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“…Tú me has dado tanto

que he estado pensando

ya lo tengo todo, pero

¿y el anillo pa’ cuándo?”

Jennifer López

I

Por más que considere una aberración llamar música a lo que canta la señora del Bronx, y que citarla me puede acarrear la peor de las famas, confieso que el uso de esta frase tiene como objetivo llamar la atención, pero también hacerle honor a mi admirado Pedro Llorens.

Cada semana, Peter comenzaba a darle vuelta a sus memorias hasta que conseguía una canción, un estribillo que le retratara algo de la realidad, casi siempre para burlarse del gobierno con el humor negro que lo caracterizaba. Y yo era la que lo ayudaba con la investigación, la letra exacta, el autor, el año de publicada la canción. Eran piezas del género de opinión dignas de estudio en las escuelas de Comunicación Social.

A Peter no le llego ni a los talones, y ya establecimos que la López no hace música, pero si le quitamos la palabra “anillo”, la pregunta es pertinente, y ya verán por qué.

II

Pudiera pensarse que las cadenas son una sarta de mentiras y cosas que se dicen al boleo. Discursos pronunciados por una persona de escasa formación intelectual que lo que hace es repetir frases hechas. Ya es costumbre menospreciar al mandante, es un patrón que venimos desarrollando desde 1994, cuando el muerto decidió lanzarse como candidato y más de un político con experiencia se dijo: “No importa, que se lance, que a ese lo podemos manejar”. Y miren donde nos trajo ese barco.

Pero entre frases hechas se esconden mensajes (ni siquiera subliminales) que al final consiguen sus objetivos. El primero es que la gente le preste atención, porque entre pendejada y pendejada suelta un trancazo. Y lo sabemos porque las redes sociales hacen lo suyo, lo repiten hasta mucho más allá del hartazgo. El segundo es mover en el individuo el instinto de supervivencia, ese que nos tiene en el peor de los canibalismos, porque somos como exploradores atrapados en una avalancha. Y a partir de allí, el tercero: movernos a la acción que ellos esperan, que no seamos capaces de escoger la rebelión, que no podamos pensar en oponernos. Al final, vamos como borregos.

III

Un muy querido y admirado colega me dijo en estos días que ahora sí llegamos al llegadero. En su muy acertado análisis me asegura que el gobierno al fin se está metiendo con dos sectores a los que no se había atrevido a tocar y que posiblemente sí desencadenen un cambio de rumbo. La reconversión fue un pote de humo.

El verdadero batazo fue el aumento del sueldo mínimo, con lo que las empresas o bajan las santamarías o trabajan a pérdidas. El segundo tanganazo es el de las remesas y la presión para que los bancos les desmenucen la vida a los pocos venezolanos que reciben dinero del exterior. Dos sectores, dice mi colega con más experiencia y visión política que yo, que nunca apoyaron las acciones opositoras pero que ahora están conminados a tomar acciones para cambiar el rumbo definitivo del país.

Yo solo opino que si mi humilde análisis del discurso (bastante superficial y nada metodológico como los que hacía en el doctorado) es por lo menos acertado en 10%, en este caso la esperanza del colega va a encontrar el mismo destino que se ve retratado en las extensas colas de personas para sacarse el carnet de la patria.

Ahora descubrieron que los bonos que regala el gobierno pueden ayudar a paliar el hambre. Los jubilados temen que les quiten sus pensiones. Los de más allá temen que los dejen sin trabajo. Y así, a través del terror, apelando a la necesidad de supervivencia, vamos como borregos.

Y es entonces cuando me suena la cancioncilla de la del Bronx, quitándole el anillo. Tenemos todas las barajitas. ¿Y la arrechera pa’ cuándo?


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