«Los peores enemigos de los pobres son los apologetas de la miseria con fines de manipulación política o religiosa: sin ellos, quienes ambicionan gobernar pueblos no existirían ni tampoco los sacerdotes nunca distantes de la violencia. La humanidad debe propugnar la comunión entre mujeres y hombres trascendentales, la abolición de los ejércitos, el fomento de la productividad, el uso de la inteligencia sin fines lesivos y control de la natalidad»

Cada cual, conforme a sus aptitudes e ingenio, procura, desde sus primeros días, adecuarse-ubicarse para crecer y procrear o prescindir de vástagos antes de morir. Necesita alimentos, cobijo y vestimenta. Para lograrlo debe experimentar cierta identificación con la violencia. Si irrumpimos en un ambiente hostil debemos aceptar su reciedumbre si nuestro propósito es permanecer [sobrevivir]

Las bíblicas y violentas acciones de Jesucristo contra los mercaderes del templo y el «ojo por ojo y diente por diente», entre otros sucesos más o menos relevantes, delatan intolerables rasgos de crueldad en una doctrina acogida por millones de personas en el mundo. En ello difiere –abiertamente– el hinduismo: tesis para la cual son fundamentales el ahimsa [«no violencia»] que, con fervor, asumiera Gandhi (1869-1948). Los hindúes no son violentos con los animales y los adoran por dictado religioso [de ahí la tendencia vegetariana de quienes adhieren al yoghismo]  

Pasajes bíblicos de la Historia del Advenimiento de Cristo muestran –indistintamente– sacrificios de racionales e irracionales. En realidad, sin problemas de naturaleza espiritual, los cristianos se comen a los animales. Cuando es preciso practican la antropofagia y lo justifican [sucedió a quienes viajaban en un avión que, hace décadas, se estrelló en la cordillera andina]

El hinduismo propende a la enseñanza [sugerencia] del ascetismo [brahmacharía], las abstinencias [yama], virtudes inherentes al seguimiento de rigurosas reglas en la vida [niyama]. El cristianismo perdona, al pie de la muerte, a todos los pecadores. Podría un católico vivir disipadamente sin preocuparse: al final, será redimido.

En naciones como las nuestras, caracterizadas por una enfermiza exaltación de la guerra, los políticos o religiosos no suelen proponer la no violencia doctrinal para discutir y resolver problemas sociales. Fomentan la falsa mediación, justifican-legitiman las insurrecciones o amotinamientos para la consecución de cierta figuración pública con fines específicos. Prosperan los ejércitos de rebeldes [fútiles y de liberación, de signo o formato paramilitar] y se teoriza sobre las luchas entre clases sociales.

En occidente, la violencia es sistemáticamente prodigada y elogiada. Resulta satisfactorio ver una película de acción que, desde mi palco, retrata la naturaleza [criminal] occidental. El varón arquetípico es fuerte, defiende sus hembras hasta la muerte, bebe pócimas, toma cuanto su antojo dicta y no es perpetuamente [proscripto] castigado por legislaciones religiosas [ya dije que, antes de escindir, puede ser perdonado].

Es probable que la no violencia doctrinal jamás prospere en ninguna parte porque ello implicaría la quiebra de las fábricas de armamentos: y, consecuentemente, la precipitación de una jamás vista e internacional crisis financiera. Junto con el narcotráfico y petróleo, la letalidad es uno de los más prósperos negocios. Los hombres y mujeres occidentales nos evitaríamos numerosos traumas y lesiones graves tras sumarnos a la praxis de la ahimsa. Y, no solo ello: desecharíamos incómodos complejos, rivalidades por la posesión de bienes, la competencia, los anhelos suicidas, el miedo a la muerte, disolución de familias y sociedades. No somos pobres en tanto que espiritualmente trascendentales. Sin interceptaciones políticas ni religiosas. Luce alucinante, cierto, porque es paranormal.

Leamos a Krishnamurti: «[…] La comparación, el conflicto, la competencia, no solo crean deterioro, sino también miedo; y, donde hay miedo, hay oscuridad; no hay afecto, comprensión, amor […]».


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