Dice el tango que veinte años no son nada, y posiblemente para asuntos del corazón eso sea cierto, pero para asuntos del estómago los tiempos son claramente distintos.

Ya hace más de esos años cuando aquellos personajes que irrumpieron en nuestra historia, justificando su violencia y traición a la lealtad constitucional, intentaron un golpe militar basado en la supuesta recuperación de la correcta conducción de un gobierno que, según ellos, estaba plagado de corrupción y pérdida de soberanía; llegaron al poder por la vía electoral democrática con prédicas de la recuperación nacional. Ilusionaron a un noble pueblo confiado en su mensaje de corrección, producto de una formación y orden militar que lucían con orgullo el candidato y su entorno.

Lamentablemente, sus promesas se las llevó el viento. Zainos como quienes nunca hubiesen pronunciado palabra sobre la corrupción, han llevado al extremo el saqueo del patrimonio de los venezolanos. Nunca cupo en la más fértil imaginación criolla que llegaría el día de ver a la población entera depredada de alimentos y medicinas por esos gerifaltes que antes se inflaban al denunciar supuestas irregularidades.

Los chupópteros son los parásitos de los parásitos, aquellos que han logrado corromper la corrupción.

Hemos dado al final de esta terrible travesía con las causas explicativas de la trágica cotidianidad de Venezuela. Solo con la aparición de esos seres que fagocitando su propio entorno, es decir, robando a su propio círculo podemos entender que un buen día aparecieron las arcas vacías sin que antes hubiesen sonado las alarmas de la Contraloría, la Fiscalía, el Banco Central ni la Asamblea Nacional (incluso la constituyente).

Ha aparecido el fenómeno del parásito, definido por la Real Academia de la Lengua, como ese que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y causándole perjuicio.

Los venezolanos al fin podemos estar tranquilos, no es porque comemos mucho que no hay alimentos. Tampoco es porque se producen medicinas muy buenas y baratas que se las llevan todas al exterior. No es que en nuestras refinerías no se produce la gasolina necesaria para abastecer nuestra flota; no señor, aquí, como ya lo sospechamos, todo funciona bien, pero hay unos que nos engañaron y se comieron nuestro queso.

Ahora sí tenemos fiscal y contralor, ahora van a ver cómo saldrán a la luz pública quienes no merecen ser herederos del legado y quienes lo han destruido. Quienes se hartaron con el pernil ajeno, por decirlo de una manera.

El año que comienza ya está dando sus buenos augurios, porque si encontramos la epidemia seguramente pronto aparecerá la fórmula para su exterminio, y el axioma nos permite pensar que sin chupópteros en el gobierno volverá el bienestar al país.

Debemos declarar este el año del exterminio de los parásitos del presupuesto, y tal vez lográndolo podamos en diciembre decirnos que fue un año feliz.


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