Según la Real Academia Española (RAE), paredón: “Pared delante de la que se coloca a los que van a ser fusilados”. Fusilar: “Ejecutar a alguien con una descarga de fusiles”.

Pocos podrían afirmar que en Venezuela existe la espantosa tradición de los revolucionarios cubanos de eliminar a los opositores llevándolos a los ensangrentados muros que sostenían y sostienen un régimen fundamentado en la imposición de una voluntad única, encarnada por el gerifalte mayor que sin respeto a la ley consolidó el terror como norma de control social.

Pocos verán similitud entre la muerte decretada ante tribunales sin ley y los incalculables asesinatos a manos de hordas de colectivos. No es fácil imaginar una política de Estado diseñada para matar de hambre a la población.

Cómo entender que en lugar de velar por la salud de su pueblo, nuestros gerifaltes han trabajado incansablemente para despojarlos de medicinas, hospitales y médicos, al asaltar los fondos previstos para esos fines y convertirlos en su botín y depositarlos en bancos de países sancionadores.

Ejecutar a una porción de venezolanos que constituían nuestra creciente clase media fue labor estudiada y llevada a cabo desde los inicios de la planificación de Giordani, pero magistralmente concretada por el combo Ramírez-Merentes, que atacaron al unísono la capacidad productiva y la erosión del valor monetario con tal efectividad que lograron convertir nuestro país en referente ilustrado de cómo no hacer las cosas en economía.

Pero, como dice el dicho, la culpa no es del burro, perdón del mono, quise decir, sino de quien le da la hojilla. Realmente la culpa, si se pudiera ubicar en alguna persona, sería del presidente o presidentes que han nombrado a los ejecutores como verdugos, ministros y presidentes de empresas e institutos que siguieron una partitura para ejecutar el réquiem venezolano al compás de marcha militar. No necesitaron la fusilería para llevar a cabo la más funesta labor de exterminio.

Hoy Venezuela tiene su corazón partido en pedazos; 3 millones de pedazos distribuidos por el mundo. El éxodo venezolano amerita que se hable de posibles campos de refugiados en Colombia y Brasil, se limite su ingreso en Panamá, que tengan una visa humanitaria en Perú o que sean los mayores solicitantes de asilo en España y Estados Unidos de América. Somos una clase media extinguida en su país de origen, que enriquece con trabajo y emprendimiento muchos países que se asombran ante la torpeza de una dirigencia que contrasta tanto con sus antecesores, pues aún recuerdan cuando llegaban multitudes de estudiantes a prepararse mejor para el prometedor futuro que veían al regreso de sus estudios y la construcción del país.

Lejos están los recuerdos de inauguraciones de grandes obras, que nos hicieron sentir orgullosos de nuestros arquitectos, ingenieros y constructores; lejos, también, los laureles académicos a investigadores y laboratorios que convirtieron nuestros pesados bitúmenes en líquidos exportables; lejos los días que dieron nacimiento a orquestas, coros y actores, así como los festivales que resaltaban el acervo cultural que nos convertía en referente hemisférico. Lejos están los días que amanecían anunciando un nuevo logro y atraían a hombres y mujeres de todas partes del mundo porque ya Venezuela no era “el secreto mejor guardado del Caribe”, como decía la propaganda de Corpoturismo.

Contemplado la bella obra de Cruz Diez, símbolo de la trágica salida de nuestros emigrantes, viene a la mente un recuerdo de la famosa frase betancuriana, aquella de los muertos insepultos, seguramente serán los muertos insepultos que este régimen ha querido callar los que recuperarán la democracia y convertirán ese mosaico en símbolo de bienvenida para los hijos de la patria que volverán con el futuro bajo su brazo.


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