El sábado pasado fuimos al Cinex del Tolón para ver Obsesión, uno de los estrenos del mes de marzo. La cinta cuenta con un reparto estelar y la participación de un director curtido en la escena de las series de televisión.

En efecto, el realizador Steven Knight hizo dos sagas exitosas: PeakyBlinders y Taboo. Además fue consagrado, en el ámbito de la crítica, por el impacto minimalista de Locke, un ejercicio de estilo sobre un hombre encerrado en un automóvil. Tom Hardy interpretaba al singular antihéroe de aquella sugerente pieza de bajo presupuesto. Por tanto, nos intrigaba conocer la nueva incursión del autor en la cartelera nacional.

El país venía de sufrir no menos de cinco apagones nacionales. Sin embargo, literalmente nos pasamos el suiche el fin de semana, cuando llegó la luz, buscando saciar la curiosidad en la sala de cine más cercana. Días atrás, tuvimos suerte al disfrutar de la proyección de US en Millenium Mall. Imaginamos correr con la misma fortuna al comprar el ticket de Serenity, así titulada en su idioma original.

Al principio, reinaba un clima de ligera distensión. Los jóvenes colmaban el recinto, compartiendo sus experiencias sobre el “apagón”. Antes, se nos recomendó pagar el estacionamiento y subir por las escaleras. Pacientemente ascendimos, a pie, por la torre del centro comercial, ubicado en Las Mercedes. Las circunstancias obligan a adoptar nuevos hábitos de consumo.

El precio del boleto sigue siendo económico, el más barato de la región. Apenas 1 dólar (o menos). Con todo, la crisis aflora en la concurrencia limitada de espectadores. No hay tanta gente como en las colas de los mercados (obviamente). Las necesidades son otras en la actualidad.

Exigimos servicios básicos y un cambio de gobierno. El régimen nos reprime en la calle con balas y emboscadas de colectivos del terror. Siempre ocurrió así.

Desde puente Llaguno, el 11 de abril, mataron a civiles desarmados. Pero la propaganda inventó un relato diferente, acusando a las víctimas y glorificando a los agresores. Ahora la dictadura no se preocupa por dar explicaciones en documentales y cadenas. Suelta a sus huestes apertrechadas para permitirles asesinar con total impunidad. Se dejan grabar con o sin careta. Algunos verdugos hasta sonríen a la cámara. Es el sadismo mediático, el hamponato audiovisual, la pornografía de la banalidad del mal. Un fascismo carente de precedentes en la historia venezolana. Películas y fotos existen pocas de las torturas y atropellos cometidos por los tiranos del siglo XX en el país.

En cambio, cualquiera editaría un documental con los innumerables videos de chavistas disparando contra manifestantes en el pavimento.

Maduro naturalizó el hecho de grabar polígonos y cacerías de inocentes a la altura del asfalto. El exhibicionismo de la violencia cumple una función, terrible, de control social y domesticación.

Nicolás teme al fantasma del alzamiento y el estallido de los barrios. Cree manejar el asunto, aumentando los niveles de intimidación. En realidad, el incremento de la revolución del pánico genera la consecuencia opuesta, a saber, el recrudecimiento de la indignación.

A punto de ingresar a la sala de cine, el apagón destruye la fantasía de salir a dar una vuelta. A oscuras, los chamos gritan y culpan a Maduro. Los gerentes de Cinex brindan una orientación adecuada, logrando apaciguar los ánimos. Todos escuchamos, con respeto, y desalojamos con resignación.

Tenemos 15 días para ver Obsesión en otra función del complejo. Parece una misión imposible, dadas las condiciones de la catástrofe.

¿Habrá oportunidad de recuperar la luz del cine y de la democracia? Es el principal objetivo del 2019.


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