Nacida para aunar fuerzas en el intento de contener el chavismo mediante el método democrático, la inconsistencia de la estrategia de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) se puso de manifiesto cuando, después de haber logrado una aceptación alrededor de 38% en 2009, en 2015 obtuvo 54% de los votos y la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional: al contrario de lo exigido por la voluntad de la población, las gerencias de la MUD y de la nombrada Asamblea Nacional se quedaron casi en silencio, concretamente atemorizadas frente al manifiesto desconocimiento del Ejecutivo, su potencial uso de la violencia para quedarse en el ejercicio del poder, la inmediata convocación inconstitucional de una asamblea constituyente sustitutiva, su manifiesta vocación totalitaria.

“La política como compromiso democrático” pregonada por el poeta Rafael Cadenas requiere interlocutores que acepten los principios y valores que la distinguen y que permanecen a nivel de hipótesis en la afirmación que En defensa de la ilustración Steven Pinker así formula: “Las ideologías que justifican la violencia contra los inocentes, como las religiones militantes, el nacionalismo y el marxismo, pueden ser contrarrestadas con mejores sistemas de valores y creencias”.

Pero, al prescindir de las interpretaciones que pueden derivar por la aplicación del principio de relatividad, la historia demuestra que la ineficiencia en el ejercicio del poder, máxime cuando es legítimamente recibido, perjudica a quien no tiene la capacidad y el valor para asumir las responsabilidades correspondientes y, al contrario, favorece al adversario. Los protagonistas, aceptando las limitaciones de la configuración diplomática y haciendo caso omiso del mandato recibido, han reiterado la fe democrática también en la participación en rondas de un dialogo imposible, que no podrían tener algún éxito a causa del desconocimiento del resultado electoral mencionado: otro error táctico que sin mayor interferencia ha facilitado la consolidación y permanencia en el poder de la revolución social comunista bolivariana, sus aliados y proxenetas. Ahora, con transparente ficción democrática y descaro, se convocan al vencimiento nuevas elecciones en las cuales participarán, en la búsqueda de los espacios precedentemente definidos en acuerdos subyacentes determinados por la acostumbrada complicidad, los partidos grandes o pequeños y los individuos en búsqueda de satisfacer ambiciones personales, tal vez de diferente naturaleza y alcances.

No obstante, de la previsible y desapercibida disolución de la MUD deriva el cambio político del comportamiento de la oposición formalmente fragmentada: auspiciamos que cada componente se encuentre comprometido en un análisis crítico introspectivo tanto de los diferentes postulados ideológicos y programáticos para proponerse como guía del desarrollo económico y social del país, cuanto para recuperar una imagen de eficiencia y credibilidad también a escala internacional.

En efecto, se necesita hacer frente a la descomunal crisis del país, a la situación hiperinflacionaria, a la reducción a 20%-25% de la capacidad productiva instalada de las empresas públicas y privadas (quedan en funcionamiento en Pdvsa menos de 20 taladros –para su recuperación, según los expertos, se necesita una inversión de 20.000 millones de dólares por 8 años– y en actividad menos de 3.000 empresas), a la reducción de más de 15% del PIB, de modo que la postulación de eficiencia no es una opción, sino una necesidad para la supervivencia.

Se requiere entonces de una nueva visión programática: en una reflexión de carácter general se impone la asimilación metodológica de las especializaciones tecnológicas cual instrumento de recuperación de la competitividad requerida por el mundo globalizado. Es un requisito que en el contexto económico, político y social de la crisis venezolana es ineludible y propicia una nueva definición para pregonar la significación del término “colectivo” a través de la prioritaria afirmación del término “individual”, por supuesto, en los límites lógicos y epistémicos determinados por el conocimiento y las leyes. De allí el redescubrimiento del patrimonio cultural que imprime las características de identidad y que podría permitir la superación de la sociedad rentista, impuesta por no haber tenido la capacidad y voluntad de utilizar el ingreso petrolero para el desarrollo del país. En síntesis, estos son solo algunos de los parámetros para crear una sociedad productiva fundamentada en el conocimiento y en el sistema democrático y que determinan la autonomía de la nación, la recuperación de su soberanía, la selección de las relaciones internacionales bilaterales y multilaterales en conformidad con las potencialidades productivas, pero también con la tradición y la cultura del país, sin desconocer la diversidad y pluralidad presentes en los diversos componentes de la sociedad.

