Soy una entusiasta del cine y muchas veces relaciono sucesos importantes de nuestra vida nacional con películas que me hayan impactado de alguna forma. Ayer veía por enésima vez, MacArthur, el general rebelde, filme basado en la actuación del famoso General Douglas MacArthur durante la Segunda Guerra Mundial, protagonizado por Gregory Peck.

Sintetizando, es una biografía del célebre general estadounidense Douglas MacArthur, quien fue comandante supremo de las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial y comandante de las Naciones Unidas en la Guerra de Corea. La película relata su actuación desde la batalla de Corregidor en 1942. La isla de Corregidor, hoy destino turístico de Filipinas, es caminar sobre la historia. Desde el mismo momento en que España llega a estos parajes hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, Corregidor ha sido escenario de múltiples batallas. Ha sido ocupada por españoles, holandeses, ingleses, japoneses, estadounidenses y, en último lugar, por los filipinos. Hoy, quien visite Filipinas debe visitar Corregidor; tal como dicen los folletos turísticos, es un genuino raudal histórico colmado de edificaciones dañadas después de la guerra y conservadas íntegras en memoria de las víctimas. Para visitarla se toma un transbordador y en el desembarcadero, primer lugar que se pisa, se está en el sitio donde zarparon las últimas tropas norteamericanas después de la invasión japonesa en 1942. Lugar legendario, puesto que aquí el general MacArthur, obligado a abandonar Filipinas, pronunció las palabras que quedarían inmortalizadas: “I shall return” (Volveré). Dos años y diez meses más tarde cumpliría su promesa. La película finaliza cuando el presidente Harry Truman destituye a MacArthur por desafiar sus órdenes en la Guerra de Corea.

La derrota del Ejército Imperial del Japón en la Segunda Guerra Mundial trajo consigo una honda y perdurable conmoción en el talante de toda la nación y una brusca reacción ante cualquier acto que se pudiese relacionar con guerras, fuerzas armadas e injerencias militares en la política. Estos sentimientos afloraron en todo el pueblo japonés a tal punto que aceptaron no solo el desarme total, desmovilización y purga de todos los líderes militares que ocupaban puestos de influencia pública tras la guerra, sino también la prohibición constitucional de cualquier rearme.

Esta valiente y arriesgada decisión del Japón es una de las escenas más impactantes de la película. El emperador Hirohito al reunirse con MacArthur, palabras más, palabras menos, dice: «Vengo hasta usted, general MacArthur, para entregarme al poder que usted representa como responsable único de todas y cada una de las decisiones políticas y militares tomadas y ejecutadas por mi gente durante el transcurso de la guerra». Pero no solo eso, sino que solicita la desmilitarización del Japón. En las “Memorias” de MacArthur se lee: «Ese valor al asumir una responsabilidad que llevaba implícita la muerte, una responsabilidad que estaba en contradicción con hechos que yo conocía bien, me conmovió hasta la médula de los huesos». MacArthur hizo gala de sus habilidades y persuadió a Washington de que ejecutar al emperador de Japón recargaría inusitadas responsabilidades al gobierno estadounidense, acarreando también una fuerte inversión de recursos y capital humano. «Necesitaría 1 millón de soldados en refuerzos para llevar a cabo una acción semejante. Habría que instaurar un gobierno militar, y surgirían guerrillas en todas partes».

Se habla mucho del perdón de MacArthur a Hirohito, pero realmente no fue un perdón. Fue una jugada maestra. Todo aquello que tuviese que ver con lo militar fue eliminado. Tanto el Estado Mayor como los ministerios del Ejército y de Marina y sus respectivas fuerzas, el Ejército y la Armada imperiales fueron abolidos. Lo que tuviese que ver con la industria bélica fue desmantelado. Por supuesto, estas acciones de una «desmilitarización forzosa» no fueron vistas con el beneplácito de todos los japoneses; hubo protestas en contra de una política que para ellos significaba una dura humillación al Japón; bastaba con tener que asumir que habían sido derrotados en la Segunda Guerra Mundial.

El horror causado por Hiroshima y Nagasaki produjo pánico en el pueblo, terror que se vio reflejado en la Constitución de 1947 redactada por los mandos estadounidenses y en su artículo 9, Japón renunciaba para siempre al empleo de la guerra como medio de resolución de conflictos internacionales y declara que Japón nunca volverá a mantener «fuerzas terrestres, marítimas o aéreas ni ningún otro potencial militar”. Se crearon las autodefensas que, por cierto, han sido objeto de duras críticas.

Fue una decisión dura, desgarradora pero hizo de la nación algo muy distinto. Si mantener unas fuerzas belicosas solo le trajo dolor y muerte, lo mejor era construir un país distinto, invertir el dinero y su trabajo en hacer del Japón lo que es hoy.

Hay otros países sin fuerzas armadas, entre ellos, Andorra, Costa Rica, Liechtenstein, Palaos, islas Marshall, Vaticano. Muchos dirán, ¿cómo se defienden? No sé por qué, pero creo que la pregunta es otra, ¿necesitan defenderse de quién?

¡La palabra enseña, pero el ejemplo arrastra!


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