Procreación, poder, temor más que respeto; autoridad, dominio, coraje y castración son términos asociados a la imagen del padre; también podrían señalarse en relación con ciertas madres terribles, dominantes e igualmente castradoras. Rimbaud llamaba “mother” a su madre, acaso para marcar una despectiva distancia, Se trata, en definitiva, de la propia condición humana que macera semejantes talantes en sus subterráneos laberintos, pero al igual maneja sentimientos como el amor, la ternura, la protección, los afectos y las preocupaciones aunque, por lo general, son los ásperos los que más se cultivan en sociedades machistas como la nuestra. El padre es la figura masculina que reina en las fuerzas armadas; traza los caminos de la educación, impone la ley o reparte los empleos. Si su carácter es autoritario será capaz entonces de desalentar cualquier intento de independencia de sus subalternos y la influencia que ejercerá sobre los hijos nos desalentará, nos constreñirá, nos volverá sumisos. Es la presencia del viejo orden opuesto al entusiasmo que va unido a nuestros cambios y transformaciones. Las diosas que iluminaron al hombre de la antigüedad fueron sustituidas por un dios que el cristianismo, arbitraria y desacertadamente, mostró como un nuevo Zeus omnipotente y colérico capaz de castigar y expulsar a sus hijos del Paraíso por atreverse a conocer los placeres del cuerpo. ¡El nuestro es un dios que odia el sexo!

El padre es la fuente del orden social, es mi pasado y al mismo tiempo mi propio futuro. Mi progenitor, pero también el ojo que vigila la vida que comienza a extenderse frente a mí. ¡Soy su regla! ¡Su norma de conducta! Nazco y renazco en él y mientras somos niños no deja de ser dios o héroe, pero cuando asoma, afirma y exagera su autoridad se resquebraja la línea del horizonte y deseamos que fuese otro, más tolerante y no él, el padre que nos tocó en suerte. Todavía se habla en Venezuela de la ausencia del padre, de la paternidad irresponsable. Haberla padecido y cuidar celosamente que no se repitiera en mí tamaño desorden, explica que fueran muchos los chicos que encontraron refugio en mi casa huyendo de la intransigencia paterna que les negaba el anhelo de ser lo que quisieran ser: actores, escritores, artistas plásticos y, sobre todo, bailarines. Y encontraban en mí y en Belén, mi mujer, los padres que habrían deseado tener. No hablo del siglo XVIII sino de dos décadas atrás. Como padres eran seres primitivos que se negaban a aceptarse como padres o no creían serlo, y despiadadamente castraban a sus hijos.

Miramos hacia atrás y la figura del padre, ¡si es que se tuvo!, irradia asperezas o se desvanece. Porque más atrás solo hay brumas, ni siquiera encontramos al abuelo. La genealogía del venezolano del barrio no alcanza siquiera a rozar al padre: jamás figurará el abuelo o la memoria del bisabuelo. ¡Su historia es corta! Comienza con él, pero no sabe si va a formar el torrente de vida que ordenadamente se llama “familia”.

En ausencia del padre surgirá inevitablemente el caudillo, el autoritario, el déspota, generalmente militar, que tomará en sus manos las riendas y gobernará al país como el padre de una patria a su medida. Los más sumisos lo reverenciarán, construirán en torno suyo un culto, una iglesia y lo ensalzarán con fervorosa adulación: Juan Vicente Gómez fue el Benemérito; Cipriano Castro, el Héroe de unas nuevas Termópilas; Hugo Chávez, fue llamado Corazón de Patria. Estoy por creer que no avanzamos ni caminamos con nuestros propios pies mientras el nombre de Simón Bolívar siga siendo objeto del culto excesivo que se le tiene convertido en un Padre empeñado en tratarnos como niños a los que hay que tomar de la mano para cruzar la calle.

¡El padre déspota y autoritario es el que no queremos! Deseamos al otro, al que sabe comportarse como padre a través de los afectos; el que se agacha para conversar con el hijo de dos años o lo carga para que sus miradas se mantengan al mismo nivel; que lo asiste en sus quebrantos y cuida de él en todo momento. Que a falta de un instructivo, de un manual que explique cómo criar al hijo haga uso de los relámpagos del corazón y no del gesto áspero y brutal; que entienda que no puede abrumar al hijo con toxinas ideológicas ni obligarlo a ir a misa porque sería escamotearle decisiones futuras estrictamente personales.

Venezuela busca desesperadamente ese padre bondadoso, amigo y afectuoso capaz de crear una familia unida sin rencores y oscuridades. Las contadas ocasiones en las que ha creído encontrarlo no ha sido por mucho tiempo porque siempre hay un vecino artero y engañoso, autoritario y mandón que toma por la fuerza su lugar y aplasta y desvía la mirada que habíamos puesto en el horizonte para acercarlo al resplandor de nuestras ilusiones.

¡Es por eso que necesitamos con apremio un verdadero padre!


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