Es el caso de evidenciar otra vez que la declinación de las grandes centralidades ideológicas y el desvanecimiento de las instituciones estatales han alejado el encuentro entre razón sensible y razón instrumental que debe ser motivado por las reflexiones sobre las características morfológicas, económicas, políticas, sociales y culturales: definitivamente se deben desprender de la nebulosidad del modelo de desarrollo endógeno social comunista aplicado que ha producido la perdida de la soberanía, el aumento de su dependencia tecnológica y financiera, alimentaria y sanitaria, energética y política, y ha transformado el país en sujeto sometido al extranjero.

La responsabilidad de la recuperación, de la escogencia del modelo de desarrollo, de la dimensión del cambio político, del redescubrimiento de la propia identidad histórica se realiza a través de la inevitable confrontación entre demócratas, defensores de la libertad, y los adeptos al pensamiento único, defensores de la vocación totalitaria, en el intento de encontrar una hipótesis de supervivencia que aleje las diferentes opciones de intervencionismo extranjero que mortifican las características de país soberano e independiente: esta postura no significa despreciar, sino aceptar con dignidad y con las consecuentes responsabilidades la ayuda necesitada por las condiciones de postración a las cuales ha sido reducido el país.

El cambio no se reduce a un simple rito político, sino que debe asumir la significación y consecuencia de la renovación del orden económico y social. Pues, la afirmación de los valores que identifican la soberanía nacional procede del concepto de Estado-nación y de los procesos de integración interna nunca logrados a plenitud y que todavía podrían ser realizados e interpretados para incrementar la democracia a través del crecimiento general, máxime de las áreas deprimidas del país. Por supuesto, el desempeño político y el estado de derecho deben ser volcados hacia el fortalecimiento de la unidad e identidad nacional, en un proceso en el cual la responsabilidad individual debe coincidir con la colectiva para la conquista de un nivel mayor de cohesión y civilización, en la representación unitaria de la ética, de la estética y de la afirmación del estado de derecho y de la Constitución de 1999, para otorgar especificidad, sustanciación jurídica y científica a la transformación socio económica planteada.

La situación de crisis moral, política, económica y social, en la cual la prioridad deliberativa ha sido dirigida en favor de la revolución bolivariana, ha reducido el institucionalismo del Estado a una ficción estructural que traiciona las funciones originarias y la naturaleza jurídica doblegadas a las distorsiones políticas y sociales del proyecto político. La corrupción, el narcotráfico, el presunto financiamiento del terrorismo internacional, por último la organización de marchas de “emigrantes” en el intento de desestabilizar el “imperio” y alejar la atención internacional de la situación que vive el país, han condicionado y condicionan cualquier hipótesis de desarrollo de la vida de los venezolanos. Esta es la estrategia dominante del gobierno para asegurar su permanencia en el poder y que no se traduce en interacciones para perseguir un óptimo (en el sentido de la eficiencia de Pareto por la cual, en la teoría utilitarista, el cambio de situación no perjudica a los demás), sino de la prevalencia del estilo soviético-leninista por el cual la ganancia equivale a la aniquilación del adversario. Aun cuando las partes pudiesen hablar entre sí, no podrían estar seguras de confiar mutuamente por la consecución de sus propios intereses políticos y económicos que no representan los generales de la población venezolana, y que se desenvuelven en perjuicio del propio equilibrio pacífico de la región por mucho tiempo dejada a transformaciones inducidas de área de influencia de la izquierda internacional, su ideología, sus programas históricamente obsoletos.

La realidad histórica de la revolución bolivariana es inconfesable: la convivencia civil, constreñida en una simulación, ha sido mortificada en los derechos humanos y constitucionales, mientras que las dimensiones económicas de supervivencia de los ciudadanos han asumido esta dimensión: el valor del bolívar de 2009, en 2018 así se expresa: Bs.1 = 0,000.000.001. No somos maniqueos, pero creemos que en un país petrolero y con los recursos naturales de Venezuela ningún argumento político, ideológico y programático pueda justificar símil aberración y perversidad.


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