“Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que viendo, no ven”. José Saramago.

Los venezolanos o nos decidimos a enfrentar al régimen de manera perseverante o nos resignamos a vivir en una miseria indigna. Hay infortunios que son efectos de unas circunstancias que escapan de las probabilidades humanas de deslastrase de ellas; por lo tanto, son disculpables; es decir, no son indignas. En ellas no prevalecen la cobardía, la corrupción, el entreguismo ni la conformidad.

La angustia asfixiante que vive el venezolano no permite perder tiempo en asuntos que no son la esencia del problema, donde se apunta con la mira curvada. Es una acción contra reloj dentro de una parálisis incomprensible que no soporta que el régimen de Maduro, inútil y tetánico, se sostenga ni por un lapso moderado. ¿Quién ignora, por ejemplo, que es necesaria la unidad, el vínculo, la integración, la decisión y los correctivos estratégicos para deslastranos de la brutalidad y rescatar la democracia, la civilidad?

Es preocupante que a un mes de las espurias votaciones presidenciales del 20 de mayo no se asome siquiera un elemento que despierte entusiasmo. Comprendamos que los partidos políticos y la sociedad civil, ambos, tienen responsabilidad en todo esto, deben proceder como un binomio indivisible; sin uno de ellos, toda tarea será una frustración más.

Esta situación hemipléjica es percibida por el oficialismo, que la aprovecha para avanzar y aferrarse al poder frente a la indiferencia de los opositores; mejor dicho, de la sociedad, la misma que prefirió huir que defender sus espacios. Es innegable que a pesar de su decepción, me refiero a 85 % de los habitantes, está abiertamente en contra del régimen, pero ciegos que viendo, no ven, como dijera el premio Nobel, portugués.

Es tanta la hemiplejía que, exceptuando a los militares detenidos las últimas semanas, en realidad dentro del mundo civil y político no se han producido nuevos encarcelamientos; porque no hay motivos ni peligros, a pesar de las hipersensibilidades de las dictaduras. Entiéndase bien, no hay temor a una acción encadenada que ponga en apuros al gobierno. Por tanto, es un hecho irresponsable desgastarse en luchas internas entre partidarios con un mismo objetivo, por muchos intereses personales o políticos que se jueguen en estas tramas.

La comunidad internacional les ha dado a los demócratas venezolanos un respaldo de capital importancia, por más que algunos sayones del pesimismo no lo admitan así. Súmele, ahora, la victoria del domingo pasado de Iván Duque como presidente de Colombia, quien en definitiva es de una posición mucho más firme y decidida en contra del régimen venezolano que la del actual mandatario Juan Manuel Santos. Para empezar, el presidente electo no reconoce al gobierno de Venezuela ni enviará embajador a esta nación.

Finalmente, de todos estos inauditos inconvenientes, es indudable que el gobierno está en condiciones deplorables. No tiene salida, pero es necesario impulsarse con los dos remos hacia el mismo rumbo… o nos convertiremos en una isla con alimentos de tiburones, tal y como la Cuba de los sanguinarios Castro…

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