“Nos quedamos a enterrar o despedir gente. Nos quedamos a registrar historias. Hasta que nos toque”. Tweet de Luis Carlos Díaz, 06/02/2018.

En nuestro país, en los últimos 18 años, se han multiplicado de manera dolorosa pérdidas de diferentes tipos con sus respectivos duelos. Pérdidas debidas a las muertes por falta de alimentación y de medicamentos, las ocasionadas con motivo de la migración de millones de venezolanos a diversos lugares del mundo, las producidas por acciones gubernamentales que han sido catalogadas de ejecuciones extrajudiciales, así como otras que tienen que ver con la destrucción de lo que constituía en nuestro país, hasta finales del siglo XX, un perfectible modo de vida en democracia.

Sí, ocurre hoy en Venezuela. Personas de todas las edades y grupos sociales que mueren porque no encuentran o no pueden comprar los alimentos y las medicinas que necesitan. Se trata de una hambruna y de una mortandad diseñadas para la sumisión colectiva, tal como lo afirma Leonardo Padrón en “Estremecimiento”. La escasez y la hiperinflación hacen de las suyas ante un régimen indolente y criminal que ha convertido la muerte en una de sus beneficiarias. De nada han servido los ofrecimientos de ayuda humanitaria de diversos países y organismos internacionales, los cuales han sido rechazados de manera recurrente con el mayor cinismo y tozudez por el presidente y los demás voceros gubernamentales. Por encima de la vida, el dolor y el sufrimiento de muchos venezolanos, tanto de las víctimas como de sus familiares y amigos, se imponen las razones políticas de quienes en la actualidad usurpan el poder.

Otra de las tragedias que ha acarreado duelo en muchos hogares venezolanos ha sido la emigración forzada de uno o más de sus miembros a otros países, en vista de los enormes riesgos y las grandes dificultades de la grave crisis creada por quienes han gobernado en nombre del llamado socialismo del siglo XXI. Más de 2 millones de compatriotas en el exilio, de acuerdo con las estadísticas del primer informe global del Observatorio de la Voz de la Diáspora Venezolana. Dicho con las palabras de Laureano Márquez: “Hay una verdadera diáspora: esparcidos andamos por el mundo como si la misteriosa lotería de la maldad nos hubiese separado a propósito, para sumar a nuestra división adentro, nuestra separación fuera”. Sin duda, esa migración ha significado una importante pérdida y un penoso duelo tanto para los que se han ido como para los que se han quedado en el país.

También habría que tomar en cuenta los casos de pérdidas por muerte violenta donde se han evidenciado violaciones de los derechos humanos con la participación de agentes de la fuerza pública. De acuerdo con un informe del Programa Venezolano de Educación en Derechos Humanos (Provea), en los últimos 15 años fueron asesinadas 177 personas en 10 masacres ocurridas en Venezuela, con la característica de que la mayoría de dichas muertes se produjo mediante ejecuciones extrajudiciales por parte de funcionarios policiales y militares.

Asimismo, es de suponer que igualmente son significativas para nuestros ciudadanos aquellas pérdidas que sufren cuando su bienestar social y condiciones de vida en general han sido desmejoradas de manera sustancial, y particularmente cuando son conculcados sus derechos políticos y se les impide disfrutar de los reales beneficios de una vida en democracia por la ruptura del orden constitucional; pérdidas que incluyen, por supuesto, las muertes por asesinato y los casos de tantos venezolanos privados de libertad y torturados, víctimas de la represión política criminal por parte de un régimen dictatorial.

Ante tantas pérdidas, razones no faltan para pensar que la gran mayoría de los venezolanos se mantiene hoy en un estado afectivo de elevada intensidad emocional, viviendo un duelo colectivo e incluso varios duelos a la vez. Por ello tiene sentido hablar en la actualidad de una Venezuela de luto y, sobre todo, de la urgente necesidad que tenemos de elaborar esos duelos en la dura lucha por superar la espantosa pesadilla nacional que padecemos.

¿Qué hacer ante esta gran tragedia? Si bien la respuesta no es fácil, podríamos estar de acuerdo en que es preciso tomar mayor conciencia de la realidad que ahora tenemos tras esas pérdidas, conectarnos con la misma, comunicar tanto en el ámbito privado como en el espacio público lo que pensamos y sentimos acerca de ella, y ayudar a construir como ciudadanos, de acuerdo con las posibilidades de cada quien y con el concurso de otros actores sociales, lo que sin duda alguna representa la base fundamental de apoyo sobre la cual ha de librarse el combate contra los principales responsables de nuestras desgracias: una unidad de propósitos y de acción, abierta sin discriminaciones a todos los venezolanos que queremos reconstruir el país en democracia.

¡Tenemos que sobreponernos!

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