“Son como las mulas del Parnaso, cargan mucha sabiduría sobre sus lomos pero allí se les queda, no les  pasa a sus cabezas”. Eduardo Vásquez. Para leer y entender a Hegel (página 15)

La testarudez, o tal vez sería mejor decir la estolidez, de la clase política gubernamental venezolana adquiere, por estos días aciagos que vive el país, dimensiones bíblicas.

Existe una imagen que grafica de modo diáfano lo que padecemos los venezolanos de esta hora de naufragio nacional: se trata de la imagen del niño y la ponchera donde es bañado. Quien realiza la tarea de asear al niño, pretendiendo botar el agua sucia de la ponchera, lanza con todo y niño el agua sucia al vertedero. Es más o menos, mutatis mutandi, lo que ha hecho el gobierno revolucionario con la economía, o con los despojos de lo que va quedando de nuestra desvencijada economía nacional.

Por lo demás, apelando al estricto rigor de la historia, nadie medianamente sensato puede negar que el presente también es pasado y que el pasado, parafraseando al historiador Jean Chesneaux, “también es presente”. Dicho con una expresión muy venezolana: “Aquellos polvos trajeron estos charcos”. Y es que casi veinte años de “revolución bolivariana, socialista, antiimperialista y profundamente chavista” han desmantelado literalmente más de 80% del parque industrial del país estatizando y expropiando y confiscando hasta los más discretos intersticios de nuestra vapuleada y nunca suficientemente sometida a los peores estropicios lógica productiva.

La tan antigua como siempre vigente triada económica: producción, distribución y consumo ha sido destruida desde sus cimientos, la lógica de sus fundamentos ha sido minada en sus pilares fundamentales.

Dos décadas después de la instauración de un modelo estatocrático profundamente reñido con los más elementales principios filosóficos y políticos de la sociedad democrática han terminado por borrar de la faz de la nación la figura del ciudadano, y en su triste y lamentable lugar la revolución internacionalista y proletaria ha erigido la medieval y ahistórica silueta borrosa del siervo de la sociedad, del siervo de la dádiva estatalista.

Connotados figurones de la leguleyería jurisprudencial seudosocialista arguyen que el actual orden político mundial es odiosamente unipolar y policiaco solo porque la correlación política de fuerzas en el seno de las Naciones Unidas muestra un predominio de países en los que prevalecen regímenes liberal-democráticos y no de corte fasciototalitarios como es el vergonzante caso de Venezuela. No obstante, cuando algún valiente periodista venezolano les increpa y exhorta a que digan algo sobre el militarizado y orwelliano régimen de terror que la “revolución” ha terminado instaurando en nuestra kafkiana colonia penitenciaria hacen mutis y guardan un bochornoso y aborrecible silencio digno de agendarlo en una antología universal de la infamia.


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