Durante los años del gobierno de Obama, China trabajó como una hormiga para desarrollar una presencia consistente en Latinoamérica. Cada paso fue dado concienzudamente para hacerse de un puesto privilegiado en la economía de todos aquellos países que estuvieran dispuestos a abrirles un resquicio a sus negocios.

No es pues de extrañar que cuando un país de muy pequeña talla pero de importancia vital en el comercio continental decide hacer hoy inversiones de calibre, aun cuando no sean reproductivas, dirija sus ojos hacia el gigante asiático y este le presta la atención esperada. Es así como el proyecto del tren de pasajeros de una longitud de 450 kilómetros entre Panamá y Costa Rica, cuyo interés es únicamente doméstico, está siendo en esta fecha objeto de un estudio de factibilidad por parte de los chinos. Este es un testimonio fehaciente del nivel de compromiso que China está dispuesto a conseguir a cambio de un sitial preferido en la política estratégica de países claves de nuestro hemisferio. El proyecto requiere de una inversión de recursos que se acerca a los 5.000 millones de dólares, una colosal cifra para un país de 4 millones de ciudadanos, un tercio de la población cubana, solo por comparar.

China es la segunda potencia mundial usuaria del canal por donde transita 6% del comercio marítimo planetario. A raíz del reconocimiento de Panamá de la existencia de una sola China y su distanciamiento diplomático y formal de Taiwán, le ha tocado a China, en reciprocidad, dar pasos hacia el estrechamiento de lazos. Entre junio –fecha del rompimiento de relaciones– y diciembre del año pasado se pusieron en marcha 19 acuerdos sectoriales de cooperación mutua.

En el segundo semestre del año en curso se iniciará la negociación de un tratado comercial en el que Panamá deberá tratar de conseguir su máximo beneficio planteando la transformación industrial dentro de su territorio de parte de las mercancías chinas que lo transitan en su rumbo hacia norte y Suramérica. El peligro de desindustrialización del istmo es grande con la llegada masiva de artículos chinos de alto valor, como ha ocurrido en países de inmensa talla relativa en el subcontinente como Argentina y Brasil.

El desequilibrio entre las cifras de intercambios de las dos naciones debe ser explotado por Panamá, particularmente en ese terreno. Es difícil que sus exportaciones hacia el coloso de Asia crezcan mucho más de lo ya alcanzado: se han multiplicado por 2,8 en una década, pero apenas se acercan a los 40 millones de dólares y ello abarca principalmente productos del agro y de la minería. Por el contrario, sus importaciones de artículos terminados han alcanzado y superado un pico de 1.200 millones.

La gran oportunidad de los panameños está en conseguir agregar valor industrial en condiciones beneficiosas para su país a una fracción mínima de lo que transita por su canal hacia el norte y el sur del océano Atlántico. Ello a cambio de seguir siendo una útil bisagra en las relaciones con terceros países del área y particularmente con Estados Unidos, con quien Panamá mantiene muy estrechas relaciones y un muy explotable Tratado de Libre Comercio.

Saberle sacar provecho a este puente activo que Panamá ha cultivado con la primera potencia mundial para impulsar su propio desarrollo es la tarea de hoy del presidente Juan Carlos Valera en lo que respecta a China. Llegó la hora de recoger lo sembrado de ambos lados.


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