Que el Frente Amplio haya convocado a la oposición en todos los estados que forman la República a ser parte de un proyecto de reconstrucción nacional, nos hace pensar que la unidad superior para enfrentar al régimen está en marcha. Que tenemos motivos para regresar al optimismo; que haber dado ese paso fue una manera de tomar las riendas y corregir errores; que las brújulas están bien orientadas; que el espíritu democrático está de regreso, renovado en su visión y buscando los espacios que le corresponden.

Ese punto de partida ha sido un fenomenal acierto por tres razones básicas: una, porque Venezuela es de todos; dos, porque la tragedia es nacional y no la vive solo la Gran Caracas; tres, porque hay en esa convocatoria el reconocimiento de un liderazgo regional y un homenaje a la descentralización que todo estado federal proclama y que tanto bien le hizo, en su efímera puesta en marcha, a nuestras regiones en el pasado.

Bien por reconocer que cada región tiene su nombre y también sus problemas, sus soluciones y sus líderes, y hacernos pensar de nuevo que con la unión de todos y los ojos puestos en Venezuela, podemos salvarla de la destrucción castrocomunista.

Sin embargo, es bueno insistir en que los retos del frente son inmensos; que la fractura de la oposición juega en su contra y, por lo tanto, hay que reducirla con argumentos y propuestas urgentes y creíbles; que le toca sortear la crisis con un voluntariado que resucita de un letargo adobado con una mezcla de desencanto, furia y frustración que pende, como una capa espesa y negra, sobre una población en fuga, y un régimen empuñando todas las armas, plantado en los malos procederes que siempre trae consigo la fatalidad fascista. Y todo esto con el agravante de algunos líderes que, en los actuales momentos, tristemente, sobresalen por su escandaloso silencio.

El reto es grande y nadie puede llamarse a engaño. Es cierto que las condiciones para un cambio de rumbo a favor de la democracia están allí, pero el camino para restablecerla pasa por la unificación de todas las fuerzas opositoras y eso, que no es tarea fácil, obliga a vencer el escepticismo que produjeron los fracasos sumados a los pleitos entre hermanos, por reducir el volumen del vocerío extremista; ver en acción a un enorme y multiplicado liderazgo, renovado y creíble, con la fuerza de la verdad y alejado de toda tentación populista, rompiendo la inercia, convocando de nuevo a esa multitud que clama por un cambio utilizando todos los medios a su alcance, para rebatir, con contundente coherencia y sobrados argumentos, los costosos y criminales desaciertos de un régimen arbitrario y represor que no dará tregua.

Nada de decir que el cambio está a la vuelta de la esquina, porque no es cierto. Es ya un milagro haber realizado el recorrido estado por estado, y haber conseguido una masiva respuesta.

Demos gracias a la voluntad democrática de quienes no se rindieron a pesar del derrumbe opositor, por haber construido este escenario de unidad, incluyendo en su llamado a los marginados de siempre, teniendo en la mira y con plena consciencia los grandes problemas que integran la tragedia nacional, y sobre todo, con los ojos bien puestos en los grandes obstáculos, tanto endógenos, como exógenos, por superar.

El escenario de las luchas por venir está a la vista, las batallas constitucionales y democráticas por dar son muchas y el enemigo a enfrentar es un villano sin miramientos. La primera gran batalla del Frente Amplio, ya instalado con su correspondiente agenda, será el 10 de enero de 2019, día en el que no solo conoceremos su respuesta a la pretensión del régimen de legitimar a Maduro, sino que también servirá, entre otras cosas, para medir su verdadera fuerza; la real posibilidad de reunificación de las oposiciones en torno a una agenda común y prioritaria en los términos que exige la política para salvar a Venezuela; probar la envergadura del nuevo liderazgo que, forzosamente, tendrá que saltar con rostros nuevos a la escena; la disposición del pueblo a participar activamente en nuevos escenarios de confrontación democrática; si persiste, o no, el movimiento abstencionista en su posición; la cohesión de gremios, asociaciones y sindicatos y, por supuesto, y sobre todo, servirá para saber cuál será la posición del régimen, de la que no podemos esperar una respuesta distinta a las que, llenas de arbitrariedad e insolencia, suelen dar las autocracias y en especial, las fasciocomunistas.

Esas y muchas cosas más podrán salir a la luz a lo largo de un debate que se presenta como definitivo y que requiere de la fuerza de todos los venezolanos que repudiamos los funestos procederes de un gobierno totalitario. Y cuando digo todos, quiero decir todos, tanto los viejos como los nuevos demócratas, los originarios y los arrepentidos, los indiferentes y los abstencionistas. La situación exige la condena de cualquier forma de apartheid, porque si no lo hacemos, nuestra conducta no se estaría diferenciando de la del enemigo.

Suelo pensar que en la visiones de Dios están ausentes las malicias del diablo, y que en política es mejor precaver que lamentar y tener muy presente aquello de “piensa mal y acertarás”. En esas frases y conceptos deberían centrarse los estrategas del Frente Amplio para enfrentar a un enemigo que viste de negro y juega siempre con cartas marcadas, porque esa es su naturaleza tramposa; un enemigo que con la mayor impunidad prepara la escena, pone todos los elementos a su favor, tiende trapos rojos en los que suele caer la oposición, y le ocasiona daños casi siempre irreversibles, con la ayuda de sus incondicionales CNE, TSJ, Fiscalía, Contraloría, Defensoría y ahora también de la espuria constituyente. A estas alturas a nadie le pueden quedar dudas sobre el esmero y la eficiencia del régimen en lo que ha sido su asalto del poder y su manera de preservarlo. Comportamiento que, por ser proporcionalmente inverso a su ineficiencia a la hora de gobernar, nos indica, a las claras, que quienes se encargan de esa tarea no pertenecen, ni por asomo, a esta comarca.

Digo todo esto al repasar el saldo de las “batallas” libradas en estos 20 años, en los que la oposición ha salido victoriosa solo cuando ha mantenido en alto su condición democrática, por momentos extraviada, debido a un extremismo impaciente. Todo un desacierto que no ha arrojado ni resultados ni señales de cambio, cuestión que la dejó en un estado de debilidad altamente peligroso, sobre todo considerando que nos estamos acercando a un gran debate nacional, posiblemente el más profundo, y diría que definitivo, para ver el rumbo exacto que tomará nuestro país, si el camino hacia una poderosa y renovada democracia, hoy perseguida, vilipendiada y acosada por fuerzas fascistas, comunistas y otras formas de extremismos, con los agentes de la antipolítica incluidos, o permanecer en las garras de una autocracia destructora en la que el ser humano no vale nada y la libertad pasa a ser un simple objeto de nuestra imaginación.

A quienes han tenido el coraje de construir esta nueva plataforma, para intentar poner en marcha una unión superior, solo les pedimos comunicación veraz y oportuna, estrategias coherentes, no libres de audacia y creatividad, todas fundamentadas en hechos reales y no en suposiciones y deseos que no preñan. Y entender que las armas con las que cuenta la democracia están todas incluidas en nuestra Constitución.


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