Recientemente 152 países votaron a favor del Pacto Mundial sobre Migración en la ciudad de Marrakech, Marruecos, que se fundamenta en la  Declaración de Nueva York del año 2016. Allí se abordaron distintas dimensiones de la migración internacional y se incluyó el tema de los derechos humanos.

El Pacto sobre Migración no tiene carácter vinculante y, no obstante, ya es motivo de  divisiones en gobiernos como el de Bélgica. Las abstenciones, votos en contra y escisiones provocadas por el acuerdo revelan la profundidad de los mitos y falacias y el carácter pétreo de la forma de mirar la diáspora. Los detractores del acuerdo se resguardan en el argumento de la pérdida de la soberanía nacional. Este razonamiento es paradójico, se erigen muros a quienes producen los bienes, servicios y capitales para los cuales se solicita la eliminación de obstáculos y el libre tránsito.

En el pacto se propone la cooperación entre países con el objeto de mejorar la gestión del creciente flujo migratorio global y estipula 23 grandes objetivos. Entre ellos se encuentran “facilitar la contratación equitativa y ética y salvaguardar las condiciones que garantizan el trabajo decente” y “abordar y reducir las vulnerabilidades en la migración”. Ambos objetivos justifican la propuesta presentada por asociaciones venezolanas de la diáspora a organizaciones empresariales y sindicales en Venezuela y  el mundo, en la que se solicitaba la inclusión del tema de los derechos humanos de la migración venezolana en la Comisión Encuesta de la OIT.

El éxodo venezolano es  un desafío teórico, metodológico y político. En primer lugar, el proceso migratorio se produce en el marco del socialismo del siglo XXI, y ello guarda importantes diferencias con la migración de los países “capitalistas” y “democráticos”. Quienes han emigrado de países socialistas saben con certeza que la única velocidad de ese modelo es el retroceso y  en ellos el tránsito a la libertad no se hace de la noche a la mañana. Por otro lado, quienes han emigrado de los países democráticos saben que estos se encuentran en capacidad de progresar a distintas velocidades.

En segundo lugar, quienes han emigrado de países con gobiernos democráticos saben que estos se ocupan de sus ciudadanos de mil maneras, mientras que quienes lo han hecho de regímenes socialistas tienen la certeza de que serán considerados como enemigos, seres despreciables e indignos a quienes niegan, ocultan y  además tienen el descaro de renegar de ellos (solo sus remesas tienen sentido).  Ello coloca en situación de orfandad a la migración venezolana, para la cual los contenidos del pacto revisten una enorme importancia.

En tercer lugar, porque en los estudios de las migraciones se responsabiliza al capitalismo, preferiblemente neoliberal, de toda diáspora. El desarrollo conceptual se ha hecho sobre esta premisa y para muchos investigadores esta es “la verdad”. El caso venezolano, masivo y con características de tragedia humana no obstante el inmenso volumen de ingresos percibidos por el país en estas dos décadas, despedaza ese molde, desbarata los argumentos y produce un gran desconcierto entre los defensores de esa ideología.

En realidad se había soslayado la relación causal entre socialismo y diáspora. En efecto, la migración latinoamericana y la de varias regiones y países europeos resulta incompresible al margen del socialismo en su doble vertiente: en los países con ese sistema y en aquellos en los que partidos políticos y organizaciones intentaron imponerlo por la vía de las armas,  amedrentando y provocando terror en la población y secuelas inhumanas de larga duración.  

Un cuarto aspecto está relacionado con la historia de Venezuela como país receptor  de inmigrantes de todo el mundo. Estos mantenían un contacto permanente y regular con los familiares y amigos del país de origen y frente a la trágica situación del país optaron por recuperar o acceder a la nacionalidad. Un quinto aspecto diferencial reside en el inadmisible e inexplicable silencio de las instituciones venezolanas  ante el fenómeno migratorio: es ensordecedor.

Frente a esa despreciable política se erige el primero de los  objetivos del pacto:   “Recopilar y utilizar datos exactos y desglosados para formular políticas con base empírica” y  el tercero añade: “Proporcionar información exacta y oportuna en todas las etapas de la migración”. Ha sido ese nuestro empeño y en el primero de nuestros observatorios, del año 2015, registramos el número de venezolanos en 52 países. La información recabada, cada vez más desglosada de los observatorios posteriores, han sido fundamentales para nuestro trabajo y para el diseño de políticas públicas y privadas en Venezuela y el mundo.

