Hugo Chávez gana la presidencia en 1998, entre otras razones, como resultado del colapso del sistema de partidos en Venezuela. Siendo fiel creyente de la historia como instrumento esencial para entender cómo llegamos a la tragedia que vivimos los venezolanos hoy en día, sugiero que recordemos algunos factores que causaron el auge de un personalismo autoritario y militarista, y de esta manera podamos diseñar un mejor sistema político para el futuro.

Como bien sabemos, el colapso del sistema de partidos no ocurrió de un día para otro. Más bien, se trató de un proceso gradual de descomposición durante el cual los partidos políticos se fueron divorciando de las necesidades y las expectativas de la población. Negándole una representación y participación real a los votantes, los partidos fueron desmantelando la estabilidad democrática que ellos mismos habían creado a partir del Pacto de Puntofijo en 1958.

Un factor central que resalta la ciencia política para explicar el colapso del sistema es la disolución de la “marca partidista” o el “desalineamiento programático” de los partidos, especialmente durante los ochenta y noventa. En otras palabras, durante este tiempo, los partidos políticos no actuaron conforme a sus directrices ideológicas, causando así una confusión y desafección entre los votantes venezolanos. Ejemplos paradigmáticos de la falta de coherencia ideológica de los partidos son, por un lado, el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez, y por el otro, la ruptura de Rafael Caldera, miembro fundador de Copei, con su propio partido.

Enfoquémonos en el primer ejemplo. CAP ganó la elección de 1989 bajo la premisa de devolverle al país el milagro económico que había vivido durante su primera presidencia. Hizo campaña con base en su carisma y sobre todo destacando los éxitos de su gobierno anterior, particularmente las nacionalizaciones del hierro y del petróleo y el plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho, lo que generó grandes expectativas de una nueva futura bonanza. Eduardo Fernández de Copei, por otro lado, abogó por reducir el papel del Estado en la economía, eliminar los controles de cambio y privatizar las empresas estatales. Entre estas dos opciones, 53% de los venezolanos eligió la primera. Es decir, de manera explícita, el electorado rechazó la oferta de corte más neoliberal de Copei y apoyó la propuesta de CAP de carácter más estadista.

Sin embargo, a los pocos días de ganar la elección, Pérez se deslindó de su plataforma electoral e implementó a lo largo de su segundo gobierno una serie de reformas neoliberales inconsistentes con las posiciones tradicionales de su partido. AD, siendo históricamente un partido de centro-izquierda, habría implementado políticas públicas y reformas de centro-derecha generando conflictos en el seno de su partido y erosionando los vínculos ideológicos de sus bases. Lo relevante para el análisis no es si las reformas eran necesarias o no, sin duda sí lo eran. Pero el electorado no dio su apoyo a CAP para implementarlas, ese es el punto. Esta ruptura ideológica o programática, junto con los efectos negativos del Gran Viraje de CAP en lo social, aceleró el desmoronamiento de los partidos, la desconfianza, y dio paso a la antipolítica que llevó a Chávez al poder en 1998.

Aprendiendo de estos errores y mirando hacia la transición y consolidación de la democracia en Venezuela, los nuevos partidos deben desarrollar plataformas ideológicas estables y ser coherentes y consistentes con sus propuestas. Las ideologías son necesarias por muchas razones, pero entre ellas, las más importantes son la organización de la sociedad en cuanto a ideas centrales como, por ejemplo,el rol del Estado en la economía, y la representación del electorado vis á vis estas ideas. Sin partidos fuertes y sin ideologías o programas electorales claros, no habrá estabilidad democrática ni política en Venezuela.

Hoy por hoy en Venezuela “ser” de “derecha” o de “izquierda” resulta complicado y hasta irrelevante por nuestra historia reciente. Lo esencial es que los partidos que quieran sobrevivir en el tiempo definan sus nuevos ideales y generen propuestas que puedan motivar y movilizar al electorado con base en ellas y nos ayuden a superar las divisiones creadas durante las últimas dos décadas. Sería muy negativo para el país si la división entre “chavistas” y “antichavistas” logra institucionalizarse como ideología. Tan solo volteando nuestra mirada hacia el sur nos damos cuenta de que un movimiento político antigobierno, como lo es el de Jair Bolsonaro, puede traer consecuencias extremadamente negativas. Una población agotada del PT votó a un candidato abiertamente sexista, homofóbico, racista y promilitar.

Y aun cuando la desinformación, la xenofobia y el racismo han logrado seducir a millones de personas a nivel global, Venezuela tendrá una nueva oportunidad para retomar ideales implementados por antiguos líderes y partidos, tal como la descentralización, y crear nuevos paradigmas. Si las élites políticas y los partidos logran reestablecer una competencia electoral que se centre en sus propuestas ideológicas y cumplen con sus plataformas a la hora de gobernar, la sociedad venezolana podrá crear nuevos vínculos e identidades partidistas y recuperará su confianza en la democracia. De lo contrario, será la antipolítica y los personalismos los que gobiernen nuestro país.


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