Al igual que la mayoría de los venezolanos, me enteré a través de las redes sociales de lo que estaba aconteciendo frente a La Carlota en la mañana del 30 de abril. En los videos se observaba al presidente Guaidó y a Leopoldo López a la cabeza de un supuesto movimiento militar; la presencia de militares le daba credibilidad al asunto. Superada la sorpresa, mi primer pensamiento, seguramente compartido por muchos, fue desear que tal acción fuese exitosa, que el ansiado quiebre del apoyo castrense al régimen se estuviese escenificando.

Transcurrido esos momentos iniciales y oyendo los llamados (acatado por una considerable cantidad de ciudadanos) a la calle proferidos por ambos líderes, comenzaron a asaltarme algunas interrogantes, ¿Por qué si estaba convocada para el día siguiente una jornada nacional de protesta previsiblemente masiva y contundente (como realmente lo fue) se adelantaba el pronunciamiento militar? ¿Por qué Guaidó y López estaban donde estaban y no en una posición resguardada y de comando a pesar del riesgo evidente para su seguridad?

Con el transcurso de las horas se fue haciendo evidente que la acción de marras no lograría más acompañamiento castrense y por tanto no lograría su objetivo. Realidad que se materializó cuando Leopoldo López se refugió en la Embajada de Chile. A media mañana la situación derivó en fuertes disturbios en la autopista Francisco Fajardo y alrededores de la plaza Francia de Altamira, que fueron reprimidos brutalmente por cuerpos de seguridad del Estado y por colectivos. Era la primera vez desde enero que se suscitaban tales enfrentamientos y en esos sitios.

Otra interrogante que muchos nos hacíamos era sobre quiénes estaban detrás del frustrado alzamiento.

Durante el día comenzaron a surgir respuestas a las interrogantes existentes. Sobre por qué adelantarse al Primero de Mayo, los protagonistas informaron que lo hicieron para evitar que Guaidó fuese detenido y que López fuese enviado a Ramo Verde de nuevo, según información confiable que les fue suministrada; sobre quiénes estaban en la jugada, eran nada menos que el ministro de la Defensa, el comandante de la Guardia de Honor y el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, quienes al final se inhibieron y desmintieron tal aserto.

Las explicaciones dadas por algunos para explicar lo ocurrido no me resultan satisfactorias y me suscitan algunas dudas. Guaidó continúa en la calle ejerciendo su presidencia, a pesar incluso de ser responsabilizado por el régimen de encabezar un supuesto golpe de Estado, ¿cuál era entonces la razón para detenerlo el 30 de abril? El chavismo tiene al respecto una limitación (todavía desconocida más si barruntada) que trasciende al cálculo político; otros opinan que su detención hubiese sido un catalizador para la movilización del Primero de Mayo. En cuanto al supuesto traslado de López a Ramo Verde, reconociendo que hubiese sido un hecho muy grave, no ameritaba tirarse tal parada.

En relación con la supuesta connivencia del ministro de la Defensa, el comandante de la Guardia de Honor y del presidente del TSJ en el movimiento para salir de Maduro (Bolton dixit), llama la atención no solo el desmentido inmediato de los mismos sino que al sol de hoy (14 de mayo) continúan en el ejercicio de sus altos cargos.

Los acontecimientos de ese día y posteriores confirman que hay mar de fondo en la FAN y en sectores de la nomenclatura roja, pero que las cosas no han llegado al punto de quiebre. También que la dirigencia democrática comprometida en esa jugada dio un paso en falso y presumiblemente pisó un peine. Lo mismo puede decirse al respecto de los operadores políticos estadounidenses (en particular Bolton) encargados de hacerle seguimiento a los asuntos de Venezuela, a menos de que sus palabras respondan a la intención de intrigar y suscitar desconfianza en la cúpula chaviana.

Los sucesos del 30 de abril supusieron una desviación ¿momentánea? de la estrategia de resistencia pacífica que ha sido una de las claves de nuestro avance exitoso, aunque todavía insuficiente, de enero a esta fecha en pos del objetivo de lograr el cambio.

Las ventajas estratégicas en una confrontación no son inmutables y pueden despilfarrarse por precipitación y errores de cálculo.


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