Si las leyes de la guerra no indican una victoria segura, es adecuado no entrar en batalla”.  Sun Tzu.

El rechazo a la ayuda estadounidense durante la tragedia de Vargas (1999) presagiaba la actitud de confrontación que poco tiempo después asumiría el régimen frente a nuestro histórico socio comercial y principal comprador de petróleo. De hecho, primero con Chávez y luego con Maduro, se les declaró una guerra que jamás debieron iniciar. Fueron innumerables los ataques, improperios, amenazas y excesos que dirigieron a quienes como cosa curiosa pagaban nuestro petróleo como dice el refrán “a brinco rabioso”.

En aquel entonces tomaron esa iniciativa prevalidos de una descomunal bonanza que pronto dilapidaron y asidos de la mano de los cubanos, acérrimos enemigos del país del norte. Luego, con el transcurrir del tiempo, se les fueron sumando como cómplices internacionales en esa declaración de guerra los del Foro de Sao Paolo, FARC, ELN, Hezbolá, Irán y carteles de la droga, no sin antes asegurar a Rusia y China como rivales de postín en la ONU, dada su capacidad de veto en el Consejo de Seguridad.

Pasaba de ser un mero “odio estratégico”, viejo término acuñado por Betancourt, para convertirse en una encarnizada guerra política y económica en el ámbito internacional que les llevó al desaguisado mamotreto del ALBA y Unasur. Pese a todo, contradictoriamente, siguieron vendiéndoles petróleo a los “malucos gringos” quienes con paciencia esperaron el momento oportuno, para reaccionar bajo circunstancias extraordinarias.

Los fraudulentos procesos que dieron como resultado la chimba reelección del usurpador y la elección y funcionamiento de la aún más chimba asamblea nacional constituyente, fueron suficientes para hacer click en una política norteamericana que estuvo antes signada por la blandenguería al no asumir posiciones contundentes ante los desafueros del régimen dentro y fuera de Venezuela.

Hoy el cuento ha cambiado. Los expedientes que fueron armados, entre otras, con las innumerables denuncias de sus ex compinches, dieron inicio a un sostenido proceso que generó un paquete de medidas y sanciones que marcaron el punto de partida de la reacción estadounidense. Así libraron la primera de las batallas de una guerra que no iniciaron y no pudieron evitar.

Otra de las batallas fue la decisión de no comprarle más petróleo al régimen, constituyendo el principio de su final. Desde entonces solo han colocado con mucho apuro parte de la ya escasa producción petrolera que venden a precio de “gallina flaca”, a países que como la India ya están rechazándola ante la política sancionadora de Estados Unidos. Solo les queda la tortuosa forma de hacerlo llegar a Rusia o China, que se pagarán y darán el vuelto. Pero hay dos batallas más en las que este régimen ha recibido literalmente una verdadera pela. Citgo, ahora en manos del legítimo presidente Guaidó, y la suspensión de los envíos petroleros a Cuba.

El Grupo de Lima, la pérdida de terreno en la OEA, la eliminación de la cartelizada Unasur, la desaparición del Foro de Sao Paolo (Lula, Dilma, Correa, los Kirchner y Ortega), la muerte por inanición del ALBA, el funcionamiento del TSJ en el exilio, el apoyo a la ayuda humanitaria y el medular reconocimiento y respaldo a Guaidó, nacional e internacional, constituyen batallas en las que la participación y determinación de los norteamericanos es indudable.

La cooperación internacional representada en las decisiones, medidas y posturas que han asumido organismos, países y figuras resaltantes en ese ámbito, como el reconocimiento de nuestros representantes en otras naciones y el BID, han pasado de ser recursos retóricos para convertirse en eficaces factores que con Estados Unidos y nuestra participación, determinan el aislamiento y la incapacidad financiera de esta dictadura, así como la grave responsabilidad de quienes por aferrarse al poder han recurrido a la represión y otras prácticas violatorias de los derechos humanos.

Este mediocre y torpe chavomadurismo que inició la guerra, nunca se preparó para calibrar y neutralizar una reacción de Estados Unidos, sus aliados y dirigentes venezolanos de excepción. Solo les queda la queja de haber sido víctimas de una guerra económica que solo a ellos es atribuible. La etapa final ha comenzado y es imposible que el régimen en su agonía pueda extenderse; sin embargo, aún tiene en su infinita maldad la capacidad de seguir causando daño puertas adentro. Tal vez uno de los últimos sacrificios por los que tengamos que pasar los venezolanos sea el de sufrir las consecuencias de la tierra arrasada decretada por este sádico régimen que en su desesperación lanza a las calles a sus paramilitares colectivos, promoviendo la anarquía y el saqueo. 

Son los estertores de una chapucera revolución derrotada, que postró a Venezuela en la miseria y desolación. La forzosa entrada de la ayuda humanitaria y la toma de Miraflores serán las últimas batallas que harán cesar la usurpación. ¡Vamos bien!


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