El impacto de la crisis de todo orden en Venezuela, la magnitud de un desastre inimaginable hace dos décadas, creado por la combinación de ineptitud, menjurje ideológico y corrupción, produce una impaciencia lógica y comprensible entre quienes sufren directamente la situación.

El presidente de la Asamblea Nacional y encargado interinamente del Ejecutivo tiene mucho menos herramientas internas que las que tuvieron los líderes democráticos que lo precedieron para enfrentar el régimen y ejecutar una estrategia exitosa. Aquellos alguna vez tuvieron un mínimo de fuerza sindical, o tuvieron una cierta capacidad de movilización de sus partidos políticos. Hoy, Guaidó cuenta en ambos casos tan solo con unos cascarones. Todas las instituciones nacionales del Estado, a excepción de la Asamblea Nacional, están tomadas y descaradamente plegadas a la voluntad del régimen, sin reparo a formalismos. Los medios tradicionales de comunicación masiva tienen poco o ningún alcance. Han sido colonizados, minimizados, amenazados, restringidos en su actuación o simplemente eliminados y desplazados. Es lo que lleva a Guaidó a movilizarse por diversas ciudades del país, para mantener viva la llama de la protesta a lo largo del territorio nacional, a sabiendas, también, de que concentrarse solo en las manifestaciones caraqueñas puede conducir al desgaste. Es la manera como continúa comunicándose con la gente. Y es la manera como recuerda al régimen, a la comunidad internacional, y hasta a sus propios aliados internos, que cuenta con respaldo popular. La pregunta es hasta cuándo durará eso.

Guaidó también tiene una presión interna como nunca la tuvieron sus antecesores en el liderazgo democrático. La situación económica y social venezolana hace rato que tocó fondo y el régimen no contribuye sino a que se agraven más los problemas, los de la salud, los de la desnutrición, los de la falta de energía eléctrica, el colapso total de las instituciones públicas y el deterioro o inexistencia de las privadas. Guaidó tiene que ingeniárselas para mantener viva la llama de la esperanza prestando atención a todas estas dificultades.

En lo externo, el presidente interino y su equipo tienen, también a diferencia de sus antecesores, un apoyo más claro y activo de los países democráticos del mundo, encabezados por Estados Unidos. La presencia cubana, rusa e iraní en suelo venezolano ha adquirido una valoración distinta. Estados Unidos arrecia cada vez más las sanciones económicas contra el régimen y sus representantes, ejecuta y promueve también sanciones individuales, y ejerce su poder e influencia en las instancias internacionales (OEA, ONU) para limitar la acción diplomática de la camarilla gobernante. Canadá también ha adelantado sanciones individuales y junto a Estados Unidos ha aprobado millones de dólares de ayuda a los países latinoamericanos receptores de refugiados venezolanos, que se estiman en alrededor de 3 millones en los últimos 2 años. Los países que conforman la Unión Europea, en su mayoría, han respaldado a Juan Guaidó como presidente interino y han manifestado su desacuerdo con la intervención armada contra el régimen como prioridad, dejando abierta la posibilidad de que haya elecciones libres en Venezuela incluso convocadas por Maduro. Los países más grandes de América Latina, a excepción de México, están con Guaidó, quien desde el principio ha dicho que su hoja de ruta es el cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.

Han pasado ya tres meses desde que Juan Guaidó se juramentó en tribuna abierta como presidente interino, con apoyo de la Asamblea Nacional. La situación social y económica empeora día a día, muy rápidamente. Los tiempos estimados para la caída del régimen han ido variando desde entonces. Pareciera que el cálculo inicial era que el ingreso de ayuda humanitaria desde Colombia y Brasil, al mes de haberse juramentado Guaidó como presidente interino, iba a provocar la reacción de las fuerzas armadas institucionales en favor del cambio de gobierno. La verdad fue que los militares casi no tuvieron ninguna actuación en impedir el ingreso de la ayuda, sino los paramilitares y malandros comandados por la Fosforito y Bernal. El trabajo sucio lo hicieron otros y los militares se lavaron las manos. La ayuda no ingresó y no pasó nada. Salvo los muertos en la frontera con Brasil.

Por esos mismos días, el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, se reunió con el Grupo de Lima (integrado por países latinoamericanos y del Caribe, además de Canadá) y con Guaidó, y se percató de que entre los latinoamericanos, la intervención armada internacional no tenía un resuelto apoyo. El mensaje estadounidense tuvo desde entonces un giro: todas las opciones están sobre la mesa, pero se intentará al máximo con las presiones económicas y diplomáticas hasta obtener el resultado deseado. El enviado especial para Venezuela del Departamento de Estado, Elliott Abrams, ha repetido que hay que darle tiempo a las sanciones económicas para que funcionen, incluso habló de esperar hasta finales de abril. Y este es considerado un halcón.

Entretanto, los rusos aumentaron su presencia militar en Venezuela, con unos 100 soldados comandados por un general especializado en fuerzas terrestres, y los cubanos (que se calculan en miles, entre asesores y funcionarios) continúan aconsejando el aguante, y vigilando la represión y la tortura, especialmente contra los militares que se alcen o expresen descontento.

La situación política actual venezolana demanda una reflexión constante del liderazgo democrático venezolano. La solidaridad activa de la comunidad internacional democrática, y especialmente la de Estados Unidos, ha colocado la crisis venezolana en un contexto global. De allí la importancia de una asertiva conducción del proceso por parte de los actores nacionales. Si los actores internacionales siguen decidiendo sanciones, sin que haya una resolución de la crisis, la prevalencia y acentuación de la grave situación económica y social les será muy útil para identificarla con el fracaso del socialismo, mientras los principales dolientes seguirán sufriendo, con el aguante aconsejado por los cubanos, las nuevas medidas de represión, los líderes del régimen apertrechados y pocos deseos de separarse del poder.

La hoja de ruta establecida por Guaidó y su equipo, respaldada por la mayoría de los países de la comunidad internacional democrática, es un tanto restrictiva. El que no haya diálogo con Maduro, con el usurpador, no debería negar que haya negociación con otros personeros, especialmente los militares que lo sustentan. Hay que buscarla, porque de otro modo, las alternativas son o la confrontación violenta con intervención externa, o el reacomodo del régimen para quedarse a la cubana. Al enemigo hay que ofrecerle salidas. Cuando no las ve, se atrinchera y pelea con más fuerza hasta el final. Es también la conseja que conviene a los cubanos. Es preferible que los revolucionarios se inmolen a que se entreguen. Es el acto heroico revolucionario. Nunca la rendición.

No bastan las apelaciones para que se vaya el usurpador. No van a tomar esa decisión solos y sin avizorar alternativas que les favorezcan. Es mucho lo que está en juego para ellos, el tremendo patrimonio propio que quieren proteger y su propia libertad individual y la de sus familiares. Hay que ayudarlos a decidir. Nunca va a ser el interés primordial de los factores externos, que podrán al fin y al cabo convivir con una crisis venezolana permanente. Es, en definitiva, una iniciativa nacional. Pareciera que es la pata que le falta a la ruta planteada.


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