Menelandia es un país con una porción de nuevos ricos rodeados de pobres por todas partes. Si los primeros han conocido lo fácil, abundante y superfluo como forma de vida, los segundos padecen, también normalmente, de carencias elementales, entre ambos una clase media trabajadora y estudiosa crece lentamente. Pero al fondo, en definitiva, todos constituimos la menecracia, una sociedad facilista, pasajera y artificial. Hipotecados juntos, aunque en desigual medida, a la improvisación.

La fiebre del petróleo comenzó hace mucho. Produjo una demencia pasiva descrita con eficaz brevedad en la novela Mene (1933) de Ramón Díaz Sánchez. Cuando en cierto momento se produjo una depreciación del mineral, los campos petroleros eran abandonados por los “musiúes”, el hambre acechaba y ¿qué hicieron aquellos venezolanos súbitamente amenazados? Lo que narra el escritor no es ficción, lea usted.

“La gente comentaba:

—Es que hay mucho petróleo depositado en Norteamérica y no hay mercados.

—Los ingleses están en competencia con los americanos y los precios han bajado.

—No son los ingleses, son los rusos, malditos bolcheviques.

—Nada de eso, es el Japón que está fabricando petróleo sintético con agua de mar.

—Si volviera otra guerra todo volvería a su antiguo estado.Volvería a correr el oro.

—¡Si volviera otra guerra! Era el comentario predilecto en los corrillos de las esquinas. Los hombres en mangas de camisa, con las manos en los bolsillos hablaban con desencanto”.

Más nada. Y pasaron los años. Ahora, con o sin guerra, los menelándicos, dueños de ese oro negro, continúan preguntándose por el mañana. En crisis por escasez o por exceso, la reacción ha sido igual.

Lo positivo que hoy plantea este providencial exceso monetario por ingresos petroleros es el reto, la preocupación real que pudiera movilizar a Menelandia, de una vez por todas, para fabricar su futuro ya, en la coyuntura más absolutamente decisiva de toda su historia.

Hay dos posibilidades. Avanza Menelandia con su aventurerismo y despilfarro económicos, su organizado caos, su arribismo indolente, su idolatría por el desenfrenado brillo exterior. O se funda, por fin, la Venezuela independiente, austera, abastecida y previsiva, utilizando el producto de su “buena suerte” para aprender a existir sin ella.

Y el asunto central no radica solo en planes y técnicas. Se trata de algo mucho más difícil. Un cambio de mentalidad en toda la menecracia diversa. No hay mene que dure para siempre. Ni pueblo desprevenido que lo resista.

Hasta aquí el autoplagio, la nota que me fue publicada en esta misma página hace 43 años, cuando se tenían que resumir las opiniones en hoja y media tamaño carta, ni se soñaba con Internet, los altos mandos militares y civiles eran de rango constitucional y no de narconstituyentes, presidía el primer Carlos Andrés Pérez de la “Venezuela saudita” y durante cuarenta años de imperfecta democracia ningún comunicador fue perseguido, despedido, desterrado, mucho menos encarcelado, por cumplir su labor y denunciar lo que ocurría.

Hoy, venden las reservas petroleras del país al neosovietismo, con ese dinero buscan eliminar al 90% opositor liberando algunos presos como mercancía de trueque en simulación de diálogo, manipular fechas con votos que no eligen y consagran su tiranía. Todo y como sea para conservar el generalato delincuente con su CNE de fraudulentas gobernaciones, alcaldías y pranatos, vía presidencia de la misma colonia bajo control castrocubano.

Razón tuvo Juan Pablo Pérez Alfonzo, creador de la Opep, en su lapidaria frase “excremento del diablo” para definir el uso corrupto del mene venezolano.

Pero cónchale… todavía hay tiempo, el mene limpio, aceite de piedra, sirve para lubricar salud y libertad.

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