Ahora que tanto se habla del cambio inminente, sobran los apóstoles de arrebatada caridad que claman por el perdón. Mucho gusto. ¿Será que el muy mentado síndrome de Estocolmo se ha hecho rey y señor de nuestra forma de asumir el país? ¿En verdad es momento de hacer un borrón y cuenta nueva para reconstruir nuestra tierra? ¿Es lo mismo justicia que alcahuetería? ¿Tolerancia es hacerse cómplice del saqueo sostenido y sistemático al que una verdadera horda de mercenarios nos ha sometido por cuatro lustros?

Es decir, que a la cuerdita de rojos malvivientes atornillados en Pdvsa debe respetársele sus derechos laborales, y no faltará entre los viejos trabajadores petroleros algún trasnochado que clame porque no se repita «el genocidio laboral» al que fueron sometidos más de 20.000 trabajadores petroleros. O sea que aquella fuerza laboral capacitada y comprometida con la industria petrolera que fue despojada de su fuente de trabajo debe bendecir a toda esta fauna inútil y depredadora que acabó con nuestra industria madre.

Ha de suponerse que los claros rasgos psicópatas observados en la élite chavista-madurista deben ser olvidados, ya que no debemos recordar la ausencia total de culpa por el sufrimiento que han ocasionado a millones. Menos podemos tener presente su inmunidad a la argumentación lógica y su perenne negación de la realidad, los hechos y las pruebas.

Supongo que debemos hacernos los pendejos y aclamar la victimización de Gofiote y su combo, y alabarles su primitivo mecanismo de defensa. Por descontado doy que hemos de asumir como cierta la proyección que hacen hacia los otros de sus crímenes y vandalismo sin parangón.

Para concluir, lo que se propone es que aquí no ha pasado nada y que Venezuela siga siendo la misma tragicomedia de siempre sin responsabilidades y en eterno celestinaje, un país de «deudas morales» sin fin. A la generación del 28 hubo que pagarle su paso por las mazmorras gomecistas con toda clase de prebendas y perdón infinito a todas las tracalerías en que luego incurrieron. A la élite perezjimenista se le permitió disfrutar de lo saqueado en aras de la paz civil, y Pedro Estrada fue la manifestación más elocuente de todos. La pléyade adeca cobró hasta la saciedad su paso por los calabozos de la Seguridad Nacional. A la generación de la guerrilla se le perdonó porque ellos no habían cometido ningún delito sino que estaban combatiendo por sus ideas, igual pasó con los golpistas del 4F. Y por lo visto a esta horda de corsarios que practicaron el más sanguinario de los abordajes debemos tenderle un puente de plata para reconstruir el país. Por lo visto la lección sigue sin aprenderse. ¿Será que seguiremos de pesadilla en pesadilla?

© Alfredo Cedeño

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