Juan Vicente Gómez derrota al general Nicolás Rolando en Ciudad Bolívar en julio de 1903, y pone fin así a las guerras civiles en Venezuela. ¿Se acaban los caudillos regionales? Sí, porque emerge el único caudillo que nos va a tiranizar durante veintisiete años a partir de 1908, gracias a una traición perpetrada contra su compadre Cipriano, quien lo había felicitado llamándolo “el Pacificador de Venezuela”.

El país nunca ha conocido el sosiego. Caciques como Paisana (ahorcado en 1558) y Guacaipuro (muerto en 1568 cuando los conquistadores incendiaron el gran caney donde estaba refugiado) vieron morir a su gente entre flechazos y alaridos defendiendo sus vidas.

Antes, vendíamos o entregábamos nuestras almas cambiando oro por espejitos y abalorios. Pero la violencia, para bien o para mal, ha sabido extender un manto de oprobio sobre nuestra geografía humana. Se registran rebeliones como la del zambo Andresote capitaneando a indios, mulatos y negros cimarrones contra la Compañía Guipuzcoana. Rebeliones fueron las de El Tocuyo contra el gobernador y otra vez contra la Guipuzcoana; la de los comuneros de 1776 contra la Intendencia de Ejército y Hacienda; la rebelión de Juan Francisco de León; la de los Monagas a favor de la integración grancolombiana que los enfrentará a Páez y a Santiago Mariño, quien al conocer la muerte de Bolívar confraternizará con sus enemigos.

Está la rebelión del Negro Miguel y las minas de oro de Buría cerca de Nirgua. La primera rebelión de negros y la autoproclamación de Miguel como rey y su mujer Guiomar como reina. (¡Nuestra historia es un permanente sainete o tragicómico acontecer!). ¡Tengamos paciencia: aún no hemos llegado a Nicolás Maduro!

Hubo, además, sucesivas rebeliones realistas en apoyo a Fernando VII e insurrecciones en Barcelona, Barlovento, la de los negros de Coro con José Leonardo Chirinos, considerada como uno de los primeros intentos de independencia. La insurrección de Páez contra José Tadeo Monagas, las insurrecciones de Valencia, Puerto Cabello; las invasiones desde Cúcuta, las Antillas, por Coro; los ridículos intentos de Castro León. Luego, las revoluciones, todas sangrientas y oportunistas: la Revolución azul, por el color de la bandera contra el gobierno de Juan Crisóstomo Falcón; la de Abril o Revolución liberal, liderada por Antonio Guzmán Blanco; la Revolución de Coro contra Guzmán; la de las Reformas, que llevó a la Presidencia a José María Vargas; la de Marzo, de Julián Castro contra los abusos de los hermanos Monagas; la revolución de Queipa, comandada por el Mocho Hernández contra Ignacio Andrade; la del 18 de abril de 1830, que abrió las puertas a la independencia. Y, para seguir ahondando en el abismo, la eximia, gloriosa y nunca bien ponderada y agradecida desgracia: la propia guerra de independencia que dejó el país en manos de sus ávidos héroes militares y en un estado de penuria tal vez menos descalabrado que el que nos está dejando el socialismo bolivariano.

Nuestros héroes de independencia convertidos en caudillos políticos y terratenientes van a enfrentarse más tarde unos contra otros hasta que Juan Vicente Gómez acaba con todos ellos en Ciudad Bolívar. Acabó con las guerras. ¡Es verdad! Pero se afirmó él, repito, como el único caudillo.

Hubo una revolución en octubre de 1945, que asoció los nombres de Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez, pero más que revolución fue una rebelión cívico-militar que produjo desastrosas consecuencias: una dictadura militar.

La magna comedia farsesca la ofreció Hugo Chávez al calificar de revolución la ordinariez de sus propuestas. La presencia, luego, de Nicolás Maduro es como si se volcase un frasco de tinta, una taza de café o un chorro de orina sobre un diploma universitario.

Si sumamos los años cuyos gobiernos han sido ejercidos por militares venezolanos desde 1830 hasta la desventurada hora bolivariana, la cifra que arroja la historia es de 132 gobiernos militares y 56 civiles con claro apoyo de los cuarteles que de manera oscura, solapada o despótica asedian a los civiles que nos estremecemos cuando los militares desaprueban nuestras conductas y exaltan las suyas, oprobiosas y cuartelarias.

La geografía física y espiritual venezolana, repito, no ha conocido el sosiego. Hoy, atormentada por delincuentes en el poder, ¡menos que nunca! Hay quienes mueren de hambre, rebuscan en la basura para encontrar algo de comer; se desvaneció la línea del horizonte y los jóvenes abandonan el país para buscarla en otra parte. El país dejó de sonreír. Se burla de sus mandatarios pero llora en secreto. Se congrega en las calles pero no le ve el queso a la tostada. Murmura, sin embargo, que las ratas elegantes comenzaron a abandonar el yate. Una, disfrazada de turca, o de testigo electoral en otro país. Otra, de rata de alcantarilla.

El país, cuando termine de librarse de todas ellas y se tranquilicen los cuarteles, ¿encontrará la serenidad que tanto anhela?


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