La dictadura chavista-madurista se mueve entre el pánico y la represión, y abandona, por consiguiente, a toda una nación en el caos y la violencia. No hay gobernabilidad, no hay respuesta a la tragedia social y económica que padecemos. Tampoco hay respuesta política para los que exigimos un cambio. Sola hay represión.

El pánico acompaña a toda la cúpula roja, porque son conscientes del cúmulo de hechos criminales en que han incurrido a lo largo de casi dos décadas de un ejercicio inmoral y abusivo del poder.

Los hechos ocurridos el 4 de agosto en la avenida Bolívar de Caracas, con ocasión del aniversario de creación de la Guardia Nacional, dejaron claramente al descubierto que todo el discurso de “lucha y compromiso revolucionario” –mediante el cual el estamento militar “rodilla en tierra”, daría la vida por los jerarcas del caos y la hambruna– son una quimera, una simple declaración de ocasión para acomodarse al festín del rentismo y del asalto a las finanzas y bienes de la nación. Pusieron en evidencia que son buenos en la represión, pero disolutos cuando se presenta una situación anormal, no controlada.

Más allá de las versiones ofrecidas desde el gobierno, o desde otras fuentes, lo que está claro es que la dictadura ha creado el clima para que la violencia política se haga presente en la escena nacional.  ¿Cuál es el origen de ese hecho? No lo sabemos con certeza. Un régimen experto en mentir y manipular es capaz de armar cualquier versión para acomodarla a sus perversos objetivos.

Cuando Maduro y su entorno tomaron el atajo del golpe de Estado, del desconocimiento de la Constitución, abrieron la puerta a los fantasmas de la violencia. Al cerrar el camino de la democracia, de la vía electoral, de manera automática abrieron la vía de la rebelión, y ella puede saltar desde cualquier ángulo.

 No hay forma de que algún fanático defensor de este régimen pueda sostener que la anterior conclusión está ajena a nuestra realidad. 

Maduro impidió de manera brutal, burda y grotesca, el derecho constitucional a la convocatoria del referéndum revocatorio presidencial.  La cúpula roja se llenó de pánico ante la posibilidad de una libre concurrencia del pueblo a las urnas para decidir si este adefesio podía continuar. 

El pánico al control político de la sociedad, a través de un Parlamento no controlado desde Miraflores, los llevó a desconocer de manera total el conjunto de atribuciones establecidas en la Constitución a la Asamblea Nacional. 

Tan brutal medida los condujo al otro gran crimen político: inventarse su propia asamblea; una que obedeciera los dictámenes de la cúpula roja. Violando la más elemental lógica del Derecho y de la ciencia política montaron una asamblea partidista, con el pomposo nombre de asamblea constituyente, para así tener el cómplice necesario en la usurpación del poder.

Pero el pánico crecía en la medida en que su propia gente mostraba repudio a las fracasadas recetas comunistas de la conducción política y económica. Fue cuando decidieron, sin pudor alguno, robarse la elección presidencial, lanzando una emboscada plebiscitaria el 20 de mayo, con la cual justificar una falsa “legitimación” de la nefasta presidencia de Maduro.

Si alguien tiene dudas de quién ha dado el golpe de Estado, los anteriores hechos son más que suficientes para dejarlo claro.

Metidos ahora en el oscuro túnel del autoritarismo viven con el fantasma del magnicidio, del “golpe”, de la rebelión, de la invasión, y eso hace que el pánico crezca a los niveles que pudimos apreciar en cadena nacional el 4 de agosto.

La cúpula roja despreció la voluntad política de quienes hemos luchado por una solución electoral, democrática y constitucional de la crisis. Se lanzaron por la descrita ruta del golpe a la Constitución, y ahora se rasgan las vestiduras frente a quienes desesperados por la tragedia buscan el cambio. Ese camino lo creó Maduro y su entorno. Lo grave de esta lamentable situación es que la única respuesta es la represión.

La dictadura está en un callejón sin salida. Se roba el poder y para sostenerse recurre a la violencia. No permite ejercer el derecho a la manifestación. No permite una elección limpia. Va entonces contra todos los que exigimos su salida. La violencia es su única política. Y la violencia solo genera más violencia.

El secuestro de que ha sido víctima el joven diputado Juan Requesens, la retención de su hermana, el allanamiento de su vivienda, pero sobre todo su ultraje, someterlo a tortura y presentarlo como delator en una condición física denigrante son más que plena prueba de la brutal violación de la dignidad de la persona humana, de la carta magna y de la institución de la inmunidad parlamentaria.

El pánico los lleva a cometer todo ese tipo de desafueros. Solo que la camarilla gobernante se equivoca si cree que de esa manera va a lograr intimidar a quienes luchamos por el rescate de la democracia, y parar la profunda indignación de la nación.

Al contrario, vivimos un momento crucial. Pareciera que la anomia nos invade. Pero percibo que la procesión va por dentro. Los jerarcas de la dictadura deben convencerse de que en la conciencia colectiva se mueve toda una angustia y una firme decisión de no aceptar para siempre este drama que vivimos.

La tragedia que sufrimos reventará por algún sector de nuestra sociedad, porque este pueblo no está dispuesto a soportarla eternamente. 

El pánico los conducirá a más atropellos. Dios quiera que este camino no incendie las praderas de nuestra nación. La violencia no debe ser el camino, pero la dictadura está aferrada a ella. 

El pánico no les deja pensar y actuar con sensatez, por eso crece la represión y surge la violencia. Dios quiera que en algún recóndito espacio del poder se abra alguna mente sensata y entienda que la solución está en la política y no en la violencia. En manos del régimen está la ruta a transitar.


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