Nicolás Maduro ha presentado el paquete más nocivo de toda la historia política y económica de cualquier país medianamente civilizado en el planeta en los últimos cincuenta años.

Es un paquete destinado a terminar de matar a la ya exhausta economía de nuestro país, a acelerar la muerte de miles de seres humanos que no podrán acceder ni a alimentos, ni a medicinas y, por supuesto, dará una estocada mortal al moribundo socialismo del siglo XXI. Por donde quiera que se le vea es un paquete de muerte.

No se le puede llamar programa de reestructuración o ajuste de la economía, porque el conjunto de inconexos anuncios que conlleva medidas vinculadas a la economía, está lejos de ser un programa serio de política económica. Estamos frente a un paquete absurdo y suicida, que solo puede ser concebido en el seno de una camarilla de personajes ignorantes y suicidas, a quienes poco les importa la suerte de un pueblo ya suficientemente estafado con la quincalla ideológica del comandante, que abrió las puertas del poder a una casta de sus camaradas de armas e ideas, para ejecutar el más monumental saqueo que se pueda haber adelantado contra las finanzas y la riqueza de una nación en el último siglo.

El dogma del estado dueño y señor de la economía y de la vida de todos los seres humanos, tan de la escuela marxista, los lleva a seguir anclados a la idea de que los procesos económicos son susceptibles de ser adelantados por un acto del gobierno. Piensan que los precios y los salarios se decretan. El estado dueño de los medios de producción, facultado para planificar y dirigir todo el proceso económico, es el que debe decir cuánto gana un ciudadano, y cuánto cuestan los bienes y servicios. Esta obsoleta teoría ha sido totalmente descartada en el mundo por incierta y nociva. Aquí la camarilla roja sigue aferrada a esos conceptos.

Nada ha cambiado en la economía venezolana para que Maduro decrete un incremento estrambótico del sueldo mínimo. No porque el mismo no sea el que merece una persona, sino porque no es sostenible. Ya de por sí, casi ninguna empresa, salvo las dependencias del gobierno, pagaban el salario mínimo que la dictadura tenía establecido. La remuneración real estaba muy por encima de ese registro. Tampoco ninguna empresa podrá pagar el que de manera arbitraria se ha fijado ahora. Un salto tan brutal en ese rubro es imposible de asumir por los empleadores. Cuando el régimen anuncia el pago de las nóminas de las empresas, sin que el fisco tenga ingresos reales para hacerlo, está anunciando la creación de más dinero digital inorgánico, que será una cascada de combustible para el ya gigantesco incendio de la hiperinflación. Maduro no explicó, porque no lo tiene, cuál es el origen de los fondos para financiar esa monumental locura. No hay más ingresos petroleros, ningún país u organismo financiero internacional ha otorgado un crédito con dinero fresco para sustentar ese salario en un tiempo razonable. Y la referencia a un petro como ancla, es casi como una burla macabra, porque es como decir que el anclaje es la nada.

Nuestros ciudadanos comunes no han necesitado un curso de aproximación a la economía para entender que cada aumento de salarios ha significado una reducción de su capacidad de compra, ha representado mayor pobreza. Hoy todos saben que luego de este aumento loco y desproporcionado, lo que viene es mayor inflación, escasez y pobreza.

Para completar ese brutal impuesto que es la hiperinflación, el dictador eleva el IVA, con lo cual castiga directamente al consumidor. Solo a Maduro se le pudo ocurrir, en medio de esta pobreza colectiva creada por su régimen, terminar de golpearnos con un incremento tan duro en el impuesto al consumo, que es el que pagamos de manera directa cada vez que adquirimos un bien.

Por supuesto que no hay medidas concretas en materia de disciplina fiscal, de liberalización de la economía, de financiamiento a un programa de reorganización económica. Nada de ello existe, porque en el fondo, la camarilla roja no busca un verdadero cambio en el rumbo de la economía y del país.

Ellos siguen aferrados a sus fetiches ideológicos, con los cuales justifican su ineptitud, su latrocinio y su destrucción. Solo buscan ganar tiempo sobre la base del engaño. Creen que pueden manipular a los agentes económicos. Creen que podrán sortear la tempestad para que, en algún momento, un hecho fortuito les produzca algún flujo de caja con el cual tomar un segundo aire. Para nada les importa el sufrimiento de nuestro pueblo, sobre todo de los más pobres, los que no tienen forma alguna de protegerse de tamaña irresponsabilidad.

Nuestra economía, pero más aún, el pueblo, ya no soporta más esta tragedia. Esta piratería e irresponsabilidad serán la muerte del socialismo del siglo XXI. Quedará para la historia contar cómo un sistema político fue capaz de dilapidar y robarse la riqueza más espectacular de una nación en el contexto mundial, destruir su economía, mandar al destierro a un tercio de su población y dejarla postrada luego de ofrecerle el cielo en la tierra. El populismo, el militarismo, el estatismo, es decir, el socialismo ha consumado su obra.


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