Otros objetivos del pacto han sido formulados para atender ese complejo y diverso mundo de las “industrias asociadas con las migraciones”: lavado de dinero, drogas, prostitución,  etc.  Uno de ellos señala la necesidad de “reforzar la respuesta transnacional al tráfico ilícito de migrantes”, que se complementa con los de “prevenir, combatir y erradicar la trata de personas en el contexto de la migración internacional” y  “gestionar las fronteras de manera integrada, segura y coordinada”. Estos objetivos calzan la situación actual de la diáspora venezolana.

En medio de la mayor tragedia humana padecida en la región y un desplazamiento humano nunca visto, el régimen venezolano, MILITAR-cívico de acuerdo con su propia definición, es incapaz de garantizar a sus ciudadanos, de quienes reniega, el acceso a sus documentos de identidad, convirtiéndolos en apátridas e irregulares. Este derecho, que constituye un proceso normal en el país más pequeño y pobre del mundo, en Venezuela es fuente de corrupción y negociados.

¿Se trata de una ineficiencia deliberada?, ¿es simple incapacidad?, ¿o han creado una nueva área de negocios?, lo más probable es que sea una mezcla de todo ello. Frente a tanta inutilidad del régimen, adquieren pleno sentido los objetivos del pacto en los que se acuerda “mejorar la protección, asistencia y cooperación consulares a lo largo el ciclo migratorio, proporcionar a los migrantes acceso a los servicios básicos, fortalecer los procesos de inclusión e integración de los migrantes”. Afortunadamente, y lo decimos con profundo agradecimiento, los países de la región son conscientes de la inutilidad del régimen venezolano en este, así como en muchos otros ámbitos, y reciben a nuestros compatriotas sin tales documentos.

La dictadura socialista amenaza y maltrata a la disidencia allí donde se encuentre, y negarle el derecho de obtener sus documentos de identidad es solo uno de los tantos ejemplos de ello. El régimen se autodefine como “una revolución pacífica con armas” y calcó el lema implantado en los cuarteles venezolanos, el cual se atribuye a la Revolución cubana: patria, socialismo o muerte. Quizá ello obedezca al propósito de convertir a Venezuela en patio anexo de Cuba cuando se decía “tengamos conciencia de que nosotros somos una sola nación” o “en el fondo somos un solo gobierno”.  Posiblemente sea esto lo que explique la “viajadera” del alto gobierno a Cuba. Viene a mi memoria la experiencia de nuestro querido Heinz Sonntag, fundador del Observatorio Hannah Arendt, cuando le fue anulado su pasaporte y fue interrogado en Maiquetía por un agente cubano.

El daño infligido  por el socialismo del siglo XXI va más allá de lo económico. No ha dejado nada en pie, todo fue devastado. Han sido dos décadas de retroceso y atraso, lapso más que suficiente para demostrar la inutilidad del modelo. Todavía no se le ha prestado suficiente atención al sufrimiento humano que ha causado, a que todo ha cambiado mucho y para mal. Tras este oscuro período será necesario realizar un enorme esfuerzo para cambiar las condiciones de vida, las creencias, y restañar las heridas sociales que esta nefasta experiencia deja tras de sí.

El régimen deja dolor, tristeza, tragedia, muerte, pobreza, mendigos, huellas imborrables de su concluyente fracaso y por ello han perdido, han sido derrotados, no importa cuántos meses más perduren en el gobierno. Frente al legado de barbarie, como decía Borges, no nos une el amor sino el espanto. Hoy, los temas de la libertad y la democracia adquieren un nuevo  y más profundo sentido. Nuevamente vencen las ideas de la generación del 28, de los demócratas que la supieron mantener hasta el año 1998, período en el cual se enraizó una profunda cultura democrática que se activó el preciso instante en el que comenzaron a agredirla.

El socialismo se hizo pleistoceno,  amargo, triste y obsoleto. Pretendieron satanizar la democracia y sus logros y fracasaron, como lo confirman todas las evidencias.  En democracia, con menos recursos pero con más conceptos e ideas, se construyó civilización.  Vuelve a vencer la cultura democrática, única capaz de mirar al futuro. Vuelven a vencer los venezolanos, los demócratas que desde el primer día hicieron frene al totalitarismo, quienes dentro y fuera del país están construyendo la Venezuela de la decencia y la modernidad.

@tomaspaez


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