Marzo de 1939 estuvo lleno de momentos que marcaron la historia. A mediados de mes, Hitler consolidó sus andanzas expansionistas al invadir Bohemia y Moravia, acciones que habrían de desembocar en la Segunda Guerra Mundial. Fue el mes cuando las tropas de Franco entraron en Madrid. Y fue a comienzos de este mes, el jueves 2, cuando Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli fue elegido el Papa número 260, y eligió el nombre de Pío XII. A partir de ese día se convirtió en cabeza visible de la Iglesia católica.

Este prelado, de lentes similares a Gandhi, de figura seca, hijo de un príncipe y una noble, nieto del fundador del L’Osservatore Romano, experto navegante de la sórdida Curia romana pero escasa experiencia pastoral, ha sido señalado en infinidad de ocasiones como eventual colaborador de la vergüenza nazi, y mucho se ha abundado en cuanto a su posición poco frontal para con ellos.

Lo cierto es que Pío XII había sido secretario de Estado del Vaticano durante el papado de Pío XI y jugó un papel fundamental en la redacción final de la encíclica Mit brennender Sorge (Con viva preocupación), elaborada por iniciativa de los obispos alemanes. Con fecha 14 de marzo de 1937, y leída en todas las iglesias alemanas el 21 de marzo, que era Domingo de Ramos, generó una respuesta del Führer en el más rancio estilo de don Gofiote Maduro. Debo añadir que el futuro Pío XII al presentar el dicho comunicado comparó a Hitler con el diablo y advirtió sobre la posibilidad de que los nazis lanzaran una “guerra de exterminio”.

Los señalamientos en cuanto a su posible “colaboracionismo” han persistido pese a los desmentidos de todo orden y concierto que han hecho innumerables personas. Los propios judíos lo han proclamado a viva voz; recuerdo al historiador judío nacido en Praga Saul Friedländer como uno de ellos. Otro historiador judío, Elliot Hershberg, asegura que Pío XII “fue un afectuoso y solidario amigo del pueblo judío”. Como ellos sobran voces que reivindican a Pacelli y lo alejan de la sombra hitleriana. No es necesario abundar sobre el papel de la Iglesia junto a los más necesitados. En Venezuela no han hecho otra cosa desde hace largos años.

La Iglesia venezolana ha dado señales claras de un ejercicio pastoral sin descanso. Su compromiso ha dejado no pocos mártires, como fueron los casos de Evaristo Ramírez, Régulo Fránquiz y Tomás Antonio Monteverde; los tres, víctimas del régimen gomecista. Los ejemplos del compromiso inquebrantable de los curas con Venezuela son infinitos. Y en estas horas de angustia y esperanzas no han hecho más que ratificar sus votos ejemplares de pastores al servicio de la feligresía. No deja de ser lamentable la actitud del actual obispo de Roma, Jorge Mario Bergoglio, ante nuestros pesares. No sería de extrañar verle pronto elevando sus preces por la salud de doña Cilia y la no menos piadosa Rosario Morillo.

© Alfredo Cedeño

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