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Jennifer Moya Gil

Reflexionando en torno a la educación, la interculturalidad, la tradición, la identidad y la valoración de las manifestaciones artístico-culturales del pueblo venezolano, se hace pertinente el hecho de efectuar un recorrido por los preceptos establecidos en la Ley orgánica de educación (LOE).

Tales enunciados revelan, en primera instancia, el desarrollo de una educación que contemple entre sus valores fundamentales el respeto a la diversidad propia de los diferentes grupos humanos y la consideración pluricultural, multiétnica e intercultural de la misma; aspectos estos que se conciben como premisas coadyuvantes al fortalecimiento y difusión de los valores y manifestaciones culturales de la venezolanidad, consustanciados con los principios de identidad local, regional y nacional, pero con una visión latinoamericana, caribeña, indígena, afrodescendiente y universal.

La LOE hace especial énfasis a la educación intercultural como modalidad o variante educativa tendente a la complementación del acervo autóctono propio y originario de los pueblos, con los aportes culturales, científicos, tecnológicos y humanísticos de otras culturas; especialmente, lo oriundo de comunidades indígenas y afrodescendientes que permitan al venezolano nutrirse del conocimiento de los saberes de otros, su idioma, tradiciones, mitologías y sus formas de ver y concebir al mundo; quedando implícito en ello, el baúl musical que contiene los arraigos populares y tradicionales que definen a cada región.

Entonces, esto premia el hecho de que exista en Venezuela una diversidad musical rica y nutrida de polos, galerones y malagueñas hacia el oriente del país, el tambor y los ritmos afrodescendientes en las costas centrooccidentales, el bambuco por los Andes, las gaitas y danzas hacia el occidente y el arpa, cuatro y maracas del llano venezolano. En definitiva, se demuestra la riqueza y diversidad musical en nuestro país; el detalle fértil sobre el cual tiene especial interés la ley, desde una óptica educativa, intercultural y musical, es que en cada región sea reconocido lo suyo, lo de otros y lo de todos en un movimiento que nazca y se consagre principalmente desde la escuela, como epicentro del interconectar plausible de culturas que nutran el patrimonio venezolano.

Estos planteamientos suenan a melodiosos acordes que acarician el espíritu del venezolano, en teoría, pareciera ser un modelo educativo avasallante que pretende en gran medida una educación integradora, justa, enriquecedora del espíritu, la tradición, la identidad y los valores de las nuevas generaciones que hoy se forman, en aras de consagrarse en los grandes seres humanos del mañana; el detalle quizás no está en los planteamientos emanados de la ley, sino en el no ejecútese o en la vulneración de los fundamentos de su correcta, total y posible implementación y la responsabilidad social que esto lleva a cuestas.

Es ineludible que siendo ley, los responsables desde el Estado terminen dando la espalda a la interculturalidad como principio insoslayable de la legislación venezolana en materia educativa, pero la reflexión en este sentido debe estar dirigida a la búsqueda de caminos que conduzcan a despertar en el educando, especial interés por descubrir ese trasegar profundo de la historia, la cultura, la música, la idiosincrasia, entre otros aspectos patrimoniales de todas las regiones que integran la geografía venezolana.

Desde la perspectiva intercultural, la enseñanza de la música tradicional venezolana, como patrimonio cultural y mecanismo por excelencia, orienta al fortalecimiento de la tradición e identidad local y regional, razón por la cual ha de ser en su esencia misma un hilvanar de arpegios y melodías que comuniquen las más profundas pasiones de cada pueblo, y que se constituya en una piedra angular de la representatividad de cada región; esto implica partir de la frase célebre “lo nuestro es lo primero”.

En otro sentido, implica que las acciones educativas y pedagógicas para la formación musical deben estar orientadas primero hacia la instauración de la música y la cultura propias de cada región, para imprimir en el educando sentimientos valorativos, de amor, fraternidad y orgullo por su pedacito de tierra, su música y su linaje como senda que integre los saberes musicales de otras gentes, fertilizando armónica y complementariamente el acervo raíz de cada pueblo.

Es la música una de las vías por excelencia más atractivas para despertar la sensibilidad y el amor fraterno sobre lo propio, y en ella debe imperar una preocupación real de la escuela constituida en idear mecanismos didácticos e instruccionales acordes con la realidad tecnológica y globalizante que vivimos, con consideración primordial de la identidad y de las culturas internas del país, antes de que esos espacios sean llenos por otros bombardeos musicales que trasciendan el territorio venezolano.

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