Hablar de diálogo entre partidos políticos, agrupaciones, gobierno y oposición es cosa vieja en Venezuela. Como también es arcaico que los diálogos fracasan porque teniendo intenciones y aspiraciones de pactos, no llegan a nada ya que los dialogantes olvidan, con demasiada frecuencia, el verbo incluir, tienen conciencias atiborradas de exclusiones.

El desafío de construir democracia y libertad jamás pertenecerá a un reducido y maloliente grupo de políticos/politiqueros acostumbrados a conciliábulos (reunión tenida por los herejes o cismáticos contra las reglas de la disciplina…). Las infames encerronas de la MUD/Frente Amplio son pasado. Nuestro destino está en manos ciudadanas y quienes acepten con coraje, dignidad y respeto el reto de representarnos serán erigidos como los verdaderos actores. En esta oportunidad, no podemos permitirnos el lujo de que nuestra voz sea silenciada por una minoría de indolentes y mezquinos desconectados de la realidad.

Pasaron los tiempos de pactos oscuros y apestosos. Sin embargo, ladrones de la representatividad popular –zambranos, zapateros, y otros desvergonzados–, sondean y conversan compromisos, acuerdos preestablecidos con objetivos aparentes y diversos, pero iguales en el fondo. Quieren seguir disfrutando eso que lo cursis –por lo repetitivo– acostumbran llamar “las mieles del poder”.

Estar en el poder no es solo ser presidente, ministro o general. Es tener posibilidad para negociar, acordar e intercambiar ventajas que la mayoría no tiene. Ser presidente de una empresa o corporación del gobierno –en Venezuela hablar de “Estado” es una ignorancia que siempre nos ha quedado grande–. Estar en el poder es también privilegios, sueldos, compensaciones, facilidades, comodidades más allá de lo que el esfuerzo personal y capacidad profesional justifica.

Es disfrutar credenciales que ubican al portador por encima del ciudadano común, un asunto es la identificación que permite ejercer una función –policías y médicos, por ejemplo– y otra diferente usarlas para pasar antes que los demás o tener acceso a transacciones y acuerdos que quienes no las tienen no logran, salvo acuerdo especial, casi siempre engorroso de explicar públicamente.

Pertenecer al poder es ser parte del gobierno, pero también que te regalen vehículos de alto costo por llegar a un determinado grado militar –viejo vicio venezolano y partidista– o que te asignen nutridas escoltas armadas y abusadoras que cuestan un montón de dinero, el cual, no se destina a obras de beneficio público sino a la comodidad y pedantería del privilegiado.

Formar parte del poder –desde hace tiempo– es un premio, una oportunidad de mejorar económicamente por militancia o para que hagas algo que beneficie al partido o a un sector en particular.

Por eso, estar en el poder en Venezuela es también ser integrante de confianza de los interesados en diálogos para pactar beneficios para los dialogantes y, sin sacrificar nada, al resto de los ciudadanos.

En estos días, faltando poco para que –según algunos– se venza el período constitucional –no digamos ético, se tendría que empezar a analizar las cuestionables actuaciones de otros poderes y poderosos– a Maduro, para institucionalizar con una componenda de legitimación falsa lo que una institución ilegítima tiene como objetivo prioritario. A tal punto el pacto que endurecen la cara para tratar de convencer a gobiernos extranjeros que por tradición responden a sus leyes y principios de la democracia y legitimidad auténtica, y a los venezolanos cuya democracia es vapuleada a diario, de que lo que pactan es en beneficio de las instituciones y la paz.

Resulta que los buenos son los que van de fracaso en fracaso sin obtener resultados buenos y los pocos logrados los han malbaratado, ejemplo: elección Asamblea Nacional/2015 y plebiscito 16-J/2017. Gritan a gañote democracia y libertad, incapaces de renovar su casa, despotrican al dictador y son dictadores, se equivocan una y otra vez, pero se sientan a discutir –usurpando representación– el futuro de la nación. Venezuela requiere y clama con pasión e intensidad por una salida a la pavorosa crisis, y un liderazgo con fuerza ética, moral y de principios podrá logarlo; no basta con la práctica política tradicional. El momento requiere mesura, pero también coraje y audacia. No vivimos en democracia, debemos internalizarlo y tenerlo claro; las repetidas estrategias nos conducirán a los mismos errores, es hora de escuchar el clamor popular.

Asuman y reconozcan derrotas, se ganaron a pulso el rechazo ciudadano que no les creen ni tienen confianza, los abandonaron, traicionaron y burlaron, es una dura realidad, pero convénzase es así, demostraciones sobran, retírense, denle oportunidad a otros y hagan algo razonable, no estorben ya es suficiente el daño causado.

Es la desvergüenza venezolana en acción.


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