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I.

El fútbol representa, en gran medida, una convocatoria al sentimiento nacional. Como dijo el  filósofo francés Albert Camus, quien fuera portero en sus tiempos juveniles,  “La patria es la selección nacional de fútbol”.

Sin embargo, conforme lo han determinado historiadores y politólogos, a medida que avanzan los procesos de globalización, el Estado nacional está siendo replanteado y redefinido en tanto que comunidad política y cultural, variando significado, sus atribuciones y sus posibilidades. Con referencia al fútbol esto se manifiesta, no solo en la mutación en sus esquemas de organización, sino, a la vez, en sus funciones simbólicas con respecto al patriotismo.

II.

Poco a poco el fútbol se ha ido transnacionalizando. Así las cosas, resulta cada vez más frecuente observar inversiones italianas apoyando equipos suramericanos, firmas norteamericanas comerciando con clubes mexicanos, empresas petroleras árabes adueñándose de los conjuntos europeos  más emblemáticos e, igualmente, identificar franquicias de equipos mexicanos en Estados Unidos y españoles en la India o establecer asociaciones de clubes importantes de fútbol con la pujante industria de los E-Sports. En la misma dirección es muy común observar jugadores de todos lados que están en todas partes, cambiando de camiseta a cada rato, según se coticen en el muy flexible mercado internacional de piernas; constatar, así mismo, un mercado internacional de entrenadores que, bien apertrechados desde el punto de vista tecnológico, contribuyen de manera significativa a predicar estrategias y métodos de entrenamiento, que contribuyen a la homogeneización del balompié; y, por último, mirar fanáticos transnacionalizados, seguidores de divisas ubicadas en cualquier rincón del planeta.

Además de lo registrado en el párrafo precedente, en Rusia estamos, de nuevo, ante la presencia de selecciones integradas por jugadores de diferentes razas y culturas (en un ambiente no exento de xenofobia, dicho sea de paso), que en muchos casos no nacieron en el país que representan, ni cantan su himno. Solo por dar apenas un indicio del panorama que se bosqueja actualmente, alrededor de la mitad de los integrantes de los equipos de Bélgica y Francia, presentes en el Mundial, son nacidos en África o hijos de inmigrantes africanos. Por otro lado, es importante indicar, en el mismo sentido, el caso de buena parte de los futbolistas latinoamericanos que actúan en el extranjero y solo saben de su país ocasionalmente, cuando son llamados para ponerse la camiseta del equipo nacional.

Como resultado de todo lo anteriormente expuesto se ha ido desvaneciendo el “estilo nacional”, ese modo de jugar que se filtraba en la cancha como cierta expresión de la idiosincrasia de cada país. El actual es, entonces, un “fútbol mestizo”, evidencia, pareciera, de que se desnacionalizan las selecciones nacionales.

Hay, pues, un cierto agotamiento del fervor nacionalista en las canchas. El fútbol se mueve en clave transnacional y va tomando la forma del planeta, al paso que la silueta de los países se va despintando conforme a las modificaciones de los parámetros económicos, sociales, políticos e ideológicos en torno a los que fueron emergiendo los nexos entre fútbol y patria.

En este contexto, la FIFA empezó a cocinar un mundial de clubes, como marca del balompié del siglo XXI, cuya primera versión se jugó el año 2000 en Brasil, asomando la separación institucional del nacionalismo político y el balompié.

III.

Así las cosas, es pertinente preguntarse qué pensaría hoy en día Albert Camus. Tratando de adivinar, creo que diría que territorio e identidad ya no están tan claramente delimitados. Que el formato nacional en el que se ha desarrollado el fútbol se está alterando. Y que la definición de la patria como la selección nacional de fútbol va perdiendo parcialmente el sentido que antes tenía. La definición no se encuentra muerta, pero tampoco goza de buena salud, agregaría.


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