«Un día sodomitas irrumpieron, con permiso, en una república que creímos patria para falsificar la identidad de sus nacionales. Ahora nadie sabe quién es, cuáles sus valores, derechos y deberes, aspiraciones, necesidades de subsistencia o destino: empero, sí sus preferencias sexuales»

La violación no es una categoría epistemológica ni «contrato social» que deba discutirse, filosóficamente, en claustros situacionales de juristas, académicos y síndicos u obligarse a cumplir en circunscripciones judiciales a favor de la coexistencia pacífica entre ciudadanos con arraigo territorial. Es una acción inicua que devino en «acto de fe» para quien la profesa aun cuando comporte invalidez en materia de humanismo, tanto como cualquier arbitraria interpretación de eso que enciclopédicos a veces justifican virtud al «espíritu de las leyes», «jurisprudencias archivadas en despachos de tribunales» y propósitos de «constitucionalistas vivos o extintos»: ello sin menoscabo de sus cuestionables o ejemplares reputaciones en asuntos morales.

Nada semeja más una abominación que un sistema político-económico del cual no se espera cosa distinta a propugnarla o fomentarla, frente al que sodomitas predican sus credos macabros mientras a penitentes «ultrajados» (por miedo o estupidez) les resulta complicado fingir gozo o intentar enmascarar que no quieren proseguir víctimas.

La «aldea universal» mira cómo portadores de mavita han exterminado gentes, saqueado los recursos de mórbidas naciones y quebrado la percepción del «principio inmutable del bien» para forjarse mesiánicos e inimputables: luego destacan y se exhiben con distinciones conferidas por la institucionalidad del mundo.

Tras ninguna acción judicial (de «penal e internacional corte») o mediante «enmienda popular», el violador no podría maquillar su canallesca imagen: pero no transgrediere siempre que consumare su disfrute en condiciones de ardor correspondido por estultos de los cuales se presume ofendidos o presas de la opresión sistemática y doctrinal.

Venezuela es un país consensualmente falsificado por sodomitas: donde los [todos] novísimos miserables por decreto rehusamos admitir cuanto fuimos: empresarios, docentes, obreros, desempleados, administrativos, científicos, artistas o intelectuales de una nación salvable que pudo corregirse sin necesidad de conferirle investiduras a delincuentes confesos. Hoy, cuando un foráneo o ciudadano camina por las calles, ve millones de mansas personas en decúbito: que todas reciben, por servicios electorales prestados, sistemáticas falotraciones. No crean que de ellas no prorrumpirán plagas-descendientes.


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