestión económica” que deriva de disponer de un dinero que no se ha producido, esto es, recursos que han sido proveídos por la naturaleza. Este último tema, de especial significación, lo ventiló en dos de los libros que entonces publicó con sugestivos títulos: Hundiéndonos en el excremento del diablo (1976) y El desastre (1976).

El elemento disparador de las iluminaciones allí contenidas fue la política económica que puso en práctica Carlos Andrés Pérez durante su primer gobierno (1974-1979). A consecuencia de la Guerra de Yom Kippur, los ingresos fiscales casi se triplicaron, pasando de 15 millardos de bolívares a 40 millardos de bolívares, como resultado de que el barril de petróleo subió su precio de 2 a 14 dólares. Por ese motivo, al momento de su juramentación, CAP dijo que su gobierno administraría esa abundancia con criterio de escasez. Pero en el camino torció el rumbo.

Entonces, con el propósito de definir los lineamientos a seguir para el desarrollo económico y social del país, se aprobó el V Plan de la Nación, que abarcó aspectos muy variados. El financiamiento del ambicioso plan se realizaría con recursos fiscales ordinarios, así como dinero proveniente del Fondo de Inversiones de Venezuela y de operaciones de crédito público. La argumentación detrás del aumento de la deuda pública era que la bonanza financiera permitía solicitar préstamos a la banca internacional a tasas de interés tan convenientes que no hacerlo sería un grave error financiero. Esta política fue un craso desacierto: terminó originando un enorme endeudamiento público que continuó en los gobiernos siguientes y después tuvo terribles consecuencias para el país.

La dupla constituida por Juan Pablo Pérez Alfonzo y Domingo Alberto Rangel criticó el referido plan y lo bautizó con el nombre de Plan de Destrucción Nacional. Concretamente, el padre de la OPEP sostenía que la abundancia fiscal era una tentación para el despilfarro y su mala administración. En su opinión, unos recursos que han sido provistos por la naturaleza, que no son producto del ahorro de los ciudadanos, solo pueden causar “indigestión económica”. En tales casos –decía–, lo conveniente es reducir la producción petrolera.

Su posición era así consistente con puntos de vista de años anteriores, pues con ocasión de los altos ingresos petroleros que se obtuvieron en 1971, recomendó al presidente Rafael Caldera tres alternativas: pagar la deuda externa del país con los ingresos excedentarios, comprar valores en el exterior o producir petróleo solo en la cantidad necesaria para mantener el ingreso previsto en el Presupuesto Nacional. Lo anterior explica que, respecto a los planes de desarrollo que pretendía ejecutar CAP, considerara que conducirían irremediablemente a la inflación, el déficit fiscal y el endeudamiento público.

Con el paso del tiempo la posición de Pérez Alfonzo se hizo más extrema. Al periodista Eloy Porras le manifestó lo siguiente: “Como mucha gente, alguna vez también yo creí que era factible ‘sembrar el petróleo’, es decir, convertirlo en algo que pudiera reproducirse indefinidamente (…), he llegado a la conclusión de que es imposible realizar esa siembra” (Porras, Eloy, Juan Pablo Pérez Alfonzo: El hombre que sacudió al mundo, Editorial Ateneo de Caracas, 1979, p. 166).

No cabe duda de que las absurdas, incongruentes y dislocadas políticas petroleras y económicas de Chávez y Maduro habrían erizado a ese hombre ejemplar que fue Juan Pablo Pérez Alfonzo.


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