Al leer el libro Insignificancia y autonomía, uno recibe la agradable invitación a reflexionar sobre un principio clave para la construcción permanente de la condición humana. Yago Franco (psicoanalista y docente en psicoanálisis), Héctor Freire (profesor de letras y crítico literario y de cine) y Miguel Loreti (escritor y filósofo) son los coordinadores de esta obra que presenta los trabajos de más de treinta autores de diversas disciplinas que participaron en los “debates a partir de Cornelius Castoriadis”, un multifacético pensador nacido en Constantinopla en 1922 y fallecido en París en 1997, en cuya obra destaca su crítica acerba tanto al estalinismo como a todo dogmatismo y a toda impostura totalitaria, y se pone de relieve, asimismo, además de un interés especial por el estudio del imaginario social, una ardorosa defensa del concepto de autonomía política al reivindicar “el proyecto de una nueva sociedad, proyecto de autonomía social e individual”.

Ese proyecto, que en las palabras de Castoriadis, “…es creación política en su sentido más profundo, y cuyas tentativas de realización, desviadas o abortadas, han informado ya a la historia moderna”, está alimentado por la pasión por la autonomía, la cual, como dice Yago Franco, conduce a un ilimitado movimiento de cuestionamiento de lo instituido; es decir, como una “actividad constante de desinstitución de todo lugar-amo”, cuyo ejercicio es placentero en tanto nos posibilita darnos nuestras propias leyes, proporcionarnos de una manera lúcida un modo de lo social opuesto a la heteronomía, concebida esta como un estado del colectivo en el cual la ley nos es impuesta o nos es dada aún en ignorancia de lo que sucede. Pues, como afirma este autor: “Las sociedades tienden a crear a un Amo de la significación, una instancia vivida como exterior a ellas, que tomará la forma de procedimientos de funcionamiento político, orden jurídico-legal (apropiado por una parte de la sociedad que domina a la otra), o tiranos, brujos, etc., todos vividos como naturales, incuestionables, originados en leyes divinas, o en héroes de una historia devenida novela, etc.”.

Pasión por un principio en este tiempo en el que somos víctimas de los efectos del avance de la insignificancia, expresados, entre otros, en la pérdida de orientación para la vida colectiva e individual; y también en circunstancias y lugares donde nos amenazan prácticas totalitarias que persiguen, sutil o abiertamente, el secuestro de nuestras subjetividades y la prohibición de pensar críticamente, ávidas de tener almas rotas subordinadas incondicionalmente al poder. Con toda razón se señala que la noción de autonomía se encuentra en las antípodas de todo totalitarismo.

Es la pasión por la autonomía a la que otros autores también le han prestado atención con ópticas y herramientas conceptuales distintas, como Anthony Giddens, quien se refiere a dicho concepto como “la capacidad de los individuos de reflexionar por sí mismos y de autodeterminarse”, de tal manera que estos, con base en sus propios criterios, puedan “deliberar, juzgar, elegir y actuar en diversos modos posibles de acción”. Pasión por un principio, según el cual se les reconoce a los individuos iguales derechos y obligaciones en la determinación de las condiciones de sus propias vidas, sin que ello, por supuesto, niegue los derechos de los demás.

Una pasión por la autonomía alimentada además por un imperativo ético, como sostenía Paulo Freire, sin constituir en modo alguno un favor que podamos o no darnos los unos a los otros, y fundamentada en la conciencia de “la inconclusión del ser que se sabe inconcluso” y en “la vocación de ser más propia de los seres humanos”.

Y a contrapelo de lo que es un verdadero compromiso político y ético con el principio en consideración, históricamente ha sido patente en diversos países el temor por la autonomía, sobre todo allí donde, como afirma Franco, hombres y mujeres han depositado/delegado su poder en instancias que lo han vuelto contra ellos. Un miedo que se ha hecho bastante visible en un régimen como el que tenemos ahora en Venezuela, en el cual su mal llamada revolución no tiene nada que ver con lo que Castoriadis redefinía como “la institución de la autonomía en el campo político”.

*Una aclaratoria necesaria: Este artículo fue publicado en este periódico el 02/10/2010 con el título “Pasión y miedo por la autonomía”. Hoy vivimos en nuestro país un momento propicio para reivindicar un principio tan fundamental.

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