Con el espíritu de la farsa bien interiorizado Nicolás Maduro otorgó un perdón no solicitado a algunos presos políticos que fueron excarcelados el viernes pasado, junto con presos por delitos comunes, una estafadora y veinte miembros de colectivos violentos, que durante la reciente campaña electoral habían atacado –en Catia– un acto del ex candidato Henri Falcón y a quienes se les prometió su libertad en las primeras de cambio. Y efectivamente así fue, se aprovechó de las excarcelaciones a un pequeño grupo de presos políticos para tratar de engatusar a la comunidad internacional, como quien engaña a los bobos que parecen contentarse cada vez que reciben unos bonos a través del carnet de la patria.

La dimensión del engaño es tan grande que se excarceló a personas que ya no estaban presas o con viejas boletas de excarcelación y se abultó la cifra de presos políticos, aprovechando la liberación previamente acordada para un conjunto de presos comunes o miembros de grupos paramilitares afectos al régimen que gozan de total impunidad.

Asombra el desparpajo con el cual Maduro, este lunes, durante una reunión con el PSUV, anunció «medidas de beneficio y libertad hacia los actores políticos involucrados en la violencia», negándoles su condición de presos políticos y arrogándose el dudosísimo derecho de absolver a quienes nunca debieron estar detrás de las rejas, en las mazmorras del Sebin o en otros centros penitenciarios donde se ha instaurado un reinado del terror.

Con toda la desfachatez y el cinismo que lo caracteriza, Nicolás Maduro dijo imperturbable: “Yo los perdono”, equiparándose a sus víctimas, en una caricaturización del concepto que ilustra la degradación a la que estamos siendo sometidos durante este tiempo de su ilegítimo mandato.

El perdón ha sido fundamental a lo largo de la historia, es más, lo ha sido para que la historia no haya consistido únicamente en una ininterrumpida sucesión de atrocidades, venganzas y ajusticiamientos. Es Maduro, sus colaboradores y esbirros los que tendrán que pedir perdón por sus tropelías e injusticias y, sobre todo, por los crímenes de lesa humanidad, que se remontan desde el año 2013, recopilados por un panel de expertos de la OEA en un informe que el secretario general de esa organización, Luis Almagro, entregó a la Fiscalía de la Corte Penal Internacional con sede en La Haya.

No existirá perdón sino justicia, no valdrán vanas escenificaciones de arrepentimientos que ya no podrán revocar las secuelas dejadas en tantas personas que han sido perseguidas, secuestradas o torturadas por el solo hecho de disentir, denunciar la corrupción y la barbarie, o de quienes exigen la salida de la dictadura. Con evidentes signos de tortura, doblado y apoyado por un bastón, salió el digno general Ángel Vivas; directo a un hospital fue llevado el joven Gregory Sanabria debido a las brutales golpizas infligidas en El Helicoide, que le produjeron un edema cerebral y fractura en la nariz; la tortura psicológica del aislamiento por más de un año del diputado Gilber Caro en distintas cárceles y tantos otros desmanes, incluso contra familiares de presos políticos, a quienes también se les secuestra y maltrata para que inculpen o den parte del paradero de quienes injustamente son acusados de conspiradores y traidores a la patria; ninguna de esas crueldades serán perdonadas ni quedarán impunes.

La farsa propagandística instaurada por “el perdonavidas” es un teatro del absurdo, donde farisaicamente se muestra “magnánimo” pero amenaza a los excarcelados con regresarlos a prisión: “Si reinciden en la violencia, vuelven a la cárcel, otra vez la justicia se aplicaría”. Una deplorable mueca del perdón que ratifica la condición dictatorial del régimen.


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